ARTEA. Un total de 155 vecinos de Artea nacidos en los años cincuenta volvió a reunirse ayer en el municipio después de muchos años sin verse. Lo hicieron compartiendo mesa y mantel en el frontón de la localidad, después de haber visitado puesto a puesto la feria agrícola y artesana que se celebra cada año en el municipio arratiarra. En este marco, los asistentes al evento se reencontraron y se pusieron al día de lo que ha dado de sí sus vidas en todos estos años. Y es que aunque la mayoría sigue viviendo en los municipios comprendidos entre Bilbao y el valle, son muchos los que han dejado esta tierra para empezar una vida lejos de ella.

La idea de volverse a juntar partió de un vecino llamado Juan Ramón Bernaola mientras escuchaba a los mayores de la localidad hablar sobre las reuniones que hacían para no perderse de vista. Así comenzó a organizar encuentros entre los de su década, 1950. Tras diez años de convites ininterrumpidos, a Juan Ramón se le ocurrió la idea de dar un paso más y unir en torno a una mesa a todos los nacidos en los cincuenta.

Dicho y hecho. Teléfono en mano, este vecino de Artea, con la ayuda de su primo Jesús Ángel Iturbe, empezó a contactar con conocidos de su época y, entre todos, eligieron a dos responsables por cada año de la década que fueron haciendo cadena hasta que todo el mundo se dio por enterado.

Como respuesta a tanto trabajo, ayer el frontón municipal se llenó con 155 sillas. Muchas de ellas fueron ocupadas por quintos del pueblo, (un 75% de todos los existentes) y el resto, por sus parejas, que acogieron la invitación "con la misma ilusión que si hubiéramos sido del pueblo". Es el caso de Jose Mari Ipiñazar, que acompañó a su mujer, Maite Undurraga, nacida en 1951. "Esto que vemos hoy es un caso único en todo Arratia. Esperemos que sirva de ejemplo para las nuevas generaciones. Que vean cómo toda esta gente ha salido adelante aún habiendo nacido en años difíciles gracias a su espíritu de trabajo y esfuerzo", alaba este bilbaino a las puertas de la iglesia de Artea, minutos después de escuchar la misa celebrada en honor a los 26 quintos que ya no están y que dio comienzo a la jornada.

A su lado, un quinto de 1958 que le escuchaba le daba la razón. Era José Alberto Arana, que reconoció que su infancia, "como la de muchos de los que están aquí, pasó entre huertas, calabazas y malas hierbas", todas ellas propiedad de los diferentes caseríos que conformaban el Artea de entonces.

Película para el recuerdoUn DVD devuelve a la vida la juventud de los quintos

A recordar aquellos años contribuyó el DVD creado por el alma mater de la reunión. Proyectado en la iglesia al término de la misa, llenó de imágenes de tiempos pasados las mentes de los asistentes haciendo que un reguero de evocaciones diera paso a más de una lágrima. "En los últimos cincuenta años muchas cosas han cambiado. Un día se apagó el tracatrán del tranvía de Arratia. Al levantar sus vías nos quitaron las arterias del valle. Pero no pudieron arrancar su corazón: la amistad entre sus gentes", reza el texto que Bernaola incluye en la carátula de la película que tantas horas le ha costado y en la que, además de fotos de juventud de todos los reunidos, incluyó imágenes de lo que era entonces Artea.

Uno de los encuentros que se produjo en este ambiente fue el de los componentes del grupo Zurrumurru quienes, tras pasar muchos años sin actuar, volvieron a juntarse ayer para poner voz junto a otros vecinos del pueblo, a esta misa por los fallecidos.

"Ayer, antes de irme a la cama, vinieron a mi memoria todos los que fueron mis compañeros que ya no están. Algunos se murieron de muy jovencitos, pero otros, no hace mucho que nos han dejado", aseguró Maite Undurraga, quien opina que "es en este tipo de ocasiones cuando más te acuerdas de la gente que ya no está contigo, y eso a pesar de estar rodeada de decenas de amigos a los que quiero mucho".

Hasta de los años veinteLos precursores de esta cita tienen más de ochenta años

Tras estos primeros emotivos compases, llegaron otros más alegres llenos de vasitos de txakoli y bolsas del mercado. Allí, en la carretera que une Artea y Areatza, los quintos siguieron charlando. Así, entre apetitosos quesos, atractivos tomates y el olor de los talos, se contaron vida y milagros. Entre todos ellos destacaban Josefina Aldeiturriaga, Florencio Abrisketa y Juan Larrinaga, tres vecinos de 85 años que fueron invitados de honor a la reunión de ayer. Y es que, según los organizadores del evento, fueron en ellos en los que se inspiraron para organizar su reunión.

Estos tres octogenarios llevan 27 años encontrándose para comer en Artea. Empezaron siendo once, de los que quedan cuatro. "Nosotros tres y otro amigo que, como es sacerdote, hoy no ha podido venir porque tenía que celebrar una boda", explica Josefina quien, al igual que sus dos compañeros de batallas, ve Artea de una manera muy diferente a como la observan los demás. "Cuando éramos jóvenes este pueblo era muy distinto. Antes nos conocíamos todos", cuenta. "Nos juntábamos en la plaza para el baile de los domingos por la tarde. Ahora no me suena ninguna de las caras de los que veo por aquí", asegura su marido Florencio.

Lo que más les gusta del Artea moderno, entre otras cosas, es el ambiente que genera la feria por la que pasean cada año y en la que siempre compran alguna cosita. No en vano, en este mercado hay para todos los gustos. Brillantes joyas de cristal de Swarovski, regias figuras de piedra labradas a mano, prendas de ropa fabricadas a la antigua usanza, artículos de madera tallada, coloridos broches para las chaquetas más modernas y la ropa de bebé al más puro estilo euskaldun se mezclan en MerkArtea con los productos agrícolas de casa.

Pimientos, tomates, quesos, pan, pastel vasco, mermelada, miel, manzanas, txakoli, anchoas, bonito, chorizos, alubias y un sinfín de sabrosos alimentos llegados desde los siete territorios. Entre todos ellos, destacan pequeñas joyas como la nueva txalaparta con caja de resonancia que fabrica Igor de Bernedo a partir de maderas seleccionadas y que "se escucha mucho más alto que cualquier otra" o la máquina milagrosa de trabajar la madera, obra de Félix de Orozko, que entra en funcionamiento sin electricidad y sólo con la a ayuda de una bicicleta.

A pesar del esfuerzo imaginativo de los artesanos, fueron sus puestos los que menos ventas registraron, según contaban. Y es que la crisis también afecta a las ferias en las que la gente "parece que sigue comprando un poquito de pastel o pan pero le cuesta más adquirir alguna obra", explica Iñaki Gorostidi, del puesto Miniaturazko harriak. A pesar de ello, este guipuzcoano acude invitado cada año a Artea "encantado". "Aquí se está muy bien, pasamos una mañana muy bonita y mostramos nuestro producto, del que tenemos el gusto de poder decir que está presente en los cinco continentes", declara.

Quienes también recogieron contentos fueron Javi, del caserío Orueta-Goikoa, que vendió buenas raciones de pastel vasco de Laudio, y Arantxa, de conservas Urdaibai, a la que tan sólo le quedaron algunos botes de anchoas y unas pocas latas de bonito por vender.