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“Mi aita empezó mal en el Ayuntamiento, no sabía donde se metía”

La ausencia siempre marca y más cuando el aita de uno fue Iñaki Azkuna. Así lo confiesa Alex, su hijo, en la primera entrevista que concede a un periódico un año después de fallecer el mejor alcalde del mundo

“Mi aita empezó mal en el Ayuntamiento, no sabía donde se metía”Oskar Martínez

Bilbao - Nada acostumbrado a los medios de comunicación, en la charla, más que entrevista, este abogado especializado en temas urbanísticos y de ordenación del territorio desvela secretos de su padre, sus vivencias y desavenencias, cómo pasó la prolongada enfermedad y la memoria que perdurará en su ciudad.

¿Cómo le llamaba?

-Siempre aita.

¿Y él a usted?

-Alejandro, toda la vida.

No Alex, como le conocen todos.

-No, fue un cambio que vino cuando estuve en Irlanda de adolescente aprendiendo inglés. Allí no sabían pronunciar Alejandro así que me quedé con Alex y aquí mis amigos lo aceptaron. Él no.

¿El mejor alcalde del mundo fue el mejor padre del mundo?

-Desde luego, aunque pasé por etapas en las que era el peor padre. Yo también tuve un camino paralelo al suyo, una época rebelde y luego volví al padre, como él hizo con el suyo. Estuvimos una época distanciados, de una forma normal, no abrupta. Yo conocí al Azkuna de los 80, un durangués cálido con todos. Mis amigos querían estar con él porque era un cachondo, pero de repente se convirtió en un tío mucho más serio.

¿Por qué?

-Fue cuando llegó a la consejería de Sanidad. Estar en el Gobierno vasco con compañeros con otras raíces, quizás menos populares... se volvió un poco más estirado, más consejero que aita y eso nos distanció. No lo digerí bien. Tenía que competir por el cariño de mi padre.

-La gente no lo veía distante.

Sin duda, era cercano, con sus contradicciones y sus errores, incluso salidas de tono, pero era auténtico, mucho más que el resto de los políticos, y eso la gente lo apreciaba.

Pero tenía una vitola de elitista por sus gustos por la opera, la música clásica, la literatura...

-No lo era. La gente está equivocada en eso. La cultura le venía de joven. Me contó que con el primer dinero que ganó limpiando en un caserío del tío Urreta se compró una caja de discos con las nueve sinfonías de Bethoven. Y luego mi madre también le influyó desde luego.

Antes comentaba que volvió al padre, ¿cuándo fue eso?

-Nos volvimos a amigar cuando empecé a estudiar en Madrid, nos entendíamos más ya como adultos. Luego cuando mi madre enfermó... eso ya nos acercó mucho e hicimos tándem. La pena es que no tuvimos más tiempo.

Nunca se implicaron su madre y usted en la vida pública...

-Tenemos fotos oficiales sí, pero él siempre protegió su vida privada, algo que aquí creo que es lo normal.

¿Por eso no ha concedido entrevistas hasta ahora?

-Tengo un poco cruce de cables. Por una parte lo hago en honor a mi aita, ¡Cómo no voy a hablar de él! pero, por otra, es raro para mí ser protagonista.

¿Pesa llevar el apellido Azkuna?

-Bueno, siempre me pillaban, sí. No hay muchos ‘Azkunas’ y la gente actúa de forma muy rara. Cree que tienes muchos contactos con las altas esferas y yo, que soy una persona normal, alucinaba un poco.

¿Pedían favores? ¿Qué intercediera con su aita?

-Sí, muchas veces pero yo no tragaba, y mi aita menos. Creo que fue el político que desde sus puestos menos favores hizo en Euskadi.

¿Tiene pretensiones políticas?

-La política entendida como una forma de participar en la vida pública, como los griegos, puede ser interesante, pero tal y como se entiende ahora no me interesa. Estoy en un momento profesional como abogado urbanista más interesante.

¿Influyó el alcalde Azkuna en esa especialización de Derecho?

-¿Qué crees? Sí, me atrae la ordenación del territorio y el diseño de ciudades. Es además una forma de intervenir en la vida pública.

¿Le pidió ideas sobre la evolución urbanística de Bilbao?

-Bueno alguna ya intenté colarle pero no lo conseguí. Tenía un gran equipo a su alrededor, Areso, Sabas, Aldekoa... que él se encargó de engrasar muy bien para conseguir el Bilbao actual.

Fue una visión a largo plazo...

-Eso le diferenció también de otros políticos, no era cortoplacista.

¡Y se mantuvo cuatro mandatos como alcalde!

-Pero empezó mal en el Ayuntamiento, no conocía la vida municipal, no sabía dónde se metía. Mi tía Marisol ya le dijo: ‘¡para qué has dejado la consejería de Sanidad que tú controlabas y te has metido en este berenjenal!’.

¿Qué razón le llevó a aceptar ser candidato por el PNV?

-Vio la dimensión popular del cargo. También el orgullo de ser alcalde de Bilbao. Creo que nació para eso.

Aunque fuera natural de Durango.

-Sí, pero ya sabes, los de Bilbao nacen donde quieren. De todas formas, quiero reivindicar que siempre se mostró muy satisfecho de ser consejero del Gobierno vasco. Tenía a esa institución muy mitificada por toda la gente que conoció en París del primer Gobierno Agirre. De hecho en su lápida se lee consejero de Sanidad del Gobierno vasco y alcalde de Bilbao.

