He ahí la primera piedra de un renovado Grupo IMQ, a ras de suelo y a flor de piel, muy cercano al ciudadano, y he allá una tragicómica última cena -así la han bautizado ellos mismos...- de los fotógrafos de prensa vizcainos, que viven (o al menos tienen la sensación de hacerlo...) con una espada de Damocles sobre su cabeza. Ambas historias coincidieron ayer en el tiempo aunque poco tengan que ver: unos intuyen un porvenir rosado como el revés de un naipe y otros miran con preocupación el horizonte de su oficio, cubierto por negros nubarrones.
Al habla con el futuro, llegan buenas noticias para el IMQ. No en vano, Mitxel Duñabeitia asumirá la dirección general del Grupo IMQ a partir del 1 de enero de 2014, convirtiéndose en el primer ejecutivo de la compañía. Ayer recibió un buen puñado de parabienes de manos de una sólida representación de la Sanidad vizcaina que acudió a la ceremonia de entrega de la acreditación sanitaria más prestigiosa del mundo, concedida por la Joint Commission International, a la Clínica IMQ Zorrotzaurre, único centro sanitario de Euskadi con semejantes credenciales que lucen en la pechera de la Clínica Mayo, el Mount Sinaí o el MD Anderson de Houston. IMQ Zorrotzaurre cena en la mesa de los grandes.
No es una silla fácil de conseguir. No por nada, la propia Organización Mundial de la Salud (OMS) está asociada a la Joint Commission International por su ojo de lince a la hora de juzgar la atención al paciente, la seguridad asistencial y la calidad de los servicios. La directora del área de Salud de FADA, Rosa María Saura, ha sido la encargada de realizar la inspección para la que la Clínica, con su director al frente, Nicolás Guerra, alcanzase la excelencia de la que hoy presume.
Fue una ceremonia emotiva, ya digo. El presidente del Grupo IMQ, Pedro Ensunza, José Andrés Gorricho, a partir de ahora vicepresidente del consejo de administración; el consejero de Sanidad del Gobierno vasco, Jon Darpón; el presidente de la Academia de Ciencias Médicas de Bilbao, Juan Goiria; el decano de la Facultad de Medicina y Odontología de la UPV/EHU, Agustín Martínez Ibargüen; el presidente del Colegio de Médicos de Bizkaia, Cosme Naveda, Maite Feito, Isidoro Beltrán, Isabel Urrutia, Juan Amadoz y un buen puñado de gente que ha trabajado a lo largo de tres duros años para alcanzar la acreditación que ayer se valoraba, y con razón, como oro molido.
Todo eran sonrisas y celebraciones a orillas de la ría, esa mar bilbaina, mientras en las tierras altas, allá en la calle Hernani de Bilbao La Vieja, un grupo de fotógrafos de prensa vizcainos cenaba en el restaurante Ágape, contentos de verse y temerosos por el futuro que les aguarda. La democratización de la fotografía - "hoy cualquiera, con un móvil..." y cosas así- les azuza como un perro guardián, pese a que la calidad no esté en la cámara sino en la mano del hombre, en su capacidad de ver más allá de donde todos miran. Ese es el desafío: la calidad. La última tabla del naúfrago.
Y no puede decirse que sean malos fotógrafos, ni conformistas. Más al contrario, la inmensa mayoría de los ayer presentes hubiesen firmado debajo de las palabras de Imogen Cunningham una legendaria fotógrafa de Oregón de principios del siglo XX. ¿Cuál de mis fotos es mi fotografía preferida?, se preguntaba la mujer. "Una que voy a hacer mañana". Solo que ahora le temen al mañana como a un nublado. Y creánme si les digo que el mundo sería peor, mucho peor de lo que imaginan, sin testigos de lo que ocurre, sin imágenes que enamoran, que denuncian, que describen, que relatan, que te enseñan lo que eres, lo que somos.
Pero más allá de la filosofía trascendental del oficio, ayer se reunieron para reírse del mundo. Son una raza aparte, una especie de supervivientes en vías de extinción, si es que se me permite decirlo así. De ahí que bautizasen el encuentro, como les he dicho, como la Última cena. Se descojonan del porvenir, quizás porque todos ellos (la inmensa mayoría al menos...) guardan un pedacito de fe en lo recóndito de su alma. No puede ser, no puede ser, parecen pensar entre lamentaciones. Pero por si acaso sí, sí puede ser, quédense con sus nombres. Con los nombres de guerra. Con los de Zigor Alkorta, Oskar Martínez, Pablo Viñas, José Mari Martínez, Bubu, David de Haro, Juan Lazkano, Sampedro, Borja Guerrero, Aiol, Alfredo Aldai, Asier Bastida, Doma, Fernando Gómez, Humberto Bilbao, Ignacio Pérez, Iñaki Andrés, Iñigo Cecilio, Jaltzo, Jon Bernardo, Jon Urbe, Jontxu Hernáez, Jordi Alemany, Josemari López, Juan Carlos Ruiz, Juanan, Luis Ángel Gómez, Luis Calabor, Luis Tejido, Maika Salgero, Marieli Oviedo, quien no pudo acudir a la cita por un inoportuno trancazo, Marisol, Miguel Toña, Mireia López, Mitxel Atrio, Mitxi, Monika, Patxi Corral, Paulino Oribe, Peru Urresti, Rafa Rivas e incluso el hombre de Reuters, Vincent West. Son ellos y un buen puñado más que no pudieron acercarse, bien porque la actualidad les llamó a filas o bien porque ya han tirado la toalla de la esperanza. A todos ellos les debemos más de lo que pensamos.