ELías no falta casi nunca a la cita diaria con sus raíces, con el barrio que le vio nacer. A sus 80 años, sube todas las mañanas las empinadas e interminables escaleras que unen Deusto con Ugasko, concretamente con las casas conocidas como Cooperativa Talleres de Deusto. Lo hace para reencontrase con el pasado y disfrutar del presente: una huerta en plena naturaleza a tiro de piedra de Bilbao. Elías, que vive en un piso en Deusto con una hija, huye del ruido "porque no me gusta la ciudad y, a mi edad, no tengo nada que hacer". Se entretiene con las "cuatro lechugas y cuatro tomates que cultivo", con su amigo Jesús Mari, que pastorea un pequeño rebaño de ovejas y cabras en una finca cercana, y con el cuidado de la casa familiar. Una casa, que es de las pocas que quedan en pie, ya que el barrio sufrió los horrores de la Guerra Civil. Actualmente solo viven tres vecinos en este barrio fantasmagórico ubicado en las faldas de Artxanda, detrás de la Universidad de Deusto. La visita de Elías aleja los fantasmas.

Elías tuvo el honor de ser el primer niño que llegó al mundo en las flamantes casas de la Cooperativa Talleres de Deusto. Nació el 19 de julio de 1930, varios meses después de que se inaugurara este grupo de viviendas impulsado por los trabajadores de Talleres de Deusto. "Mi padre, que había venido de Aranda de Duero a ganarse la vida, trabajaba de guarda en la empresa", cuenta Elías, " y cuando vio la oportunidad de cambiarse a una casa de estas dimensiones después de estar viviendo en una habitación con la mujer y tres hijos, no se lo pensó dos veces". El padre de Elías, al igual que la mayoría de los 18 cooperativistas, pidió un préstamo de 17.000 pesetas, que lo canceló antes de tiempo "porque estaba obsesionado con pagar la casa". Elías aprendió a andar entre frutales y castaños. Se crió feliz hasta que llegó la Guerra Civil. "Tengo pocos recuerdos, porque era muy niño, pero hay cosas que no se me olvidan", dice. Por ejemplo, cuando tuvo que despedirse de su madre antes de embarcarse en El Habana rumbo a Francia. "Nos llevaron en tren hasta Santurtzi entre los ruidos de alarmas de bombardeos y, allí, en el puerto, había tanto lío que un guardia no le dejó a mi madre que me diera el beso de despedida", recuerda con pena. Elías salió de Euskadi junto a dos de sus hermanos mayores un 14 de junio de 1937, cinco días antes de que "cayera Bilbao". No era la primera vez que quedaba al margen del conflicto bélico ya que nada más iniciarse la guerra, Elías fue enviado a Arija (Burgos), el pueblo de su madre. "Por lo menos, allí no pasábamos hambre, había patatas", recuerda.

Quema del barrio El exilio francés le llevó a convivir con una familia en la localidad de Orthez, cerca de Pau. Pero, afortunadamente, su alejamiento materno solo duró unos meses. Aunque no había acabado la guerra, cuando su padre vio que "la situación se había tranquilizado, nos reclamó". Pero el panorama que se encontró Elías en su barrio fue desolador. La mayor parte de las casas estaban en ruinas. Lo que pasó fue un capítulo más del sinsentido de la guerra. "Cuando estaban a punto de entrar los nacionales, los asturianos del ejército republicano vinieron aquí y empezaron a quemar las casas porque decían que Franco las iba a utilizar para instalar armamento y tomar Bilbao", relata Elías. ¿Y por qué quedó la casa de su familia en pie?, le preguntamos. "Porque mi padre", contesta, "que dormía de día, ya que hacía los turnos de noche, oyó ruidos, salió y se enfrentó a ellos diciéndoles que eran casas de trabajadores". Parece que ese argumento fue suficiente como para frenar que la vivienda fuera pasto de las llamas.

Trabajador La posguerra tampoco fue un episodio grato para Elías. Su padre murió de una peritonitis aguda cuando él tenía 13 años. "Lo tuvieron que bajar a hombros hasta Deusto porque aquí no podían subir las ambulancias", hace memoria. Su padre dejó viuda y cinco hijos. Así que toda la familia, incluida la madre, tuvo que ponerse a trabajar. Él empezó a los 14 años de moldeador en Talleres de Deusto. Aprendió el oficio y se mantuvo fiel a la empresa en la que había trabajado su padre hasta que vio la oportunidad de prosperar. "Cambié justo cuando me casé, después de ir de viaje de novios a Burgos y Madrid", dice. Pero no tuvo demasiada suerte. Tras el paso por varias fundiciones acabó montando con otros compañeros una cooperativa "que no duró nada porque no podíamos competir con las grandes empresas". Con 55 años y en plena crisis económica de los ochenta se quedó en el paro. "Me tuve que poner a hacer chapuzas, de albañil, de entarimador", cuenta. Y así fue tirando hasta que le llegó la edad legal de jubilación. "Después de haber trabajado toda la vida como un perro, ahora solo cobro 601 euros de pensión", señala malhumorado.

Pero como no es hombre de grandes vicios y caprichos, Elías vive feliz cultivando la huerta donde los tomates, los puerros y las lechugas crecen mirando a la Torre Iberdrola. "A mí esto me encanta, es una maravilla", dice orgulloso mientras observa el paisaje. Con sus visitas a Ugasko llena la despensa de hortalizas y el corazón de recuerdos. Como cuando correteaban libres por las campas.