YO soy de los que siempre va presumiendo de Bilbao por ahí abajo”. Lo dice Juan Carlos Rastrollo, presidente del Centro Extremeño de Bilbao, que lleva casi 50 años “muy a gusto” en la capital vizcaina. Tanto es así que no piensa volver a su tierra a pesar de estar medio jubilado, tener una vivienda en su pueblo natal, Almendralejo, y una nieta. “Voy de visita”, dice, “pero mi vida está aquí”. Una vida que discurre entre un pequeño despacho que tiene en la calle Buenos Aires, donde sigue haciendo pólizas de seguros; su familia, ya que tiene otro nieto en Bilbao, y el Centro Extremeño, al que estos días le ha dedicado más tiempo ya que han celebrado la 39 edición de la Semana Extremeña. A pesar del tiempo transcurrido, Juan Carlos sigue teniendo un fuerte acento extremeño. Y con ese gracejo, también propio de los extremeños, cuenta las maravillas de su tierra y su gente. Por eso afirma orgulloso que “soy embajador aquí de Extremadura y allí de Bilbao”.
Juan Carlos llegó muy joven, con apenas 18 años, a la capital vizcaina. No recuerda el día exactamente, pero sí la primera impresión que tuvo nada más bajarse del tren en la estación de Abando tras un viaje de casi dos jornadas. “Era una noche de septiembre”, cuenta, “me fue a buscar el señor de la casa en la que me iba a hospedar y cuando llegamos a La Peña, donde iba a vivir, vi el monte que había detrás de la calle Zamakola y pensé: ¡Ay madre, ¿dónde he venido?” Menos mal que al día siguiente se fue a conocer Bilbao y cambió su percepción. Juan Carlos cumplía de esa forma un viejo anhelo: salir de Extremadura. “Yo tenía claro que quería salir del pueblo hacia una población importante”, dice. Así que desde que estaba en el instituto empezó “a dar la murga” en casa para irse a Madrid, Barcelona o Bilbao. Reconoce que le daba igual el destino. Una vez finalizado el bachiller laboral, Juan Carlos volvió a la carga, a sabiendas de que su padre algún día cedería a pesar de que no quería que su hijo, tan joven, se fuese de casa. Pero al final cedió. Una casualidad hizo que Juan Carlos pudiera, por fin, cumplir su sueño. “Una familia de Bilbao que pasó unas vacaciones en Almendralejo e hizo amistad con mi padre”, recuerda, “le dijo que yo podía ir a su casa, lo cual le tranquilizó y permitió que yo, por fin, me fuera del pueblo”. Su padre claudicó con una sola condición. “Me dijo que si se me ocurría meterme en una oficina, vendría a buscarme para volver a Almendralejo”. Y en eso estaba de acuerdo Juan Carlos. A pesar de haber estudiado, él puso rumbo a Bilbao con la idea de entrar a trabajar en La Naval o Euskalduna. De hecho, sus primeros pasos en busca de trabajo los dirigió hacia un taller. Y entró en uno, “que tenía poco fuste”, dice. Pero como no había venido a perder el tiempo, sino a buscar un futuro mejor, Juan Carlos se apuntó a una academia para mejorar su formación en contabilidad y mecanografía. Y esa circunstancia sí que fue determinante. El director de la academia le propuso presentarse a un puesto de trabajo en una compañía de seguros. Fue y le cogieron. Ahora confiesa que “tardé tres meses en decirle a mi padre que me había metido en una oficina”. Y en ese sector, en el de los seguros, ha desarrollado toda su dilatada vida laboral. Su primer objetivo ya estaba cumplido: tener trabajo; le faltaba el aspecto social, algo muy importante en la población inmigrante.
Centro extremeño Eso hizo que Juan Carlos y un grupo de paisanos fundaran en 1971 en La Peña, donde vivían la mayoría, el Centro Extremeño de Bilbao. “Primero estuvimos en la calle Zamakola, pero años después nos trasladamos adonde estamos ahora, al final de calle Iturribide”. Empezaron siendo algo más de 130 socios, y llegaron a ser 400, pero luego ha ido decayendo esa cifra. “Unos se han ido, han vuelto, otros se han muerto y muchos solo pasan por aquí en determinadas fechas, para coger lotería, por ejemplo”, cuenta. Total, que actualmente no llegan a 100 socios. Pero eso no impide que organicen actividades como esta Semana Extremeña. En su orígenes, el Centro Extremeño fue un lugar de acogida para muchos paisanos que llegaban en busca de trabajo. Hoy en día es simplemente un lugar de reunión. Juan Carlos sigue manteniendo el vínculo con su tierra a través del centro, pero no piensa volver. “Yo estoy contentísimo aquí”, afirma, “y siempre que me preguntan en mi pueblo a ver cuándo vuelvo, les digo que nunca, que estoy a gustísimo”. Eso sí, en Semana Santa y verano va para no perder las raíces.