Las pioneras de las ikastolas de Bilbao de los años 30 y 50 hacen memoria
Arantza Zubizarreta y Estibaliz Gandariasbeitia, madre e hija, recuerdan su paso por las primeras ikastolas de Bilbao
Hasta hace unas décadas estudiar en euskera era un privilegio no apto para muchos. Sin embargo, los primeros intentos de fundar un centro educativo en el que instruir a los niños en euskera se remontan a principios del siglo XX, con la aparición de las primeras ikastolas. En diferentes épocas de ese siglo políticamente convulso, en el que la libertad quedaba en entredicho para tornarse en represión de un día para otro, Arantza Zubizarreta (Bilbao, 1924) y su hija Estibaliz Gandariasbeita (Bilbao, 1950) tuvieron la oportunidad de estudiar, aunque fuese durante unos pocos años, en dos ikastolas precursoras ubicadas en la capital vizcaina.
Acomodada en el sofá de su casa, Arantza Zubizarreta echa la vista atrás para rememorar aquellos primeros años de enseñanza. A punto de cumplir 91 años, su memoria prodigiosa le permite recordar detalles que pocos evocan sobre su niñez. Allá por 1933, cuando contaba con 9 años, comenzó el primer curso escolar en la ikastola de Errotatxueta. “Se llamaba así porque estaba ubicada al lado de un antiguo molino. Estaba en la Gran Vía, cerca de Sagrado Corazón”, explica Arantza, tras especificar que se trataba de una escuela legalizada por haberse instaurado durante la Segunda República.
Creada por una asociación de padres a la que pertenecían, entre otros, Felix Zubizarreta, Antonio Irala y Luz Agirretxe, la ikastola estaba formada “por pabellones de madera, de estilo nórdico; el tejado era rojo y las ventanas verdes”. Constaba de tres aulas: los más pequeños estudiaban en una clase mixta mientras que los mayores estaban separados, por una parte las niñas y por otra los niños. “Teníamos una gran pizarra y la maestra daba clases sobre la tarima”, recuerda Arantza sobre la educación impartida por aquellas jóvenes maestras que, con edades cercanas a los 15 años, comenzaban a instruirse en magisterio.
De padre gipuzcoano y madre bakiotarra, Arantza aprendió euskera en su casa, en la calle Espartero -actualmente Juan de Ajuriaguerra-, en una época en la que los euskaldunes escaseaban en Bilbao. “Aquí vienen los vascongados”, rememora que decían los bilbainos cuando escuchaban que alguien hablaba en euskera. A día de hoy, mantiene el vizcaino que aprendió con el vocabulario intacto. Ingurrasti (cuaderno), orlegi (verde), orbaltz (pizarra), andera (señorita) y amantal (delantal) son algunas de las palabras que le vienen a la cabeza al recordar su niñez.
La efervescencia del nacionalismo tuvo su reflejo en Errotatxueta. A raíz del catálogo de nombres impulsado por Sabino Arana en el Santoral Vasco, hubo ciertos nombres que se pusieron de moda. “Recuerdo que a aquellos que tenían nombres castellanos se los tradujeron: a Margarita le pusieron Margarite mientras que a Nieves, Edurne”, comenta Arantza. En los libros que utilizaban también aparecía “el mapa de Euzkadi”, donde se incluían los siete territorios que actualmente conforman Euskal Herria.
Cada día comenzaban las clases a partir de las 9.00, con cánticos y rezos. Horra hor goiko y Aldapeko sagarraren eran algunos de los cantos que entonaban también en unos recreos en los que jugaban a las tabas y a la comba. Las clases de natura o dibujo se sucedían con otras en las que hacían labores, en la que Arantza recuerda haber confeccionado un “cojín con baserritarras en un bastidor”. Fue precisamente en esa clase cuando, en una ocasión en la que habló más de la cuenta la maestra la mandó castigada “a la clase de los chicos, para que pasase vergüenza”. Ahora lo recuerda con una sonrisa: “Fueron unos años bonitos y felices, de los mejores de mi vida; después, vino lo que vino”.
