Uno de los jugadores más queridos por la grada en La Casilla, el Bizkaia Arena y Miribilla, Marko Banic es uno de los grandes nombres de la historia del Bilbao Basket que el club ha reclutado para el gran festejo que organizará este domingo en el Bilbao Arena con motivo de su 25º aniversario coincidiendo con la visita de La Laguna Tenerife, con Txus Vidorreta en su banquillo. Para él, cualquier motivo es bueno para regresar a un lugar que adora y del que guarda tantos buenos recuerdos y amistades que tres días de estancia se le quedaban muy cortos, por lo que ha adelantado su llegada para pasar una semana en la ciudad “a la que llegué siendo un niño y de la que marché siendo un hombre”. “Yo me he criado aquí y me puedo llamar bilbaino con mucho orgullo”, asegura emocionado mientras repasa una etapa de gran importancia en su vida.

¿A qué se dedica en la actualidad?

—Hago un trabajo que me encanta. Durante mi carrera en el baloncesto siempre invertía en pisos, he visto que me iba bien, tengo instinto y ahora estoy metido en un proyecto de villas de lujo en mi país. Quiero dejar una huella en la costa croata en este sentido y ser uno de los constructores más importantes en lo referente a este tipo de viviendas. He conocido gente buenísima y en eso estamos. El proyecto se llama Kobe en honor a Kobe Bryant, mi gran ídolo en el baloncesto. Una de las villas va a tener tonos dorados, otra púrpuras, por sus colores con los Lakers, y la tercera negros, por su apodo, la Mamba Negra.

¿Sigue viviendo en Zadar?

—Uno de los proyectos va a finalizar este verano, por lo que no puedo desplazarme mucho. Me gusta viajar, intento hacerlo siempre que puedo porque me sirve como inspiración y me abre la mente. Vivo entre Zadar, mi ciudad natal y donde está mi familia, y Zagreb, la capital.

Sus hijos ya tienen sus pasiones deportivas...

—Noelia participa en torneos de equitación, en saltos. Compramos un caballo buenísimo, muy potente, y estamos enamorados de él. En mi vida pensé que iba a llevar mi coche lleno de comida para caballos (ríe). Por su parte, Ander juega a baloncesto. No le meto ningún tipo de presión, pero reconozco que me gustaría que un día pudiera sentir las mismas cosas que he sentido yo sobre una cancha. Es muy alto, cada día le gusta más este deporte. ¡A ver si algún día volvemos a ver un Banic por las canchas! Sería un sueño.

¿Está en la cantera del Zadar?

—De momento está en la escuela de baloncesto. El año que viene entrará ya en el club, en infantiles.

¿Ala-pívot como el padre?

—Por ahora no tiene posición. Yo quiero que tire triples, que eso su padre nunca supo hacerlo y es más cómodo que partirse la cara dentro de la zona (carcajadas). Maneja bien el balón, sabe pasar... Las cosas que demanda el baloncesto moderno.

¿Cómo ha encontrado Bilbao después de tantos años?

—Cuando me llamó el club para venir al acto del 25º aniversario pensé que para mí no era suficiente estar tres días en Bilbao y he venido para toda la semana. Tengo la sensación de que en cualquier momento voy a subir a Miribilla, a nuestro maravilloso pabellón, y coincidir con Txipi, ver a mis compañeros... Estoy sintiendo mucha emoción y mucho orgullo porque aquí hicimos cosas muy bonitas pero Bilbao nos devolvió mucho más. También es una mezcla de emociones porque tengo la ilusión de ver a mucha gente con la que no he coincidido durante mucho tiempo, volver a sentir Miribilla, y eso me produce mucha nostalgia. Pasé siete años aquí. Eso es mucho tiempo y cualquier esquina me trae algún recuerdo.

Y eso que cuando llegó aquí parecía que iba a estar de paso...

