Bilbao. A finales de agosto de 1983, todo Bizkaia daba Bermeo por desaparecido. No había noticias de la pequeña localidad costera, totalmente aislada por tierra y sin servicio telefónico. Las inundaciones del 26 de agosto arrasaron todo lo que encontraron a su paso: camiones, coches, árboles... Caseríos enteros fueron arrastrados por la fuerte riada, que atravesó el municipio y lo sumergió en una espesa capa de lodo. "Como un tsunami", recuerda Jon Ojanguren, actual responsable de Protección Civil de Bermeo y que, por aquel entonces, estaba al frente de la Cruz Roja. "Fueron días durísimos, terribles. Jamás había fumado y aquellos días empecé a hacerlo; me mantenía despierto a base de café y tabaco".
Ojanguren participó ayer en una conferencia en Bermeo con la que, junto a una exposición, la localidad quiere rememorar lo vivido aquellos días. También se vio un adelanto del documento que el director Jabi Elortegi ha grabado sobre las inundaciones de hace 30 años.
Nada hacía presagiar la pesadilla que se cernía sobre Bermeo los días previos a aquel 26 de agosto. De hecho, un día antes, Ojanguren recibió la llamada de la base de Donostia pidiéndole ayuda porque en territorio guipuzcoano sí estaban teniendo problemas con los ríos. "Mandé una embarcación, un vehículo, material de rescate y cinco voluntarios. Nunca llegaron a Gipuzkoa; en Durango les enviaron a Markina, donde ya había problemas por la mañana; de ahí a Durango y terminaron en Mercabilbao. Desde Gipuzkoa me decían que no habían llegado. El padre de uno de ellos me preguntó qué tal estaba y no supe contestarle; se me encogió el corazón. No supe nada de ellos hasta cuatro días después, cuando vi su foto en DEIA durmiendo sobre la propia zodiac", rememora.
La mañana del 26 de agosto, viendo que no dejaba de llover, Jon salió a comprobar el estado de los ríos que, desde las laderas, atraviesan Bermeo, sobre todo, las entradas de los túneles subterráneos por los que discurren. "Hasta que el agua llegó a la mitad de la galería había subido de forma bastante lenta, pero a partir de ese momento tardó media hora en desbordarse. Fue como un tsunami. Subió tan de golpe que no dio tiempo a nada; alcanzó los cuatro metros en menos de una hora", explica. A primera hora de la tarde, el agua entró por las calles de Bermeo con una fuerza inusual, haciendo saltar arquetas y provocando gigantescos socavones. "La agresividad del agua arrastraba camiones como si fueran papel. Se llevó todo lo que encontraba a su paso". Fue difícil organizar patrullas de rescate. "El agua pasaba con tanta fuerza que era imposible sacar una embarcación, así que todo lo teníamos que hacer andando y atados con cuerdas, arneses...".
Uno de los momentos más duros lo vivió frente al Casino. Y no por el derrumbe de parte del edificio, sino por el rescate de tres personas que se resguardaron en él. "Veíamos que se venía abajo y justo al lado teníamos un socavón con 15 metros de diámetro que se tragaba todo: árboles, coches... Si alguien se caía, no había forma de salvarlo". No fue fácil llegar hasta el grupo -lo intentaron con tirolinas, andariveles...- y, finalmente, lo lograron haciendo una cadena humana y con la ayuda de cuerdas, aprovechando una especie de remanso que creaba la confluencia de dos corrientes. "Un policía municipal sacó a hombros a una persona mayor que tenía dificultades para andar".
Buena parte de lo que ocurrió se debió a la propia orografía del pueblo. "Bermeo es como un embudo: tiene muchos montes alrededor pero la salida del agua que baja es por debajo del pueblo. Pero esos túneles acaban taponándose por todo el material que arrastra el agua o, simplemente, no dan abasto".
Con la misma rapidez que el agua subió, volvió a bajar, y a las 8 de la tarde Jon y sus compañeros salieron a inspeccionar las calles más afectadas. "El agua nos llegaba más arriba de las rodillas; en Askatasun bidea la gente nos preguntaba sobre sus bienes, pero nuestra prioridad era que no hubiera víctimas". Ojanguren sigue convencido de que el hecho de que en Bermeo no se registraran víctimas mortales fue un milagro. "Se nos apareció la Virgen; aquellos días, alguien cuidó de nosotros. Asumimos riesgos, cuando íbamos a rescatar a gente, que no se deben tomar", admite.
Ya de madrugada, y campo a través -"no había ni caminos y las carreteras estaban sumergidas"- llegaron a Artike, una de las zonas más afectadas. "Uno de los caseríos había desaparecido totalmente y, en otro, el interior estaba completamente arrasado, con un metro de fango. El dueño se pudo salvar agarrándose a la ladera del monte", recuerda. En medio de una situación dantesca, Bermeo quedó completamente aislado -las carreteras estaban cortadas- y sin ningún tipo de servicios: ni agua, ni luz, ni saneamiento, ni teléfono. "Nadie contactaba ni venía a por nosotros. Incluso teníamos previsto cómo evacuar a la gente en caso necesario; por barco, con buen tiempo hasta Bilbao por la ría; si hacía malo, ir a Lekeitio o Ondarroa. Cuando llegaron los helicópteros empezamos a evacuar a gente, como una mujer que iba a dar a luz".
El 27 de agosto, el agua se había retirado y solo quedaba lodo, camiones y autobuses destrozados, árboles arrancados, buena parte de las viviendas, comercios e industrias dañados... Las barracas, instaladas a la espera del inicio de las fiestas, quedaron reducidas a un amasijo de hierros. Solos, sin ayuda exterior, el pueblo se volcó en intentar volver a la normalidad. "Ayudó todo el mundo: hombres, mujeres, mayores, niños...", destaca Ojanguren. Incluso los arrantzales, que estaban faenando, adelantaron su regreso. Desde el mar les llegaron también las primeras ayudas: pequeñas embarcaciones deportivas y veleros que les llevaron víveres y agua. Ojanguren vivió esos días "como un zombie. Apenas dormía un par de horas sobre la mesa de la base. Me mantenía despierto a base de café y de tabaco".
El pueblo se enfrentó también a un problema sanitario, por la gran cantidad de animales muertos y el pescado y la carne de las conserveras y de las tiendas que se descomponían en la calle. "Una de las primeras cosas que pedimos fueron vacunas, porque era muy peligroso estar trabajando entre aquello. Pusimos como 3.000 vacunas". Bermeo tardó años en recuperarse de las heridas de aquella riada. Pero, aún hoy, ese espíritu que unió a todos sus vecinos para sacar su pueblo adelante continúa vivo en la memoria de Ojanguren. "El respaldo ciudadano fue ejemplar y duró mientras quedó algo por limpiar".