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Fantasmas entre ladrillos

Militares, bomberos y policías han dejado su huella en 80 años de historia

Fantasmas entre ladrillosDavid de Haro

Bilbao

Recorrer los edificios de Garellano a medio desmantelar es un ejercicio donde la memoria triste impera. Los elevados techos de los bloques de ladrillo rojo y arquitectura indeterminada ofrecen un aspecto lóbrego y sombrío alimentado ya por el vacío de algunas estancias. Los recuerdos de unas instalaciones militares, inauguradas por el rey Alfonso XIII en 1930; de un recinto que acogió la morgue de la tragedia del monte Oiz; de unas dependencias donde han trabajado cientos de funcionarios locales desde 1981, aparecen a cada paso.

Los edificios que albergaron las dependencias policiales son los más adelantados en este striptease de hormigón y yeso. Los restos del viejo gimnasio donde los agentes se entrenaban difieren de la galería de tiro subterránea donde los operarios han recogido decenas de balas incrustadas en las paredes acolchadas.

El Archivo Municipal es otro mundo. Kilómetros de estanterías que antes acumularon la hemeroteca de periódicos locales se extienden en las grandes habitaciones todavía dormidas a la espera de su desmontaje. En su acceso principal desde el patio central, un precioso mueble de madera que antaño recogía las fichas de los legajos, libros y documentos se levanta orgulloso pero desvencijado. Arriba en la tercera planta, los currelas te invitan a observar el dibujo pintado en una pared por algún recluta con mano artística. La escena con dos tanques sobre una loma es casi naif, pero muchos bilbainos que hicieron la mili en Garellano y durmieron en literas en esta estancia seguro que la recuerdan. Han sido miles los bilbainos y vizcainos que tuvieron estos muros como referencia de trabajo y juventud. Incluso algunos han querido llevarse un trozo de Garellano. La contrata ha tenido que rechazar ofertas de algún vecino que quería entrar; saben, además, que antes de marcharse algún bombero se llevó elementos de su viejo parque. Evidentemente, el guarda de seguridad que vigila el único acceso al recinto también ha declinado la oferta de varios chatarreros que deseaban ayudar en la demolición.

Los bloques que permanecen intactos por poco tiempo son los que los apagafuegos dejaron de un día para otro en su mudanza a Miribilla. Se llevaron todo lo utilizable pero quedan las cucañas por donde se deslizaban hasta los camiones cuando saltaba la alarma, los trozos de coches que usaban para sus prácticas de desencarcelamiento y esa cocina industrial donde demostraban sus prácticas culinarias en las guardias de 24 horas. Aún huele a ese aroma de txoko pluriutilizado y, si se afina el oído, se oye la sirena fantasma del camión de bomberos que partió a extinguir el ultimo incendio atendido desde Garellano.