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Una nube negra en el cielo despejado

El recuerdo íntimo de Roberto Gracia, el cristalero fallecido durante la obra, halló hueco

Una nube negra en el cielo despejadoZigor Alkorta

bilbao

AYER era un día de cielos despejados, un día de luz limpia. Nada que ver con aquel otro, un 17 de agosto de 2011, en el que la nube negra de la tragedia se recortó sobre el asfalto, donde Roberto Gracia, a los 45 años, yacía sobre el suelo antes de las cinco de la tarde, hora maldita según cantan los poetas. La carga libre de una grúa segó su vida y tiñó de luto lo que hasta entonces era una fiesta de la construcción. Junto a él, el operario con el que trabajaba el cristal mano a mano, estaba roto: "Roberto, Roberto...".

Ayer de nuevo. Antes de que se encendiesen las luces de neón de una inauguración bañada en sonrisas, hubo un recuerdo íntimo para ese hombre: un ramo de flores anudado a la farola más próxima a donde se produjo el trágico accidente. Sin otros testigos que la familia dolorida, un amigo cercano, Jesús Veci, quien le puso por sobrenombre Cristalitos cuando aún vivía, y el señor Daniel, el viejo amigo de la empresa familiar, trajeron unas flores, testimonio mudo de un dolor que no acaba de marchitar.

"No tengo voz, no me salen las palabras", musitaba su viuda, Ana Isabel Cavia, en un día que debiera ser alegre antes del fatal desenlace y que acabó "lleno de tristezas". "No hace falta que hagáis nada, basta con que recordéis lo de las flores...".

Frente a las flores anudadas, como si se tratase de un homenaje involuntario (o no...), se bailó el aurresku de honor con el se inauguraba el hospital IMQ Zorrotzaurre y tronaron las voces de la Sociedad Coral, dirigidas por Julio Gergely. El Agur Jaunak, para los más cercanos y los avisados, sonó entre alegre y fúnebre, con un punto de melancolía. Llegaron después El roble y el ombú y Euskal Herriko y la congoja se fue disipando. Es la cruel ley de vida.

Para entonces, la escena ya se había producido. El presidente del IMQ, Pedro Ensunza, había recibido a la comitiva sentimental -la propia viuda, su hija, el fiel señor Daniel y el fiel amigo, Jesús Veci, Fiti...- para acompañarles en el gesto, en el dolorido recuerdo. Sin testigos, antes de que estallase la fiesta, sonó la hora del muerto. Allí, entre losientos y apoyos, Pedro habló con la familia. Lo hizo para garantizarles que en el primer aniversario de la muerte de Roberto, en 17 de agosto de 2013, el IMQ colocará una placa que le recuerde en piedra para siempre. Las flores, ya se sabe, se ajan y marchitan. Más tarde, en el momento de los discursos felices, el propio presidente recordó el accidente en público. No podía, no debía olvidarse de esa muerte en un día tan feliz. No para avinagrarlo sino para recordar que en esa obra que ha durado dos años hay también sudor y lágrimas.

Fue, aquella, la nota más humana de cuantas hubo en el mediodía. Entre los coros se elogiaban "los adelantos tecnológicos, el reparto de los espacios y el confort con el que convivirán médicos y pacientes" y apenas sonaban voces discrepantes. Para alguna que otra voz con autoridad, los discursos de Pedro Ensunza, pese a la advertencia previa del presidente , "se alargaron más de la cuenta, más de cincuenta minutos si se suman dentro y fuera". Clemencia. Era, para él, el día del gran sueño cumplido y había vivido esos instantes serios, sobrios como un ciprés de cementerio. Iban y venían los invitados bajo la carpa instalada en exteriores y, como es costumbre que ocurra en este tipo de acontecimientos, el ambiente fue relajándose.

Para entonces, para cuando todo esto sucedió y se emprendió la caza y captura de un bocado -el filo del mediodía es hora traidora...-, la familia y amigos de Roberto ya se habían marchado. No eran partícipes de la fiesta. Si no estaba Roberto... ¿para qué querían estar ellos?