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Pepe Carazo, el hombre que pinta más blanco

Pepe Carazo, el hombre que pinta más blancoFoto: p. viñas

Es el suyo un arte ensabanado; la suya una obra cubierta por un manto de nieve o bañada por la luz de la luna. Esa es la principal conclusión que se extrae al entrar en Akros Galery, la casa de Gerardo Fontanés y Marisa Zurdo, donde desde ayer expone Pepe Carazo, el hombre que pinta más blanco, el hombre capaz de domar el agua hasta el punto de que fue Premio Nacional de Acuarela en 1994. Juega Carazo con las tres dimensiones que aparecen sobre los lienzos como una ilusión óptica, hasta el punto que pudiera decirse que es un mago sacando conejos de la chistera. Blancos, por supuesto...

No es Pepe un advenedizo ni un recién llegado despistado. No en vano ya participó en la legendaria exposición internacional de acuarelas que se celebró hace unos años en la vieja sede del BBVA en San Nicolás. Sobre los 38 sudarios expuestos, Pepe Carazo espolvorea el agua y los acrílicos con pigmentos, como si fuese una lluvia de inspiración, un regadío de abstracciones del que florece la obra de un hombre asiduo en las galerías de Bilbao.

A la cita con su reaparición en la galería acudieron José Luis Cabriada, médico de manos prodigiosas; Lola Martínez, compañera de viaje del artista; Carmen Mateos, Nagore San Felices; hija de otro grande del pincel, Justo San Felices, también presente en la cita; Maite Viñas, Begoña Bilbao Antepara, el pintor Julio Ortún, quien gastó un gesto surrealista, una de esas extravagancias tan propias del género, al aparecer en la exposición con unos espárragos de aúpa; Alejandro Quincoces, uno de los avalistas más tenaces del arte de Carazo; Eusebio Güenaga, Charo García, Juan Antonio Uriarte, Manu López de Juan, Toti de Arostegi, Ana Carazo, Iñigo Brul, Esperanza Yunta, Conchi Ochoa, Juan Manuel Egurrola, Joseba Viar, Ana Alda, José Luis Otaegi, Clara Álvarez, el galerista Juan Manuel Lumbreras, Antón Hurtado, Marian Troyas, Nacho Salcedo, Michel Mejuto, Pedro Basáñez, Meritxel d'Areny Plandolit, Aitor Basáñez, Iñigo Muguruza y una legión de amigos y admiradores del artista que fueron llegando a la galería a paso lento, con parsimonia. No en vano, la propuesta de Pepe no invita al ajetreo sino a la reflexión; no está hecha para la prisa sino para la pausa. El hijo del ferroviario se ha criado entre humos, ruidos y los colores del tren. Hoy pinta limpio, silencioso y casi albino, como si fuese una venganza a su pasado, una huida hacia delante o una pura casualidad. ¡Quién sabe!