El teatro es poesía que se sale del libro para hacerse humana." Así hablaba Federico García Lorca, el joven poeta y dramaturgo al que, de tanto humanizarse, se le escapó la vida por los agujeros negros de pólvora que dejaron las balas en su camisa blanca y en su cuerpo. Ya cadáver, otro pensamiento suyo se hace inmortal. No por nada, fue el escritor granadino quien dijo aquello de que "un muerto en España está más vivo como muerto que en ningún sitio del mundo". Y ahí sigue Federico, vivo en la memoria de los vivos aunque ni siquiera se sepa dónde reposan sus restos.

¿A qué viene Federico hoy a esta página? A demostrar que sigue vivo a través de su palabra y del mensaje que envuelve con ellas. Ayer, antes de que se descorriese el telón del escenario del Teatro Arriaga, donde se representó Yerma, con Silvia Marsó como protagonista y la música de Enrique Morente como adorno sonoro, dos viejos amigos, Javier Fonseca y José María Bilbao discutían sobre la pregunta que lanza al aire el director de esta representación, Miguel Narros. ¿Es Yerma un canto a la maternidad o un llanto a la maternidad? No se ponían de acuerdo. La unanimidad, eso sí, flotaba en el ambiente: Lorca es un autor universal que va más allá de su tiempo.

Tan es así que, tratándose de un clásico, al teatro acudieron multitud de jóvenes, rompiendo con su asistencia el falso mito de que a los jóvenes no les interesa otra cultura que la suya. También les interesa la buena. Llamaba la atención, por ejemplo, la presencia de Nadine V. Boetticher, Elizabeth Taggor y Marie Massey, quienes, sin controlar bien el castellano, asistieron a la representación, casi hipnotizadas por la capacidad de Lorca de tocar el corazón de los hombres.

La historia de Yerma se cuenta más o menos rápido: es la lucha del instinto frente a la represión, ya que Yerma lucha porque su instinto le dice que debe ser madre, pero no lo logra, y por eso termina odiándose y odiando al hombre que le acompaña, Juan. Matándole, se libera de la esterilidad de Juan aunque no de su tragedia personal. Además, la determinación de Yerma de matar a Juan obedece en parte a su deseo de cumplir con una función impuesta por la sociedad: quiere tener hijos como las mujeres casadas que viven a su alrededor. Duele, la historia duele y llega al corazón de los asistentes, en buena parte mujeres.

A la cita, ya digo, asistieron muchos jóvenes. Desde Garikoitz Agirre hasta Matxalen Ríos, pasando por Benjamín Becquier, Saray Cuesta, Nicolás Asensio, María Egido, Oisin Honlon, Jorge Arán Cisneros, Seila Lacarra, Jon Hervás, Izaskun Barrenetxea, Joana Martín, Aintzane Beaskoetxea, Ane Ortiz y un buen número de gente atraída por la imagen y la literatura del intérprete. Todos ellos y ellas -sobre todo todas ellas...- traían los ojos henchidos de expectación.

Cruzó como un rayo Gorka Reino camino de la jam session con la que la que La Bilbaina Jazz Club celebró ayer sus 22 años de vida y se detuvo a mirar. Entraban ya en el teatro Carlos Isusi, Leire Garamendi; tres mujeres en tres generaciones -Afrodisia Aizpuru, Txaro Carballo y Zuriñe Cigaran-, Santos Mendizabal, Ana Aranguren, Miren Zarate, Izaskun Zulueta, Amagoia Irazu, Cristina Beltrán, Alicia Ortega, Arantza Martínez, Joseba Idigoras, Natalia Salvado, Carlos Igartua, Miren Ballesteros y así hasta poblar el patio de butacas de gente dispuesta a sumergirse en la historia que contaba Federico. El grande, por supuesto.