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Cuatro continentes en la vida de Bilbao

La gestión burocrática y la representación comercial marcan la agenda diplomática de la villa Desde los partes de nacimiento a las actas de defunción, el trabajo consular no cesa en el día a día

Cuatro continentes en la vida de BilbaoJ. LAZKANO

bilbao. Podría decirse de Bilbao, como de Florencia -escribe Robertson- que era una "democracia de comerciantes". Ese aliento aventurero de mareantes, mercaderes y maestres de naos, de puerta abierta al mundo, ha hecho de la villa un lugar de ida y vuelta. Antes de villa, Bilbao ya era plaza de comercio. Y ahí se estrecharon sus lazos con el mundo, bien a través de la Casa de Contratación de la Villa de Bilbao -más tarde el Consulado de Bilbao- fundada en 1489, bien a través de los diversos países que fueron abriendo consulados en la villa, hasta que en 1923 se creó el Cuerpo Consular.

Del origen mercantil de la diplomacia caben pocas dudas. Si uno visita Brujas puede aún pasear por la Biskayers Plaatz, la Plaza de los Vizcainos. Sí, claro que sí, Bilbao tuvo allí su Casa de Contratación.

Ésta es la historia vista desde la otra orilla: la vida y milagros de los cónsules de hoy en día en Bilbao. Habrá que contar que son 37 los países que poseen credenciales en la villa. Su día a día desmiente aquella mirada irónica de Winston Churchill cuando dijo que el diplomático es una persona que primero piensa las cosas dos veces y finalmente no dice nada.

Oigámosles. Oigamos a cinco de ellos, el Secretario del Cuerpo Consular, Carlos Lertxundi, cónsul de Sudáfrica; la cónsul de Bélgica, Sylvie Lagneaux; el cónsul de Irlanda, Rocco Caira; el cónsul de Pakistán, Rafael Garibi; y el cónsul de la República Dominicana, Juan Álvarez, cuatro continentes con los pies en el suelo.

En la conversación surge un juramento: el que hicieron sobre la Convención de Viena de 1963. Y ante la pregunta sobre el trabajo y las atribuciones del día a día, se organiza un guirigay. "Cada país decide qué competencias da", asegura Carlos Lertxundi, "con lo que resulta imposible elaborar una guía de acción consular en la villa". Cada país fija sus reglas en función de las relaciones bilaterales que mantienen con el Reino de España, aseguran los cónsules, que no llevan "esa vida regalada" que algunos intuyen.

El exequátur es la credencial que les concede algún poder, la autorización que otorga un jefe de Estado a agentes extranjeros para que puedan ejercer funciones propias de sus cargo. Y si bien la inmensa mayoría de los cónsules en Bilbao actúan gratis et amore, no puede decirse que no trabajen. Así, los cinco elegidos admiten que ejercen representación ante las tres Administraciones y puntualizan que su trabajo se extiende "desde los partes de nacimiento hasta las actas de defunción, pasando por la repatriación de cadáveres, la gestión de los permisos de residencia y de trabajo, los pasaportes, y los certificados que necesitan nuestros compatriotas".

Se habla mucho de esa impunidad diplomática a la que tanto aludían las novelas de espionaje de los viejos tiempos. "El cónsul es como un obispo", señala Carlos Lertxundi. "Si llegase el presidente del Parlamento de nuestro país estaría bajo nuestra jurisdicción. Sólo estamos bajo la tutela del embajador y del jefe de Estado del país en el que ejercemos", asegura.

Rafael Garibi - y a su opinión se suman todos...- valora, sobre todo, "el papel de agente comercial. Todos nosotros estrechamos lazos comerciales, preparamos informes de ida y vuelta (para inversores de su país que aterrizan aquí y viceversa...), tendemos puentes..."

Sería difícil que se repitiese un caso así. La mayor parte de los consulados ejercientes en Bilbao -y cuyo radio de acción no se circunscribe solo a la ciudad sino que amplían su zona de influencia...- son consulados honorarios, lo que en la práctica significa que es el cónsul quien sufraga los gastos. "De ahí que numerosos consulados estén localizados en oficinas de empresas, despachos de abogados e incluso domicilios particulares. Nada de smoking y sedes palaciegas", aseguran los presentes, que mantienen una media, aproximada, de cuatro horas de gestiones abiertas en horario de oficina.

Rafael Garibi, cónsul de Pakistán, mantiene la sede abierta en su despacho de Alameda Rekalde. Desde ella recuerda que "la mayoría de los kebhabs están regentados por paquistaníes", y sonríe al recordar que "abroncaron a unas monjas clarisas de Artebakarra por servirme jamón en un refrigerio al pensar que yo era... ¡musulmán!"

Sylvie Lagneaux es cónsul honoraria belga de segunda generación. Ostenta un cargo que se remonta a 1831 y en su quehacer habitual llegó a encontrarse con un caso peculiar: un ciudadano belga que había cruzado en tren media Europa en pijama, descalzo y sin pagar. "Nos llamaron desde Burgos y se averiguó, incluso, que llevaba un bolígrafo en el estómago. Lo curioso del caso es que ya le habían detenido por algo similar... ¡en Italia!"

De entre los casos que ilustran este reportaje, conviene oír a Carlos Lertxundi, cónsul honorario de Sudáfrica, quien ha vivido días intenso y emotivos tras la muerte de Nelson Mandela. No recuerda bien si fue en el 84 o en el 85 pero no olvida la escena. "Un grupo de diez o doce futbolistas rumanos que habían jugado en San Mamés entraron en el consulado, apenas una oficina, pidiendo asilo político. Se montó un buen follón y hubo que organizar, junto con el gobernador, un pasillo libre para que pudiese salir... ¡Fue la bomba!"

Hace más de veinte años, internet no era lo que es hoy. Juan Álvarez, cónsul de la República Dominicana, recuerda que fue de los primeros en instalar esa herramienta. Tanta precocidad provocó que unos hindúes localizasen el consulado y se presentasen allí para pedir... ¡pasaportes! Al final se lo arreglamos. Es lo habitual: resolver problemas". Al recordarle el tan cacareado turismo sexual, Juan Álvarez lanza un guiño al advertir que "no es solo masculino, que conste".

Rocco Caira, irlandés de ascendencia italiana, admite que la colonia irlandesa en Euskadi tiene mucha presencia. Pone sobre la mesa la existencia de una poderosa Asociación Vasco-irlandesa antes de recordar cómo le llamaron desde un hospital para conocer los trámites necesarios para expatriar un cadáver. "Pregunté por el muerto y me dijeron que todavía estaba vivo, que sólo era pura curiosidad. ¡Increíble!"