SANTIAGO Alcaide, un bilbaino de Artxanda, sentía una gran admiración por la cultura norteamericana. Sobre todo por Nueva York. A tal punto llegó su fascinación por la Gran Manzana que llamó New York a la pastelería que abrió en 1923 en la calle Buenos Aires de Bilbao. Además de darle el nombre, Santiago decoró su interior con motivos relacionados con la que era la ciudad de los rascacielos a principios del siglo XX. También quiso dejar patente en detalles decorativos su admiración por el descubrimiento de América. A pesar de sentirse cautivado por Nueva York, nunca llegó a atravesar el Atlántico para ver con sus propios ojos los edificios que pintó en las paredes de la pastelería su amigo Luis Lertxundi. Santiago no salió de Bilbao. Siempre se mantuvo al pie del cañón en el negocio. Primero despachando pasteles y tartas y en los últimos años de su vida en la caja registradora que todavía conserva la actual propietaria del negocio María Ángeles Fernández. Una reliquia compuesta por la caja, el mueble y su habitáculo, que se mantiene en una de las zonas del salón de té como parte del pequeño museo que se ha convertido la pastelería New York. Sí, porque María Ángeles, desde que se hizo cargo de la pastelería, hace ahora 18 años, no solo la ha mantenido intacta sino que además ha ido aportando objetos antiguos, sobre todo radios. De esa forma ha contribuido a darle un mayor atractivo a uno de los establecimientos con más encanto de Bilbao. Pero lo más importante es que la pastelería New York se mantiene viva gracias a sus reputadas trufas y pastas, entre otros productos que elaboran en el propio obrador, y a los miles de desayunos y meriendas que sirven todos los días en su coqueto e histórico salón de té. Se ve que es una pastelería con denominación de origen.

Lo de María Ángeles y la pastelería New York fue un flechazo a primera vista. "Me encantó nada más ver su interior", recuerda. Eso sucedió en 1994. Un año antes la pastelería había cerrado sus puertas después de que la explotaran sin éxito quienes la habían cogido tras el fallecimiento de su fundador. En esa época María Ángeles estaba viendo la posibilidad de abrir un negocio en Bilbao. Y aunque ella procedía de la hostelería, decidió apostar por la pastelería y meterse de lleno en el mundo de los dulces. Dieciocho años después de embarcarse en la aventura se siente orgullosa y satisfecha por haber tomado esa decisión. "La crisis y la prohibición de fumar, sobre todo esto último, nos ha hecho mucho daño, pero no nos podemos quejar", señala. La pastelería New York tiene una clientela fiel que acude diariamente a su salón de té a desayunar y merendar a base fundamentalmente de café, té o chocolate, acompañados siempre por un pastel o un bollo de mantequilla, "de los auténticos, de los de Bilbao de toda la vida". Últimamente ha tenido que incorporar al menú los churros, cada vez más demandados por la clientela.

Decoración María Ángeles se quedó prendada por la decoración del local. "Eso fue lo que más me animó", dice, "porque yo de pastelería no sabía nada". Posteriormente, y una vez que entró en contacto con la familia de Santiago Alcaide, se entusiasmo más al conocer la historia de su fundador y del establecimiento. Según le han contado a María Ángeles, "Santiago era un enamorado de Nueva York y del descubrimiento de América". Así que encargó que pintaran las paredes con imágenes de la ciudad y los techos con las estrellas de la bandera norteamericana. Las alusiones al descubrimiento de América, por otra parte, quedan patentes en la reproducción de las carabelas en una celosía forjada en hierro, en un tótem precolombino y en una inscripción que dice: "Salón de té. 1492". Además de los cuadros, el interior del local cuenta con unas vidrieras realizadas en Salamanca, lo mismo que unas lámparas y la forja, "que deben tener un cierto valor artístico".

El interior del establecimiento está igual que cuando se hizo cargo de él María Ángeles. "Lo único que hice fue cambiar el suelo del salón de té, que era de madera y estaba muy deteriorado, y las sillas". El resto sigue igual. El mármol del suelo de la zona de la pastelería, a juego con la columna principal, es una de las joyas de la pastelería que destaca María Ángeles.

Museo Ella se ha encargado de ampliar el pequeño museo. Ha ido llenando las vitrinas de la pastelería con objetos antiguos, sobre todo radios. "Siempre me ha gustado escuchar la radio", dice, "así que he ido coleccionando aparatos". Todos ellos, unos 12, proceden de "donaciones familiares". Por ahora no ha tenido que recurrir a mercadillos, aunque tampoco lo descarta en un futuro. Junto a las viejas radios, hay desde unos prismáticos hasta una máquina de fotos Polaroid, "de las primeras que se fabricaron", dice, pasando por un soplete, libros y revistas que leía cuando era pequeña o unas muñecas alemanas. En ello también ha tenido mucho que ver su compañero, de origen alemán, que ha aportado numerosos objetos. Por ejemplo, unos curiosos vasos de cerveza que lucen en una vitrina especial.

Los clientes que entran por primera vez a la pastelería se quedan un poco asombrados con lo que ven, "pero les gusta", dice María Ángeles, "les parece curioso". Cada vez son más los turistas que traspasan su puerta.

"Desde que se abrió el museo Guggenheim hemos notado muchísimo la presencia de turistas en el local", comenta. "Y es lógico", prosigue, "porque este tipo de establecimientos es el que les gusta a los extranjeros, un lugar típico, tranquilo, donde no hay televisión ni ruidos y se puede estar hablando y tomando algo". No han necesitado hacer mucha publicidad para que los turistas entren en la pastelería. Los clientes extranjeros han logrado que la prestigiosa revista francesa La Route la distinga en el firmamento hostelero.

Natural

Para ello, María Angeles y todo el equipo que trabaja en la pastelería mantiene la misma filosofía de trabajo que su fundador, que bien podría ser "tranquilidad y buenos alimentos". Desde el obrador que hay en la misma pastelería, "será de las pocas que se mantiene", aclara, salen las pastas, pasteles, bollos, trufas, y tartas que se consumen en el salón de té o se venden en la pastelería. "Aquí todo se hace de forma natural, nada se hace con polvos, la nata es nata que se hace al día y la bollería se hace con mantequilla", advierte. ¿Y la especialidad de la casa? Hace un silencio antes de responder. "No sé, yo destacaría las trufas y las pastas". Lo que destaca María Ángeles por encima de todo es la clientela fija que tiene. "Ellos son los que mantienen vivo el salón de té", dice. Un salón que hace años se cerraba pasadas las doce de la noche, "donde la gente venía a tomar un café o una copita después de cenar". Pero las costumbres y la crisis han cambiado los ritmos del negocio, aunque no la clientela. Ahora el trabajo se concentra en los desayunos y las meriendas. Agradables tertulias en un ambiente clásico de Bilbao con aires neoyorquinos. Todo un lujo por 2,50 euros, lo que cuesta una taza de chocolate auténtico, nada de paladín, con churros o un bollo de Bilbao.