Dando tumbos como carromato de titiriteros, siempre con los baúles de acá para allá, la compañía de teatro bilbaina Gaitzerdi Teatroa ha cubierto un cuarto de siglo de andanzas y representaciones. Lo ha hecho con Bilbao a cuestas y una pasión a prueba de bombas, capaz de sortear mil y una vicisitudes que hacen de su trabajo un milagroso ejercicio de supervivencia y un hermoso ejemplo de superación. No por nada, durante estos 25 años, Gaitzerdi Teatroa ha trabajado de manera paralela en diferentes campos: en el teatro de calle, y en el teatro de salón; en una intensa labor de enseñanza que puso en marcha hace veinte años una fecunda labor educativa y la realización de todo tipo de eventos culturales, en ese último hallazgo que han dado en llamar células dramáticas.

Van a celebrar toda una vida a lo largo de este año con diferentes espectáculos. Y en este largo vuelo ayer se posaron en la cúpula del Teatro Campos, donde interpretaron una pieza pensada para la calle, de donde les echó la lluvia. ¿He dicho para la calle...? Hace falta una puntualización. No en vano, A media vuelta estaba pensada para ser representada a las puertas del cementerio de Mallona, junto a las cruces. La historia, encajetada en un espacio reducido de seis metros cuadrados -que incluye el ataúd y la sepultura de un personaje imaginario: James Marinetti...-, cuenta con cuatro personajes que se mueven entre la delgada línea que separa la vida de la muerte. Si esa incertidumbre se aliña con una banda sonora acongojante (el piii-piii-piii de los electrocardiogramas que se convierten, en un pispás, en un trágico piiiiiiiiiiiiiiiiiii eterno...), el resultado es estremecedor.

Así lo sintieron los cincuenta afortunados que ayer vieron el espectáculo en vivo. Edu Zaillo era el tétrico sonidista (algo así como un contemporáneo organista fúnebre...) y Rosa Abal se encargaba de la producción, resolviendo mil y un avatares, con la ayuda de Marta Urcelay. Todo estuvo dirigido por Kepa Ibarra y entre la escena y las entrecajas se movieron Bruno Véntola, Iñaki Maruri, Iñigo Marin, María Viadero y Aritz Bengoa. Testigos de su trabajo fueron Gorka Moreno, Javier Ballesteros, Ignacio Garay, María Salazar y un buen puñado de gente que admira el teatro contemporáneo, la osadía de pensar en tiempos de parálisis.

Las artimañas del amor fueron las encargadas de suavizar la fuerte carga de escena; una suerte de antídoto a base de carcajadas. Quiere decirse que a la misma hora se representaba, en la planta baja, la comedia de Ernesto Caballero titulada El amor de Eloy. La pieza gira alrededor de las múltiples personalidades de un mismo tipo, Eloy, al que la presencia de una mujer le turba y le confunde. Así, Eloy es representado por tres actores distintos que comparten escenario durante toda la obra: el Eloy pesimista es David V. Muro; el romántico, Javier Martín, y el racional, Raúl Gómez. Visten bata de baño blanca, calzoncillos y mocasines con calcetines, canillas al aire. Tras varios fracasos amorosos aparece en sus vidas ELLA (es decir, Patricia Pérez). Revolucionará sus vidas y paseará su amor por cada una de las tres partes de Eloy, adueñándose de sus sentimientos... ¡y de su lujoso apartamento!

Disfrutaron del espectáculo, entre otros, David Camín, Teo Pérez, Manuel Moreno, Ainhoa Cortina, Amaia Ugarte, las hermanas Ana y Carmen Helguera, José Antonio Palacios, Bingen Ortiz de Zarate, Mari Carmen Urrutia, José María Espinosa, David García, el joven Arkaitz Zuluaga, que acudía a un teatro por primera vez en su vida acompañado por Begoña Fuentes; Aitor Callejo, Ane Madariaga, Felisa Sánchez, María Buitrago, Irune Gardeazabal, Mikel Marín, Jon Ander Azpilikueta, Maider Gorordo, Alazne Iriarte, Txus Fernández, Carlos Ortega, María Ángeles Gurtubay, Garikoitz Ríos, que no guarda parentesco alguno con el txakolinero del mismo nombre; Ignacio Casado e Iñaki Astigarraga, los amos de palacio, atentos a una y otra representación; Alberto Muñoz, Anabel Alonso, Gorane García, Leire Bilbao, Verónica Artaza y así hasta poblar el patio de butacas, prestos a dejarse llevar por el río de la risa hasta la desembocadura de la carcajada.