El sábado 16 de julio, Lekeitio permanecía ajeno a un acontecimiento que tenía lugar a 2.018 kilómetros de distancia. La república de Austria despedía con honores a Otto, el último vástago de la casa de los Habsburgo, fallecido 12 días antes, el 4 de julio, a la edad de 98 años. No era un funeral de Estado, pero tampoco era una ceremonia cualquiera. Los austríacos no escatimaron en gastos para despedir al que pudo haber sido su príncipe y emperador. Al otorgar un valor simbólico al acto fúnebre, la república quiso hacer las paces con la monarquía en aras de su memoria histórica y su tradición. La muerte del archiduque Otto no solo entierra una dinastía que ha vivido (y reinado) casi siete siglos en Europa; también condena al olvido historias no tan conocidas que, con esmero, recogieron personajes como Rufo Atxurra (Lekeitio, 1911-2002). Son historias que han pasado de boca en boca, acontecimientos que tienen que ver con nuestra tierra y, en concreto, con los lekeitiarras.

El hotel Zita, situado a orillas del Cantábrico, se ha convertido en el testigo mudo del paso del tiempo. Cada año acoge a centenares de visitantes que se sorprenden al conocer que fue la residencia oficial de la última emperatriz del imperio austrohúngaro en el exilio, a la que debe su nombre. "A los turistas les choca que se puedan alojar en el antiguo usufructo de los Habsburgo", explica un responsable del hotel. Es el caso de Carmen Agirre, descendiente de una familia vasca afincada en Caracas y alojada en el hotel estos días. Agirre dice estar encantada por haber descansado en el mismo sitio en el que lo hicieran antes los parientes de Sissi. A otros, como al matrimonio Donald, no les extraña esta particularidad. "En Inglaterra es normal alojarse en enclaves con un pasado aristocrático", se justifican.

Zita de Borbón-Parma (1892-1989), la madre de Otto, fue la última emperatriz y reina consorte de Austria-Hungría (1916-1918) como esposa de Carlos I de Austria y IV de Hungría (1887-1922). Las fotografías que cuelgan de las paredes del antiguo palacete de Uribarren nos invitan a viajar a otro siglo. Ilustran los cuentos que los aitxitxas y las amumas les contaban a sus nietos acerca de la célebre dinastía austro-húngara, residente durante una década en el pueblo costero. Son estampas en blanco y negro que se asemejan a las imágenes que el cine nos legó de la entrañable familia Trapp, de Sonrisas y lágrimas. La mayoría de las instantáneas muestran a la emperatriz viuda, bien plantada, vestida de luto riguroso y posando junto a sus ocho hijos con semblante serio. Hay fotos curiosas, como una en la que se aprecia a los hermanos Von Habsburg-Lothringen pedaleando alegremente en sus bicicletas de camino a la playa de Karraspio, de Mendexa. Pero en el palacio reconvertido en hotel predominan los retratos en los que se distingue al primogénito, Otto, alto y con una cabellera tupida y rizada.

Zita, una lekeitiarra más "En aquellos años, sin internet, no podíamos acceder a estas imágenes, y, con lo poco que nos contaban en casa, cada uno se montaba su propia película en la cabeza", apostilla Zuriñe Angulo. Su abuela, Josefina, le solía decir que la emperatriz Zita y su familia no tardaron en ganarse el cariño de los lekeitiarras: "Ayudaban a los más necesitados, a los que estaban faltos de comida y de dinero". Por eso, Zuriñe, que para nada se siente monárquica, considera fundamental que se conozca el papel que desempeñó "esta gente" y que "el recuerdo de estos hechos siga vivo para que las generaciones venideras no olviden ese pasado que les pertenece". Juanita Laka, asidua de la terraza del Emperatriz y mucho mayor que Zuriñe, es de la misma opinión: "Aunque haya gente a la que no le interese quiénes fueron, que lo sepan, que lo sepan". Juanita habla con razón y se nota que no miente: con la llegada de la Guerra Civil, su padre y otros hombres fueron encarcelados, primero, y condenados a muerte, después. La emperatriz Zita, agradecida por el trato que siempre le dispensaron en Lekeitio, consiguió que se les conmutaran las penas a "esos pobres hombres". "Esto", añade Juanita, "no se sabe".

