Ayer, 5 de noviembre, fue el Día Internacional de las personas cuidadoras. En una sociedad que envejece a pasos agigantados, este es un colectivo que no deja de crecer y que desarrolla una labor fundamental para la sociedad, pero muy poco valorada. Por esa razón, Zaintzea, el centro de apoyo a las personas cuidadoras dependiente del Ayuntamiento de Bilbao, no quiso dejar pasar la ocasión para rendir un merecido homenaje a todas ellas, en un 81% mujeres. Lo hizo con una jornada en BBKgune en la que se habló de problemas que les afectan, como la soledad, se relataron vivencias en primera persona y, sobre todo, se puso en valor la importancia de la tarea que llevan a cabo.

“Es necesaria una valoración social del tema del cuidado. Sin cuidado no ha vida”. Con esta rotundidad se manifestaba Pili Castro a la hora de valorar la labor “tanto de los profesionales del cuidado como de las personas que cuidan a otras”, quienes a su juicio son “centrales en esta sociedad”. Lo dice desde el conocimiento que le aporta su trayectoria de 23 años en el Área de Personas Mayores de Cáritas, pero también desde su experiencia personal al cuidado de su tía abuela Maxi, una mujer de 106 años y 8 meses. “Está algo pachucha y llevo varias noches durmiendo muy poco”, desvelaba. Su ponencia versó sobre la soledad de las personas cuidadoras y en ella diferenció entre el “estar sola”, que a veces puede ser positivo, y el “sentirse sola”, que es donde radica el problema.

“Muchas veces nos sentimos solas estando en compañía”, apuntaba Castro, poniendo el acento más en la calidad de las relaciones que mantiene la persona cuidadora que en la cantidad. La propia dinámica del cuidado, con “los miedos a los imprevistos”, inciden en una tendencia a relacionarse cada vez menos. Como consecuencia de ello, “el entorno cada vez cuenta menos con nosotros”, cerrándose así un círculo vicioso. Para dar una vuelta de tuerca a la situación, “las personas cuidadoras nos callamos la soledad porque tenemos miedo de que los demás piensen que les estamos culpando. Eso hace que ese sentimiento se quede dentro”.

Otro grave problema con el que se encuentra este colectivo es el de la incomprensión. “La gente a veces hace preguntas de cortesía, pero en realidad no tiene ganas de escuchar lo que nos pasa y no nos entiende. Si no hay personas con las que conectamos realmente, sentimos más la soledad”, aseveró la representante de Cáritas. Por ello, destacaba la importancia de centros como Zaintzea, que facilitan la relación entre personas cuidadoras: “Hay una sintonía especial con quien está pasando por lo mismo y eso hay que aprovecharlo”.

La otra ponencia corrió a cargo de Idoia Odriozola, quien además de ser creadora de contenidos en redes sociales sobre moda y estilismo, tiene a sus espaldas además una mochila de 25 años encadenando cuidados de familiares, empezando por sus suegros, luego por su padre y en la actualidad con su madre, Aurora, de 90 años y con movilidad reducida. En todo este proceso, Idoia ha pasado además varias veces por el quirófano, en un primer lugar por una hernia discal y el año pasado por un melanoma. Confesaba que, tras acoger en su casa a su madre en 2015, “la prioridad era ella y me olvidé completamente de mí”, lo que puso patas arriba su vida: “Había noches en las que no podía más, me metía en la cama y deseaba no despertarme”.

Esa fue la señal de alarma que le hizo buscar ayuda y al final contactó con Zaintzea. Ahí encontró el respaldo que necesitaba. Dice que, tras todo lo ocurrido, “he sido un poco más egoísta y me priorizo más. Me he dado cuenta de que mi madre tiene 90 años, está en el sprint final y a mí me queda todavía mucho por vivir”. Por ello, Idoia tiene claro que “pedir ayuda es un signo de valentía y autoconocimiento”.

En el turno de preguntas, algunas asistentes insistieron en la necesidad de reforzar los recursos públicos para apoyar a las personas cuidadoras cuando realmente lo necesitan. En esa línea se expresaba Inés Salazar. “Hace años, llamabas por teléfono y al de dos días te atendían. Ahora están saturadas”, remarcaba, recordando que “la pirámide de edad está truncada, hay más gente mayor que gente joven y esto va a ir a más”. Inés cuida de su marido, Antonio, quien hace 11 años sufrió un ictus que le afectó a la visión, al oído y a la capacidad de razonamiento, pero que “aparentemente está saludable”. Por ello, lo que peor lleva es “la incomprensión de todo el mundo, incluso de tu propia familia. No tiene nada que ver el que te vean un día con tu marido que estar ahí 24 horas los siete días de la semana”. Y aunque busca espacios para desahogarse, “es mentira, no desconectas”.