¿Qué le pareció su candidatura?

-Me cabreé.

¿Cómo?

-No me hizo ni pizca de gracia. Conocía a la hija de Josu Ortuondo, el anterior alcalde, y le echaban a ella la culpa de los baches que había en una calle. Yo no quería eso para mí. Incluso en tiempos cercanos me han pedido a mí explicaciones por problemas en la ciudad.

Su aita fue un verso libre en el PNV.

- (Sonríe) Recuerdo una entrevista que le hizo el periodista Carlos Dávila atacándole constantemente por esas discrepancias y al final le contestó claramente: ‘Yo soy un hombre del PNV como mi padre, y soy un hombre disciplinado y de partido, de su visión de país y nación’. Ahí queda eso

Pero tenía sus matices.

-Sí y algunos importantes, pero él quería encajar ser nacionalista con una visión más amplia del mundo.

Quizás por eso persiguió un Bilbao internacional.

-Sin duda, y eso ya ha quedado en la ciudad, y los que vengan aportarán su poso personal, pero esa es una línea clara a seguir en el futuro de Bilbao.

No le importaba enfrentarse a todos.

-Contra mí también. Me acuerdo que hubo una época en que yo era especialmente tocanarices y un día me soltó: ‘Yo que gobierno a 20.000 personas en Sanidad y soy incapaz de gobernarte a tí’. Tenía carácter y en vida no le contestaban pero ahora estoy conociendo a mucha gente que, vamos a decirlo, sale del armario.

¿Cómo se enfrentó al cáncer?

-Los primeros dos segundos con rabia por no darse cuenta, él como médico, del cáncer del próstata. Había pasado cuatro años muy malos en el primer mandato como alcalde y cuando empezaban a ir las cosas bien, de repente el cáncer.

¿Fue duro el tratamiento?

-Sí, duró muchos años. Poco antes de morir me dijo que no era un cáncer pequeño que, en principio, no se dura más de dos o tres años. El aguantó doce.

¿A qué se agarró para vivir tanto?

-A la vida, se agarró a la vida. No se rindió y peleó hasta al final, tanto que le dijimos los últimos días que dejara de batallar, que no le podíamos seguir. Los propios médicos que le trataron estaban emocionados de su tenacidad.

Y siempre trabajando.

-Cuando estaba en cama en el Hospital de Basurto seguía echando broncas a los concejales.

Ya hubo quien criticó que apurara el cargo en su estado

-Lo entiendo, pero era su voluntad y había que respetarla. Creo que una persona mayor, incluso aunque esté enfermo, no es algo a ocultar, no es un trasto viejo al que arrinconar. Quizás fue triste para algunos verle apagarse pero también es un ejemplo de lucha para otras personas que tienen cáncer. Creo que puede ser positivo. Tuvo mucho valor y actitud.

Los días previos a la muerte fueron duros ¿y los posteriores?

-Aguanté como pude. Él no quiso grandes funerales y los actos que tuvimos, excepto la misa en la Catedral de Santiago, fueron así.

¿Cuánto le ha echado de menos este año?

-Muchísimo. Y a medida que pasa el tiempo más. Me siento más maduro y le comprendo más a él, ahora que soy padre.

¿Cómo recibió la llegada de Marta, su nieta?

-Con una gran alegría. Aunque cuando se lo anuncie me dijo un escueto ‘es una buena noticia’, su cara mostraba una sorpresa increíble. Se lo dije dos meses después de fallecer mi madre y no creía que iba a ser abuelo a su edad. Lo vivió a fondo, es una pena que solo pudo disfrutarla siete meses. Ya me dijo que le hubiera gustado haberla visto andar, oír sus primeras palabras...

¿Qué le parece que bauticen a la Alhóndiga como Iñaki Azkuna?

-Un honor. Mi aitite estaría orgulloso que el edificio de Ricardo Bastida lleve el nombre de su hijo.

Pero ¿no tiene demasiado peso el nombre de la Alhóndiga? Mucha gente no le va a llamar Azkuna.

-Puede que tengas razón, igual hubiera sido mejor recordarle dando su nombre a la Plaza Circular.

Algunos ya lo propusieron tras su fallecimiento...

-Y yo voté esa idea en Internet donde se abrió la opción para ello, pero entiendo también que Ibon Areso habrá tenido sus razones para optar por la Alhóndiga. Cuando vaya me sentiré muy orgulloso.

Areso, fue un gran apoyo para él.

-Un caballero, al que mi aita le obligó a que le acompañara en este último mandato. Le dijo cuando pasaban por unas obras que estaban viendo unos jubilados: ‘¿Tú quieres estar ahí como estos?’, así que siguió en el equipo. Luego le sustituyó sosteniendo la makila con auténtica dignidad. Le estoy muy agradecido por cómo se ha comportado este año conmigo y con mi familia. Un señor.

¿Ha estado Azkuna presente en la ciudad este último año?

-Sin duda, está presente en la calle, en la gente, muchas personas me habla de él, en su trabajo que estará ahí siempre. Mi aita se va a perpetuar en el legado de la ciudad que dejó. La historia del PNV en Bilbao es una historia de grandes hombres y mi padre se inserta en esa tradición, la cual creo que hay que reivindicar.

¿Puede incomodar al próximo alcalde que venga en mayo?

-No lo creo, puede ser perfectamente compatible el futuro con el pasado del que sentirse orgulloso. El nuevo alcalde podrá dejar su impronta tomando lo mejor del anterior.