En los documentos de la época se puede leer que "la emperatriz iba vestida de negro, como una Virgen dolorosa, encerrada en su pena y con un triste rostro". Había enviudado nada más entrar en la treintena. Sus ocho hijos, "huérfanos de padre y desterrados de su hogar, se asemejaban a los ángeles de Murillo cuando se les escuchaba cantar en la iglesia de Lekeitio". Infringían tanta lástima que había arrantzales que les regalaban una porción de lo que pescaban y baserritarras que les ofrecían parte de las cosechas que recolectaban para así subsistir. Al parecer, la familia imperial era aficionada a los partidos de pelota, le gustaba pescar con la caña y, a pesar de las limitaciones que suponía el idioma, solía charlar con la gente del pueblo.

La situación financiera de los Habsburgo no era la mejor. Los bienes privados los tenían embargados y el poco dinero que les quedaba lo habían recibido de las donaciones de las familias pudientes austro-húngaras. Al término de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), diluido el imperio austrohúngaro en pequeñas repúblicas centroeuropeas, los expulsaron de su país y Lekeitio, lugar de descanso de la reina Isabel II años atrás, les ofreció la calidez que les faltaba.

Vida estricta y religiosa Viuda a los 29 años y profundamente religiosa, el ritmo de vida que Zita exigía a sus hijos era muy estricto. Se acostaba a medianoche y se levantaba a las 5 de la madrugada para asistir, junto a las mujeres de los pescadores, a la misa de las cinco y media. De regreso al palacio, a las 7, despertaba a sus hijos y les obligaba a hacer la cama y a que lustrasen sus zapatos. Mientras se vestían, Zita les leía el extracto de la vida del santo de ese día y nuevamente se dirigía a la iglesia de Santa María -a la capilla- para escuchar la eucaristía por segunda vez. Nadie puede negar que no hiciesen suyas las costumbres del pueblo.

Otto de Habsburgo era un adolescente cuando llegó a la villa vizcaina. Su madre le inculcó la rígida disciplina de los príncipes modernos y las enseñanzas elementales; siguió los métodos austrohúngaros, y una y otra vez declinó la oferta de su primo Alfonso XIII para que el heredero estudiase en las escuelas de elite. La educación secundaria y el bachillerato, por el contrario, corrió a cargo de los profesores de la escuela de Lekeitio porque la emperatriz quería que Otto se relacionase con los chicos del pueblo. No quedan testimonios vivos de aquellos que lo acompañaron en clase, pero Antón Lejarza, el hijo de uno de los mejores compañeros de la juventud del archiduque, comenta que su padre, en vida, lo recordaba "preguntón, alegre y un tanto parlanchín". Zita, sus ocho hijos y la archiduquesa María Teresa residieron en Lekeitio desde agosto de 1922 hasta la proclamación de la Segunda República Española, en 1931. Hasta su regreso a Austria en los sesenta, alternaron residencia entre Bélgica, Francia y Estados Unidos.

Otto se casó tarde, a la edad de 38 años, en 1951. Se unió en matrimonio a la princesa Regina de Sajonia, fallecida un año antes que él. Cuando esta vivía, viajaron a Lekeitio con ocasión de su luna de miel y lo volvieron a hacer en 2004, alojándose, junto con toda su familia, en el hotel que lleva el nombre de la emperatriz. En su garaje, Jose Sesma Bikixa guarda la foto de aquel día "como si fuese una reliquia". Del malogrado monarca, al que pudo conocer en su última visita al pueblo de adopción, destaca "su cercanía y su saber estar".

"No olvido el euskera" Otto fue político, periodista y escritor. Activo antifascista y contrario a la anexión de Austria al III Reich, fue durante años miembro del Parlamento Europeo y europeísta convencido, luchador por superar las diferencias entre Este y Oeste. Pero nunca olvidó su infancia ni lo que aprendió en ese periodo. Entre otras cosas, dejó escrito: "No olvido el castellano ni tampoco olvido el euskera que me enseñaron en Lekeitio. No olvido a mis jóvenes amigos de aquella villa ni aquellos nueve años que viví -felizmente- en ella". Sus hermanos y hermanas tampoco lo dejaron de tener presente: "Los amamantaron muchas de las mujeres del pueblo, madres y abuelas de mis antiguos vecinos".

De los ocho hijos que tuvieron los últimos emperadores, ya solo sobrevive el cuarto, Félix, nacido en 1916 y residente en México. No acudió al entierro de su hermano: no quiere admitir que su imperio está extinto. Otón, que es como le llamaban sus amigos, era el último vestigio de un pasado que no volverá. Descansa ya junto a su esposa Regina en la cripta de los Capuchinos, o de los Emperadores, de Viena. En su epitafio se puede leer: "Otto von Habsburg, Kaiser Österreiches und König Ungars im Himmel" (Otto de Habsburgo, emperador de Austria y Rey de Hungría en el cielo). En la tierra, fue un príncipe sin trono.