EL de ayer fue un día agridulce para Bilbao. Mientras unos celebraban la recuperación del Teatro Campos, otros lloraban la pérdida de la clínica San Francisco Javier. Después de 40 años de actividad, la despedida, como todas, se produjo entre anécdotas, lloros y también risas. El futuro para la mayoría de los trabajadores es incierto, pero sobre todo ayer, lamentaban la separación de sus compañeros.
El último paciente hospitalizado abandonó la clínica el pasado sábado. Hasta ese día, la actividad ha sido frenética. "Morimos matando", decía ayer una auxiliar. La frase que no parecía la más oportuna tratándose de un hospital se refería a que habían trabajado intensamente hasta el último momento. "Y con buena cara, si llegamos a ser de la metalurgia, no hubiéramos actuado así. Pero, claro, los enfermos no tienen la culpa", señaló Ángel, uno de los trabajadores. Ayer mismo, el teléfono no dejaba de sonar. "Los pacientes siguen preguntando a dónde tienen que dirigirse". Lo dice María Ángeles que lleva 32 años en esta empresa. Está en la recepción junto con Maite y Miren que llevan tres años en el centro. Las tres pensaban que se jubilarían en la clínica. "Se podría escribir un libro con las cosas que han pasado en estas cuatro paredes", coinciden. De hecho, María Ángeles, la más veterana, todavía recuerda los años que estuvo interna en el centro. "Porque cuando era propiedad de las monjas josefinas, sólo si estabas interna en el centro, podías trabajar. Yo tenía 19 años". Ha llovido mucho desde entonces. De hecho, en esta clínica han nacido después sus hijos. "Y vaya partos más duros", le recuerda Begoña, una de las matronas, que acaba de llegar y se suma a la despedida.
Lo veían venir. "Era una muerte anunciada", señala Maite. "Pero siempre te queda una esperanza de que algo ocurra y continúe".
No sólo para los trabajadores, para los pacientes también ha sido un dolor el anuncio del cierre. Las auxiliares dicen que además de bilbainos había muchos que venían de la zona de Gernika, Bermeo y Ondarroa. "Vaya risas que hemos echado", recuerdan entre auxiliares y enfermeras. "Les decíamos que no podían comer antes de subir a quirófano pero no hacían caso". Vicky, una de las veteranas, se lanza a contar una anécdota. "Os acordáis de aquel hombre de Gernika al que le habíamos avisado de que tenía que estar en ayunas antes de subir a quirófano, y ya en la camilla, cuando se le iba a operar va y confiesa que había comido mejor que nunca porque no sabía qué tal sería la comida en Bilbao en comparación con la de Gernika". Otro compañero se anima y cuenta otra anécdota. "Si hombre, y aquél que decía, estoy sin comer nada, y en el último momento, a punto de operarle se nos ocurre preguntarle ¿y beber? y contesta: Ah, beber todo lo que he podido. Otra vez a esperar a que pasara el efecto". Pero, para todos, la mejor anécdota es la de la mujer del cuerno. Ana, una de las veteranas ya que lleva más de 30 años en la empresa, se dispone a contar la historia ,y todos a escucharla como si fuera la primera vez.
la MUJER DEL CUERNO La anécdota de la mujer del cuerno no tiene desperdicio. "En cierta ocasión, vino una señora a la clínica diciendo que quería quitarse un cuerno. La hermana josefina me llamó y me dijo que había una mujer con un cuerno, pero que cuando la viera no hiciera ninguna exclamación ni ningún comentario. Yo le dije que así lo haría y pasé a verla. Cuando la mujer se quitó el pañuelo y vi aquel cuerno como el de un cabrito no pude evitar exclamar: ¡Hostia! De la impresión que me dio. Llamamos al dermatólogo y se le operó para quitarle el cuerno, que se envió a Madrid a analizar. La cuestión es que la mujer había nacido con un cuerno pero nadie de su entorno lo sabía. Ella misma se cortaba el pelo y siempre iba con un pañuelo. Pero el cuerno se le había metido en la oreja y le hacía daño. Por eso, se había decidido a acudir a la clínica. Nunca más supe de aquella mujer". Ana es consciente de que su anécdota es bastante peculiar, así que explica que incluso salió en los periódico. "Nosotros le hicimos fotos antes de mandar a Madrid".
Las horas van pasando entre una y otra anécdota y por un momento se encuentran algo más distendidas aunque cada vez que llega una trabajadora vuelven a salir lágrimas y expresiones de emoción.
La madre Dionisia está en la tercera planta, ella fue quien vendió la clínica a Mapfre. "Pensábamos que íbamos a estar bien, pero si nos hubiéramos quedado con las monjas, igual ahora no tendríamos problemas", coinciden en comentar las trabajadores.
"Por lo menos, nos vamos todas, y de todas las categorías el mismo día y a la misma hora. La clínica se cierra para todos", señala Ana.
Vicky cuenta otra anécdota. "Os acordáis de aquel señor que cuando le pregunte si era alérgico me contestó: Oiga, yo de Ondarroa de toda la vida". Y Ana le sigue: "¿Y aquella señora que llegó con mucho dolor de tripas y estaba embarazadísima? La monja le preguntó qué le había pasado y ella muy seria le dijo: Mire madre, si no es por un tirón de bolso que me han dado, no tengo otra causa. La madre josefina todos los días cuando nos íbamos nos decía: Tened cuidado con los tirones de los bolsos".
Las anécdotas y las risas están impregnadas de ese nerviosismo que suelen llevar las situaciones dramáticas. Son ya casi las diez y los papeles que anuncian el cierre ya están en la puerta.