El encanto de la tradición, mucho esfuerzo y un gran trabajo han logrado que numerosos establecimientos de Bilbao se perpetúen, pasando de generación en generación. En algunos casos, la familia no ha podido o no ha querido continuar la saga y han sido actores secundarios los que han mantenido intacto el local, como es el caso del Café Iruña.
Más de un siglo en el que los acontecimientos históricos han tocado de lleno, pero en el que ni aún en los peores momentos se pensó en bajar la persiana. Las inundaciones de 1983, que anegaron buena parte de la villa, supusieron importantes desembolsos para recuperar lo dañado pero el espíritu luchador y emprendedor continuó insuflando esperanza y ánimo a sus dueños.
Son muchos los comercios de Bilbao que han llegado al siglo de vida. Algunos están pensado en el cierre, otros han llegado a convertirse en un referente en el mercado estatal, como es el caso de Iberdrola.
Cumplir los cien años no está al alcance de todos pero la perseverancia, una clientela fiel y la confianza mutua son esenciales para alcanzar una cifra redonda y mágica que muchas personas desearían alcanzar y que estos locales sí han podido celebrar. Cambios políticos, cambios culturales, cambios artísticos pero, sobre todo, cambios sociales que dieron el impulso que le faltaba a Bilbao para ser una urbe de primer orden con el encanto de un largo recorrido a sus espaldas.
Pastelería Zubiaur
Endulzando a los bilbainos
La familia Zubiaur lleva el dulce en la sangre. El 1 de octubre de 1929, Luis Zubiaur Eizaguirre tomó las riendas de un negocio fructífero y que contaba con una clientela leal. Fundada en 1871 por Francisco Ochoa de Retana, la pastelería tuvo otros dueños antes de Zubiaur: el matrimonio formado por Antonio de Vicuña y Juana Atutxa quienes, en el momento de su jubilación, se lo traspasaron a Luis Zubiaur.
Tras el fallecimiento del alma máter de la pastelería, sus hijos Begoña y Jesús María continuaron con el negocio familiar. Begoña es la que lleva la voz cantante y la que, amablemente, todos los días recibe a sus clientes con una sonrisa iluminadora. Pero antes de llegar a ser pastelería, la principal actividad del establecimiento era el chocolate. "Aquí se hacía el chocolate a mano y de encargo para familias concretas, más que la venta al detalle", explica Jesús María Zubiaur.
Incluso las medidas eran diferentes. No se vendían por gramos ni kilos, sino por tareas. "Una tarea equivalía a lo que un oficial podía fabricar en un día", asegura Jesús María. Uno de los aspectos que más llamaban la atención era que también se fabricaban velas pero el razonamiento es muy sencillo. "En las pastelerías de hace 150 años, trabajaban mucho con miel. La procedencia de la miel y la cera es la misma. Por eso se hacían velas", comenta Jesús María.
Hasta no hace muchos años, las pastelerías no cerraban ningún día. "Hasta 1948 no se instituyó a San Pancracio como el patrón del gremio y el 12 de mayo, que es cuando se celebra, se cerraba. No fue hasta años después cuando, por convenio colectivo, se instauró el 1 de enero y el 25 de diciembre", expresa Jesús María. No hay herederos que puedan continuar con el negocio, quizá cuando les llegue la jubilación algún emprendedor quiera mantener viva una pastelería histórica.
Casa Cantera
El calzado de toda una vida
Abarcas, katiuskas, zapatillas... Todo cabía en la furgoneta de Isidro Cantera Miguel quien, por circunstancias de la vida, se tuvo que hacer cargo del negocio familiar cuando falleció su padre y fundador, Isidro Cantera. De pueblo en pueblo, Mundaka, Lekeitio, Ondarroa, Santander, cualquier sitio quedaba cerca para Isidro Cantera hijo, quien repartía el calzado y vestía los pies de los que no salían del pueblo. "Primero, yendo en tren y, después, en furgoneta", señala Begoña, hija de Isidro que junto con su hermano Javier han sido los que han continuado al frente del negocio de almacén de calzado y distribución. Isidro Cantera se casó con Begoña Sojo, con la que tuvo seis hijos, pero sólo ellos dos siguen al pie del cañón.
Una clientela fiel les ha permitido sostener tantos años el negocio. "Seguimos con clientes a los que les vendía mi padre hace 50 ó 60 años", destaca Begoña. Su labor como mayoristas les llevaba a los lugares más alejados. "Vendía seis o siete pares a cada sitio. Llegábamos donde las fábricas no llegaban".
La Guerra Civil no les obligó a parar. Begoña cuenta que su padre "regresaba de los pueblos con patatas, con morcillas, con puerros y con chorizos".
El único pero que encuentra la familia Cantera es el olvido de las instituciones. "¿Qué menos que hacer un homenaje a todos los sitios que son centenarios", se lamenta Javier.
Por apenas unos meses, no se han podido juntar las tres últimas generaciones para la fotografía, ya que Isidro Cantera falleció el pasado 8 de febrero. "Estuvo viniendo aquí hasta hace dos años", recuerda su hijo. Ya son cuatro las generaciones que han pasado por el negocio. La última incorporación ha sido Jon del Castillo Cantera, el hijo de Begoña. ¿Habrá una quinta con la que celebrar el 125 aniversario?
