Navegar río abajo por los cauces del tiempo
Es un viajero a bordo de un barco que navega por los cauces del río del tiempo; un hombre anclado a la mar. No en vano, Juan José Alonso inició su vida profesional en 1956 en Bilbao, allá en los astilleros de la Compañía Euskalduna, como jefe del Departamento de Reparación de Buques, donde ejerció hasta 1974. Fueron aquellos años de intensa actividad en sus diques secos, con buques de muy diverso pabellón y trabajo de alta escuela. A partir de esa fecha, Juan José fue director gerente de los Astilleros Celaya hasta 1988, año en que la reconversión trajo consigo el naufragio, pese a que los astilleros de Erandio se hicieron famosos por ser los principales constructores de buques escuela. Tan ligado estaba a la mar, que Juan José fue una de los promotores fundacionales del Museo Marítimo Ría de Bilbao y el primer secretario general de su Fundación. El salitre corre por su venas...
Ayer volvió al Museo. Lo hizo para pronunciar una conferencia, Los buques escuela de la Ría de Bilbao, que parecía escrita en aquellos florecientes tiempos, cuando las velas se hinchaban al viento y los jóvenes aprendices se preparaban para convertirse en marinos de tomo y lomo. No estuvo solo, porque la pasión por la navegación es compartida por miles. Decenas de amigos se acercaron a escucharle en una charla bañada por las aguas de la nostalgia. No en vano, fue el poeta Khalil Gibran quien dijo aquello que debía haber algo extrañamente sagrado en la mar: tiene la misma sal que nuestras lágrimas.
A la cita, digo, acudieron bastantes. Entre ellos, el presidente de la Cámara de Comercio y Navegación de Bilbao, José Ángel Corres; el director del Museo Marítimo Ría de Bilbao, Jon Ruigómez; el presidente de la Asociación de Bizkaia de Capitanes de la Marina Mercante, Manu Barturen; Juan Correa, Manuel del Campo, amigo personal de Juan José; Ander de Aranbalza, Fede Jauregi, Juan Mari Recalde, el capitán de barco Sabino Lauzirika, Pedro Otxoa, Óscar Ruiz de Gopegui, Miguel Ángel Rodríguez, hombre fuerte de Eulen; Ignacio Aranguren, Pilar de la Rica, Pedro Marañón, Luis Martínez, José Luis Trueba, coordinador de la Escuela de Administración Marítima; José Antonio Reyero y un buen número de amigos de la mar, gente que encaja a las mil maravillas en aquella hermosa frase de la madre Teresa de Calcuta que decía "a veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara una gota".
También sin ellos, sin los capitanes, marineros, navieros y gente de los astilleros, la mar sería algo menos de lo que es. Así lo siente, sin ir más lejos, el propio Juan José, quien vivió una tarde emotiva que tuvo un hermoso colofón: la entrega de una metopa -una suerte de bajorrelieve...- con la silueta de un navío. El propio Corres la puso en manos de Juan José, quien la recibió emocionado.
Fueron testigos de cuanto les cuento gente como Alfonso Carlos Saiz de Valdivielso, María Luisa Bernuy, Bernardette Darricau, viuda del añorado Patrick de la Sota; Mari Carmen Bilbao (también hubo un recuerdo para otro capitán ausente, el legendario Patxi Garay...), José Antonio Hernández, Carlos Llorente, Txetxu Ortiz, Agustín Martínez, Juan Carlos Iriondo, Miguel Ángel Ortega, José Luis Bengoetxea, Ignacio Arrate y un buen número de asistentes a una conferencia marcada por el sello de la emotividad.
Al término de la misma, tal y como ha sucedido a lo largo de todo este ciclo de charlas náuticas -con antelación a la conferencia de ayer, Toni Tió y Luis Doreste hablaron sobre el reglaje del Spinacker, y Mikelhabía pronunciado la charla Ipar Euskal Herriko arrantza, lehen eta orain y aún queda pendiente para el 14 de marzo la conferencia de J. F. Larralde que llevará por título La representación del mar en el arte de Iparralde...- se sirvió una copa del Lacort, el nuevo tinto crianza de Paternina, bodega que ha puesto su etiqueta sobre este ciclo.
Al tiempo que discurre esta tercera edición de las charlas náuticas del Museo Marítimo, este expone la muestra Un siglo de surf que aún despierta el interés de los visitantes que merodeaban las instalaciones. No es extraño si se lee su promoción: "En 1912 el vitoriano Ignacio de Arana, cónsul español en las islas Hawai, regresó a su hogar trayendo una tabla de surf así como uno de los pocos ejemplares del libro The Surfriders of Hawaii. Es el inicio de la relación entre el deporte de los reyes -tal y como lo llamó Jack London- y la costa vasca".