Vecinos de la Ribera de Deusto: “Hablan entre ellos y nos viene toda la tropa”
Vecinos de la Ribera de Deusto temen el “efecto llamada” del edificio de Vicinay y denuncian la inseguridad del barrio
LO bueno de la Ribera de Deusto es que entras a un par de bares y se conocen todos. Que si a este hombre “le han entrado 50.000 veces a robar”. Que si esa es “vecina de toda la vida y sus hijos ya no pueden ir solos al parque”. En lo que apuran un café para plantarle cara a la lluvia y el viento, le ponen a uno al día del pulso del barrio, que no quita ojo al edificio de Vicinay Cadenas por miedo a que, tras su reciente cierre, se convierta en un imán para chatarreros e indigentes. Algo que ya ha sucedido con otras empresas desmanteladas en la península de Zorrotzaurre. “Un edificio hace un efecto llamada impresionante”, advierte Rubio, el mote por el que se le conoce al dueño de una taberna cercana a la empresa. “Entre ellos se van hablando y nos viene toda la tropa. Roban los edificios, te roban los coches, rompen cristales, portales... Mientras que estén aquí no están molestando en el centro de Bilbao”, suscribe una mujer. “Somos los vecinos pobres”, sentencia, a su lado, otra.
No hay como estar enamorado para verlo todo de color de rosa. Eso es lo que le debe pasar a Diego Cardenal, que llegó al barrio hace cinco meses, siguiendo la estela de su novia, afincada en la Ribera de Deusto porque “el precio de los alquileres en Bilbao es prohibitivo, no hay OTA y esta zona le resultó bonita”. Bonita, lo que se dice bonita... “Tiene su punto”, interviene, detrás de la barra del bar, Emilio Armario. “Es bucólico: la ría, las fábricas abandonadas, el ambiente, la gente que hay... Es un sitio cálido y acogedor”, insiste Diego. Es lo que tiene el amor. Su pareja, Vanesa Cortés, aporta al paisaje algunos pequeños detalles, como “los chamizos que tienen montados detrás de un muro”. “Hay colchones, jeringuillas... A un barrio tan majo no es justo que le pase eso”, lamenta, mientras Emilio da cuenta del desvalijamiento de Vicinay. “Han desmontado hasta las ventanas y han quitado todos los cables. Al final han intervenido los vecinos para que no se metan allí, hagan fuego dentro...”, explica y acusa al Ayuntamiento de “intentar echar a los pocos vecinos que quedan”. “¿Cierran las empresas para luego hacer Manhattan? Que sí, se hará, pero ¿en cuánto tiempo: diez años, veinte...? Y de mientras, ¿de qué vivimos los que trabajamos aquí?”, protesta.
Robado 14 veces La vecina de toda la vida, la que antaño dejaba la puerta de casa abierta y a sus hijos mayores corretear libremente porque “no había peligro”, tiene al pequeño vigilado. “Ahora tengo que andar controlando al crío de 10 años con un móvil, además de mala muerte, que se lo pueden quitar encima. No será la primera vez”, comenta. “Nos viene toda la gentuza. Cada vez son más jovencitos y estos no vienen aquí a trabajar, vienen a robar”, asegura.
Que se lo digan a José Antonio Vázquez, nacido en el mismísimo barrio. Ese al que le han entrado a robar en el taller, 50.000 veces no, pero sí 14. “Me quitaron toda la herramienta pequeña. Los cogí siete veces. Hasta los he llevado a la comisaría y se han ido ellos antes que yo”, cuenta y recuerda aquella vez que los esperó, dentro de su empresa, Estanterías Modelo, oculto en una autocaravana. “Fue una mala experiencia, muy mala. Se subieron encima, me quedé indefenso y estaba tan nervioso que me costó mucho llamar a la Ertzaintza. En cuanto oyeron la sirena, se marcharon”, relata. Además de los robos, Iñaki ha vivido en carne propia otro duro golpe, la expropiación de su empresa, de la que han llegado a comer veinte familias. “Yo las conocí todas abiertas. Tener que cerrar la mía, desalojarla, es un trago. Ver destruir todo lo que has hecho, una vida, no se lo deseo a nadie. Se lleva fatal. De hecho, he tenido depresiones”, confiesa, convencido de que lo que “quieren es que el barrio se muera para aprovecharse ellos”. Rubio, que ayudó a los vecinos a bloquear la entrada de Vicinay para evitar compañía non grata, critica la “pasividad” de las autoridades y la lentitud del plan de rehabilitación. “Tiran naves y ponen una valla. Vamos a acabar con el barrio lleno. La gente se esconde entre ellas, hay atracos, acosos...”, denuncia. Miguel Caballero, a sus 79 años, confía en que “de aquí a veinte años esté esto bonito, pero yo no lo veré”.
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