Colegio público Viuda de Epalza
Un centro de barrio
"Somos la escuela pública más antigua de Bilbao", se enorgullece el director del centro público Viuda de Epalza, Pablo Pérez. El colegio cuenta con una dilatada carrera enseñando a los más pequeños. Nada más y nada menos que 125 años, cumplidos el pasado 30 de septiembre. En plena vorágine por los preparativos de la gran celebración, que tendrá lugar la semana del 14 al 18 de diciembre, Pérez recuerda una pequeña parte de la historia del centro que quedará guardada en un libro que se editará para la semana cumbre del cumpleaños. "Lo fundó Doña Casilda de Iturrizar, la viuda de José Tomás de Epalza. Al morir su marido se quedó con mucho dinero que empleó en hacer esta escuela, además de otros edificios".
Más de 400 alumnos llenan las aulas de este centro, que en sus inicios era un patronato. "Había becas para gente sin recursos. Ahora son las becas municipales", asegura Pérez, quien enmarca la evolución del colegio con el curso que ha seguido el sistema educativo. "Ahora, sólo hay una entrada para los alumnos pero hace años cuando la escuela estaba segregada existía una para niños y otra para niñas".
Recopilando información para el libro, antiguos alumnos resaltaban que la escuela "olía a chocolate". "Eso es porque en la acera de enfrente estaba la fábrica de Chocolates Bilbainos". Pero el principal recuerdo que señala la gente es que era "una escuela de barrio". "Por aquí han pasado generaciones enteras de familias. Abuelos, hijos y nietos", recalca Pérez.
En la actualidad, todas las aulas y cursos están en el mismo edificio pero no siempre fue así. "En la plaza Moraza estaban en el parvulario hasta que llegaban a tercero o cuarto de Primaria de la época", afirma. La mayor remodelación que sufrió se realizó entre 1979-1980, cuando los alumnos fueron llevados a Artxanda y la cercanía de la ría echó por tierra el trabajo, ya que las inundaciones le afectaron. Ahora tienen una semana en negrita en su calendario cuando se juntarán todos, alumnos y ex alumnos, para celebrar una efeméride que no se cumple todos los días.
Hotel Petit Palace Arana
Emblemática historia
Lugar de grandes eventos, celebraciones de títulos cuando el Athletic aún los conquistaba, reuniones sociales, gastronómicas, bodas, despedidas de soltero... El hotel Petit Palace Arana conmemora su centenaria onomástica con un libro donde cuenta su historia y la de sus fundadores. José Garzón intenta resumir en las casi 100 páginas otros tantos años de historia.
Modesto Arana , "un innovador", puso en marcha este hotel que tuvo su continuidad en la figura de su hijo Paco Arana. Posteriormente, fue una de sus hijas, Nieves Arana, casada con el futbolista Pepe Legarreta, la que, tras enviudar, mantuvo el hotel. Tiempo después, fue su hijo Francisco Javier Legarreta el director hasta que el 12 de noviembre de 2002 se hiciera la inauguración bajo el apoyo de la cadena High Tech.
En el libro se recogen multitud de curiosidades como los menús con los que los celebrantes obsequiaban a sus invitados. En una despedida de soltero de 1924, José Garzón cita que Luis Garzón e Ibargüen, en una de "las menos corrientes" al ser al mediodía, "invitando a sus amistades a un almuerzo, se sirvió: ostras, entremeses, consomé imperial, angulas de Aguinaga, merluza Marguery, carré de ternera Orloff, Saint-Honoré con mantecado" y diferentes vinos y champañas de gran calidad.
Y esta no se ha perdido con el paso del tiempo, sino que se mejora, como los buenos vinos. Cien años que esperan ver los doscientos.
Café Iruña
El punto de encuentro
Uno de los bares con más solera en Bilbao es el Café Iruña que, con 106 años a sus espaldas, mantiene intacto el aroma de ese Bilbao de principios del siglo XX. "Lo fundó Severo Unzue, el día de San Fermín de 1903 y la familia mantuvo el control del local hasta 1980 cuando lo adquirió Cafés de Bilbao", explica Marino Montero, relaciones públicas de la empresa.
El "espíritu emprendedor" de su creador fue el mejor impulso para el establecimiento. "Este hombre hizo muchas cosas. Abrió hasta ocho locales más", apunta Montero. Superando épocas duras como la Guerra Civil y los difíciles años de la posguerra, el Café Iruña se encontró con los mayores problemas a partir de los años 60 y 70. "Le pilló en la mala época del café", razona el relaciones públicas.
Los hijos de Severo Unzue habían continuado con la tradición familiar pero las complicaciones que surgieron provocaron un giro de ciento ochenta grados y Cafés de Bilbao se hizo cargo en 1980 del mítico Iruña. "Prefirieron menos dinero a que se convirtiera en otra cosa", asegura Montero quien remite a las "ganas y el entusiasmo" de su primer dueño para que sus vástagos tomaran esa decisión.
Las anécdotas salpican la historia del Café Iruña, como cuenta Marino Montero. "Las primeras proyecciones de cine al aire libre que se realizaron en Bilbao se hicieron desde el Iruña". Por su espacio han pasado miles de personalidades, músicos, etc. De hecho, la canción Buen menú, buen menú, señor... tuvo su nacimiento en el Iruña. "La compusieron Arregi y uno de los hijos de Severo Unzue", apunta Montero.
Con más de un siglo a sus espaldas, Marino Montero destaca que el motivo por el que sigue atrayendo al público es "la magia de este tipo de locales". "Aquí te puedes encontrar con jueces, con señoras mayores, con gente joven. Está abierto a todo tipo de público", concluye.