Bilbao. En septiembre se despide de la dirección de Cáritas.

Es la mentalidad obrera que tenemos en Ezkerraldea (ríe)... 65 años es una buena edad para jubilarse de tareas profesionales. Lo cual no significa que se termina la vida, ¿eh? Empieza otra etapa en la que probablemente haga las mismas cosas que he hecho bien y me gustan, pero de forma voluntaria.

¿Tanto desgasta el puesto?

No es una cuestión de cansancio, sino de convicción. Hay que dejar paso a la jóvenes, que tienen un proyecto de vida por realizar; necesitan oportunidades para desarrollarlos. Y eso implica dejar los trabajos productivos libres a determinada edad.

¿Cómo llegó a la dirección de Cáritas?

Con 58 años, dirigiendo el centro Somorrostro, estaba ya pensando en prejubilarme. La diócesis me pidió un último servicio y acepté de mil amores. No me arrepiento.

¿Conocía su labor?

Como miembro de la Iglesia, sí. Mi mujer y yo somos socios desde que nos casamos. Y ella es voluntaria desde hace más de 20 años.

Predica con el ejemplo.

Sí. Cáritas es un tren en marcha; yo ya estaba en un compartimento, se me llamó a echar carbón a la locomotora y ahora me toca ir a otro vagón.

¿Llegó con ganas de cambiar el mundo?

Hay quien dice que creer que otro mundo es posible es ingenuo; creo que otro mundo no solo es posible, sino ya está entre nosotros. Hoy en día hay alternativas; no es lo mismo Fiare que otras entidades bancarias. Yo vine a Cáritas a defender ese oasis en mitad del desierto y a ensancharlo un poco, si podía.

¿Ha cambiado en estos años?

En lo fundamental, no; la labor es la misma que venía haciendo. Pero el ambiente y la situación en la que yo encontré Cáritas, sí. Hemos pasado de una situación deficitaria a equilibrar los presupuestos: gastamos lo que ingresamos. Y hemos mejorado la comunicación con la sociedad, lo que ha provocado un aprecio y un apoyo por su parte.

Con el desapego que se tiene hoy en día con la Iglesia, están muy bien valorados y reconocidos.

Sí; es el rostro más amable y creíble de la Iglesia. Me es mucho más fácil descubrir al Dios de Jesús en la realidad de Cáritas que en otros ámbitos de la Iglesia.

Dan pan, pero enseñan a pescar.

No es cuestión de quitarte de encima a una persona dándole cuatro duros; tienes que acercarse, interesarte por qué le pasa, ir a la raíz del problema y ponerle en procesos de inserción.

Y, ¿se logra?

Sí. Muchos voluntarios han sido antes personas acompañadas.

Pero al otro lado está la sensación de que las necesidades no se terminan nunca.

Sentirse desbordado, superado, incapaz de dar solución a tanto problema es muy común entre el personal de acogida. Ves que no puedes hacer más que esperar, apoyar y acompañar. Algo que, por cierto, valora mucho la gente, a veces más incluso que la ayuda económica: tener alguien con quien hablar. Quien tiene familia o amigos tiene mucho; los problemas empiezan a veces cuando tienes una situación complicada y no tienes a quién recurrir.

¿La pobreza está más cerca de lo que pensamos?

Por supuesto. No es frecuente, también hay que decirlo, pero sucede. Hay tres puertas para la inclusión: la vivienda, el empleo y el sistema de protección social. Cuando alguno falla... Me enfada mucho cuando la gente dice todo se lo dan a ellos.

¿Por qué?

Cualquier persona que está dentro de la sociedad tiene educación, atención sanitaria, medicinas, paro, pensión... Muchísimas cosas. Para el resto está la Renta de Garantía de Ingresos; unos ingresos mínimos para poder vivir. No tienen nada más.

Y son cada vez más.

Como Administración no estamos dando la talla. La Ley de Erradicación de la Pobreza, que perseguía que no hubiera personas pidiendo en la calle, inició un camino en los setenta que culminó con la Ley del Sistema Público Vasco de Servicios Sociales, todo un referente en España. Con la crisis eso se paró y además ha habido recortes, mayores en los servicios sociales. Para defender lo indefendible, además, se ha creado el estigma de la cultura de la sospecha, del fraude. No es cierto y, sobre todo, ha provocado vergüenza en el que se ha visto atrapado en la pobreza.

La Administración dice que no llega para todo.

Y tiene razón. Pero a mí me hubiera gustado algo más de lógica a la hora de recortar, no hacerlo en mayor medida al que menos tiene. Recortar un 10 % de 300 millones de euros que se invierte en RGI en Euskadi sobre un presupuesto de 12.000 millones es el chocolate del loro.

Repartir con recursos ilimitados tiene que ser un suplicio.

Así es; hemos aumentado mucho las ayudas, pero cada vez viene más personas... Hay personas a las que no puedes ayudar porque no te llega para todos. Pero lo más duro es tener que reducir las cantidades para llegar a más gente; ayudas hasta donde puedes pero sin terminar de solucionar los problemas graves. Es una impotencia terrible...

¿Les han cargado con demasiada responsabilidad?

Sí; a las entidades sociales nos han hecho parte del sistema. Lo vivo con disgusto y con rabia. Tienen un problemón y si no fuera por nosotros, tendrían una alarma social impresionante. Nos sentimos manipulados, utilizados; tenemos que solucionar los problemas que otros han creado.

Vive sencillamente para que otros sencillamente puedan vivir. ¿De verdad tengo que pasar con un par de sandalias?

Una bonita reflexión hindú... Hay que interpretarla bien: hay gente a la que no puedes pedir que viva más de forma más sencilla. Pero el discurso de que todos somos responsables de la crisis por haber vivido por encima de nuestras posibilidades es perverso; quizá todos seamos responsables de la crisis, pero no igual de responsables. En verano están bien las sandalias, pero en invierno uso zapatos de agua sin mala conciencia. Lo que hace falta es que todo el mundo los tenga.

"Que se lo digan a la Iglesia, con todas las riquezas que tienen", dirán muchos.

Y lo suscribo. Ya fui llamado al orden por decirlo. Existe una Iglesia jerárquica que tendrá su misión, no lo niego, pero me siento más cercano de esa otra Iglesia de base, de comunidad. Desde ahí, lo decimos sin duda: si la Iglesia tendría que desprenderse de bienes para atender situaciones de pobreza, lo debería hacer.

Usted ha mirado a los ojos a la pobreza. ¿Qué cara tiene?

De dignidad. Esa persona no pierde la esperanza, ni la dignidad, y se vuelve sencilla y humilde. Si se refiere a ese retrato robot que tanto les gusta a los periodistas... Es una mujer, de entre 45 y 50 años, con no mucha cualificación y cargas familiares, generalmente niños.

Y a partir de septiembre, ¿qué?

Me voy a dar un tiempo; quiero saber qué es eso de estar jubilado de no tener despertador, ni una agenda llena.