La Guerra Civil trajo consigo el cierre de Errotatxueta. Arantza y su familia se trasladaron a Bakio, donde pudo continuar con sus estudios con clases particulares impartidas por una institutriz euskaldun. Pero aquello tampoco duró demasiado. Su padre era jefe de Movilización del Gobierno vasco por lo que fueron al exilio; primero a Baiona y, de ahí, emprendieron otro viaje mucho más largo a Venezuela, tras pasar por Marsella y Nueva York. “Podríamos seguir hablando sobre ello, tengo una vida muy extensa y con muchas vivencias”, cuenta Arantza mientras da la palabra a su hija, sentada a su lado.
En los años 50 Tras su regreso a Bilbao, Arantza contrajo matrimonio en 1949 y tuvo cinco hijos: Paul, Estibaliz, Idoia, Nerea y Etzosi. Igual que ocurrió en la Segunda República, en 1957 se fundó en Bilbao una ikastola promovida por Xabier Peña y a manos de una asociación de padres, entre los que estaban Arantza y su marido. En esta ocasión, sin embargo, la ikastola estuvo condenada a la clandestinidad por la política de restricción aplicada a la enseñanza para todas aquellas lenguas distintas al castellano durante el franquismo.
“Mis hermanas pequeñas Nerea e Idoia comenzaron en unos locales detrás de la iglesia de San Nicolás”, cuenta Estibaliz sobre ese primer curso que se impartió en los años 57-58, con la ayuda de Don Jesús González, catequista y sacerdote. “Fue un gran riesgo para ellos”, considera sobre una iniciativa que finalizó ese mismo curso debido a la oposición del Obispo. El siguiente curso, los franciscanos de Iralabarri ofrecieron sus instalaciones para dar continuidad al proyecto. “Fue una apuesta ideológica, no solo de nuestros padres, sino de todos los que optaron por estudiar así”, opina Estibaliz, quien ingresó en aquella ikastola junto a sus hermanos.
“Se hacía mucho teatro, aprendíamos con una metodología muy libre”, rememora Estibaliz mientras enumera los nombres de varias profesoras como Agurtzane Alberdi -con la que a día de hoy sigue manteniendo el trato-, Estibaliz Gereño o Zeberi Mardaras. “Estábamos distribuidos en clases mixtas, lo que era muy moderno para aquel entonces, cuando todas las niñas estudiaban en las Esclavas, la Veracruz, las Carmelitas... Siempre con monjas. Nosotros éramos un espécimen raro”, dice Estibaliz, quien guarda un dulce recuerdo de los veranos pasados en Arrazola, en una especie de barnetegi en el que practicaban euskera.
Estibaliz menciona las clases con txirula, así como los libros que utilizaban: Xabiertxo liburuak para la lectura y escritura y Zenbakia para matemáticas, así como la traducción de los cuentos de los hermanos Grimm. De hecho, fue un libro el que provocó que el segundo curso, en los años 59-60, no finalizase en Iralabarri: “Para geografía usábamos un libro que se llamaba Lutelestija, donde aparecía el mapa con los siete territorios”. Tras una inspección, la ikastola fue clausurada y las maestras fueron sometidas a duras multas. “Así terminó nuestra experiencia”, cuenta.
En los siguientes años Estibaliz y sus hermanos acudieron a una escuela pública franquista. “Como ya sabíamos leer y escribir en euskera no nos costó demasiado aprender a hacerlo en castellano”, narra Estibaliz, quien años después realizó el examen de ingreso para ir al instituto. Tras haberse formado como profesora, Estibaliz ha dedicado su vida a la enseñanza, impartiendo clases en numerosos centros vizcainos. Quizás por ello, no olvida mencionar a Elvira Zipitria, precursora del movimiento de las ikastolas, o a Julia Berrojalbiz, figura que destaca por su lucha a favor de las ikastolas.
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