Aún faltaban casi tres cuartos de hora para que Melchor, Gaspar y Baltasar – los tres Reyes Magos de oriente – hicieran su entrada triunfal en la villa, pero muchos niños estaban ya agolpándose en las inmediaciones de la Gran Vía, emocionados por su regreso. “¡Mira, ¡mira!, ahí llegan los reyes”, exclamó un niño, señalando hacia una punto indeterminado del Sagrado Corazón. “¡Pero qué dices, tío! Solo es un paje”, le respondió su amigo, apagando su emoción de un plumazo.

Ambos esperaban, pacientes pero llenos de ilusión, frente al Hotel NH Collection Villa. Sabían que tras sus infranqueables puertas de cristal las indiscutibles superestrellas de la navidad (tardía) reponían fuerzas después de haber cruzado mares y montañas. En la carretera ya estaban muchas de las carrozas preparadas para su salida. La corte de los orientales también aguardaba, entre risas y carambolas, el inicio del gran desfile. Las mariposas gigantes revoleteaban, cerciorándose de que sus alas estaban listas para el espectáculo. Las libélulas y las cigüeñas hacían lo propio mientras los saltamontes se subían a sus zancos. 

"Teníamos muchas ganas"

A las 17.51 horas, los reyes magos abandonaron su alojamiento. Entonces, una marabunta de niños y niñas se agolpó en torno a sus puertas. Los pajes reales apenas pudieron contener aquella marea de nervios y emoción. Los reyes avanzaban con notoria dificultad hacia sus carruajes. Y es que Melchor, Gaspar y Baltasar surten en los más pequeños el mismo efecto que una superestrella del pop en los adolescentes. A su paso siempre levantan un aluvión de gritos histéricos.

“¡¡¡ Ama !!!, que el blanquito – el rey Melchor, caracterizado por una tupida barba blanca con dejes plateados – me ha tocado la mano”, exclamó una niña mirándose las manos con incredulidad. “Teníamos muchas ganas de que vinieran. Ella está emocionadisima”, explicó Maite, su madre.

Minutos después de este insólito acontecimiento, la cabalgata partió de las inmediaciones de María Díaz de Haro. El sol arrojaba sus últimas luces sobre una ciudad poseída por los rítmicos y precisos tambores de la Batucada Botxo Do Samba. El astro rey pareció entender que no tenía nada para competir con sus homólogos terrenales. Por ello, pasadas las seis de la tarde, abandonó Bilbao, dirigiéndose a su occidente. 

Un desfile multitudinario

El desfile avanzó lento por la principal arteria comercial de la ciudad. Cientos de miles de personas, grandes y pequeñas, se agolpaban en sus laterales para ver pasar al mágico trío. En ocasiones, llegaban a invadir la carretera. Entre ellas, Arantza; Mikel, su hijo y varios de sus amigos. 

Los 'primeros reyes' de muchos niños de Bilbao

“Los niños tienen mucha ilusión, muchas ganas de ver a los reyes magos”. Esa enorme expectación respondía, en gran parte, a que Mikel nunca había visto a los reyes recorrer las calles de su ciudad. Al menos, siendo consciente de lo que ocurría a su alrededor. “La última vez, hace tres años, era muy pequeño”, contextualizó Arantza, su madre. Como Mikel, ayer muchos txikis fueron testigo de la anual llegada de las mágicas personalidades por primera vez, ya que las medidas restrictivas necesarias para frenar el coronavirus no permitieron la celebración de actos como éste en las dos últimas navidades. 

Este también fue el caso de Maddi, que había pedido a los reyes “unas botas chulas”. Acompañada de su madre, Naiara, y de su abuela, Amaia, estaba hecha un amasijo de nervios. Las tres portaban sendas bolsas de plástico, necesarias para la tradicional recolecta de caramelos. “Yo también le he pedido a los reyes alguna cosilla, ¡ a ver qué me cae!”, indicó Amaia, divertida, mientras alzaba el cuello para ver llegar la carroza del rey Melchor. 

Al igual que Amaia, Saray había escrito su particular lista de deseos para sus majestades. Acudió al desfile junto a su hijo, su marido y varias amistades. “Tenemos muchas ganas de que lleguen los reyes. Los niños, más que ilusionados, están nerviosos”, dijo. La comitiva había llegado con mucha antelación para poder ver la cabalgata desde la Plaza Circular, coronada por la efigie de Don Diego López de Haro, señor de Bizkaia. 

Recepción oficial

El desfile recorrió el último de la Gran Vía entre las ovaciones de Saray y el resto de las cerca de mil personas que se encontraban allí. De tanto en cuando, los pajes de sus majestades recogían en un cesto los deseos de última hora que los niños habían escrito en sus cartas. Algunas, escuetas. Otras, por el contrario, extensas como tratados internacionales. Lur era una de ellos. “Mi cometido es recoger todas, todas, todas las cartas de los txikis. No se me puede olvidar ninguna, se las tengo que hacer llegar a los reyes”, dijo la maga, subida a unos robustos zancos.

Al fin, los tres llegaron a su destino: el Ayuntamiento. Allí les recibió Juan Mari Aburto, el alcalde, e Itziar Urtasun, la concejala de fiestas. Una vez allí saludaron a los y las niñas de Bilbao desde la balconada para, a continuación, recibirles en el Salón Árabe. Así concluyó la tarde.