El legendario Alejandro Jodoroswky contaba que la fascinación por el teatro entró en su alma gracias a tres acontecimientos que marcaron su alma infantil: participar en los funerales de un bombero, ver un ataque epiléptico y escuchar cantar al príncipe chino. Solo con escucharle uno entiende la fascinante magia de las tablas: todo lo extraordinario se hace real en las tablas y viceversa, el pan nuestro de cada día parece, bien contado, una aventura fabulosa. Es ahí donde adquieren sentido las palabras de Federico García Lorca cuando dio aquella definición del brazo de sus musas: El teatro es poesía que se sale del libro para hacerse humana. Niquelado, vamos.

No sé si llegan a tan altos sentimientos quienes ayer se acercaron al Palacio Euskalduna, que cada septiembre se convierte en el pequeño Broadway de nuestras vidas, a rebufo del estirón de las carteleras en agosto, mes de siembra teatral en el botxo. No por nada, en cartelera se reunían el musical Sonrisas y lágrimas, El cavernícola, con Nancho Novo al frente, y Burundanga, la comedia de Jordi Galcerán; un trío de espectáculos a los que mañana se suma ¡Sin paga, nadie paga!, la actualísima comedia de Darío Fo. Fue un tres en uno que invocó al pueblo de Bilbao a reunirse ante los telones, tras los que se esconden, dicen los que creen en la magia, profundos secretos e intrigas de toda índole.

Eran las voces camanudas y las escenas inverosímiles; los libretos ingeniosos o los números musicales los que llamaban y a su grito acudió este Bilbao de septiembre. Extramuros era un totum revolutum, un imposible averiguar quién iba a ver qué. Pero era hermoso. Así, por esa alfombra de piedra desfilaron, entre otros, Iñigo Urkullu, Lucía Arieta-Araunabeña, Aitor Bilbao, Roberto Urkiza, Begoña Ibargüen, Gerardo Toro; una de las responsables de Obra Social de la BBK, Begoña Ortuondo, Javier Aldekoa, Laura Alciturri, Begoña Gaztañaga, Arkaitz Elustondo, June Larrauri, Karmele Romero, Toño Cid, Alize Marroquín, Marije Conde, Conchi Martínez, Garbiñe Ituiño, Enara y Zunbeltz Trincado; las primas Lucía y Almudena Perales; Patricia y Marta Fañanás, Pablo Díaz-Guardamino, Marcos Muro y María Jesús Ondarra, acompañados por su hijas, Sofía y Sandra Muro; Tamara Santana, Yolanda del Hoyo, Ariane Atutxa; Marta García Maruri, quien se alejó, por unas horas, de sus dominios, allá en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, Haizea Arbide, Karmele Aza, Sorkunde Ugarte, Pilar Gamboa, Nekane Unibaso, Hortensia Santiago, Itziar Imaz; Diana Sánchez, quien acudió junto a su hija Lara Pingado, entusiasmada con la posiblidad de escuchar las melodías inmortales de Sonrisas y lágrimas, aquellas Do-re-mi o Edelweiss que nacieron del ingenio de Richard Rogers y Oscar Hammerstein II en 1959, allá en Broadway, al abrigo de la novela La historia de los cantantes de la familia Trapp, de María von Trapp. Años después, en 1965, la película dirigida por Robert Wise e interpretada por Julie Andrews y Christopher Plummer logró que dichas melodías fuesen espolvoreadas por medio mundo. Ayer, ya digo, volvieron a escucharse en Bilbao y de nuevo el pueblo las aplaudió como entonces. Más de cincuenta años después, siguen encandilando los escenarios. Algo tendrá el agua cuando la bendicen.