—Llegué siendo un niño y salí como un hombre serio, maduro, con una niña... Yo me he criado aquí y me puedo llamar bilbaino con mucho orgullo. Cogí vuestra cultura y vuestra garra. Tuve la suerte de tener un entrenador como Txus (Vidorreta) que me hizo más fuerte. Al principio me llamaba blandito y poco a poco fui progresando. El club siempre tuvo confianza en mí cuando no era más que un niño de 20 años recién salido de casa aterrizando en una liga tan dura como era aquella ACB. El primer año me costó, pero progresé y aprendí.

¿Qué es lo primero que le viene a la cabeza si le digo Bilbao Basket?

—Familia, unión, buenos tiempos, buen rollo, mis hermanos... Tiempos en los que para mí fue un éxito conseguir que alguna vez la ciudad cambiara los colores rojiblancos por nuestro negro. Lo primero que me viene es familia y unión. Y mucha buena gente. Javi Salgado, Marcelinho Huertas, Drago Pasalic, Pedja Savovic, Salva Guardia... Luego vinieron Raúl López, una maravilla, Álex Mumbrú, Axel Hervelle, quien me hizo mucho mejor jugador entrenando con él... Con las hostias que me daba todos los días luego en los partidos todo me parecía más fácil (carcajadas). También Roger Grimau, un buenazo, con Janis Blums... Con muchos sigo hablando a día de hoy y nuestras conversaciones empiezan y terminan hablando de Bilbao. Cada jugador, y seguro que me dejo muchos, me ha dejado recuerdos especiales porque todos me han hecho mejor jugador y mejor persona.

Además, vivió los años buenos del club, en los que todo iba hacia arriba...

—Los primeros años fueron muy duros, pero mirando atrás me sirvieron de mucho. Luchar por no bajar es una presión enorme. Yo recuerdo muchas noches de no dormir por la preocupación. Luego subimos de calidad como equipo y había presión por ganar, pero no tiene nada que ver con la de luchar por la salvación. Yo fui creciendo de la mano del club. Siempre fuimos un equipo con mucho carácter, con mucho respeto por los rivales pero sin miedo de nadie. Yo antes del Bilbao Arena me curtí en La Casilla. De hecho, es mi barrio, Amezola... Quiero pasarme por ahí para saludar a toda la gente. Luego sí que llegaron los años del BEC y de ese maravilloso pabellón que es Miribilla. Ahí nos convertimos en un club muy grande.

Siempre conectó muy bien con la grada. ¿Recuerda los gritos de “Pollo, Pollo”?

—¡Cómo no los voy a recordar! Recuerdos desde aquí a mi Piña y un gran agradecimiento por todo el cariño que me han dado. Conectar con la grada de Bilbao es muy fácil. Lo fue desde el primer día. Yo he sido un jugador muy honesto. Siempre lo di todo en la cancha y fuera nunca me he creído más que nadie. De hecho, me considero un privilegiado por la oportunidad de poder haber tenido una carrera en el baloncesto. Yo creo que eso la gente de aquí lo valora. Personas humildes fuera y guerreros dentro de la cancha. Yo siempre sentí el empuje de nuestra grada, sobre todo en los partidos importantes. ¡Cómo se ponía Miribilla esos días! Aquello era un infierno a reventar. En nuestro Bilbao Arena volábamos.

¿Emocionado por los festejos del domingo?

—Muchísimo. Cada día estoy a punto de soltar alguna lágrima. Recuerdo que cuando me fui de Bilbao intenté despedirme de todo el mundo durante la semana previa y acababa llorando cada día. Ahora siento también mucha emoción porque tengo muchas ganas de ver a tantísima gente... Y claro, también quiero vivir Miribilla a tope. La última vez que estuve fue con Estudiantes, con el corazón bilbaino pero defendiendo otros colores. Además eran tiempos difíciles para mí porque volvía de una lesión importante.

¿Si tuviera que elegir un momento deportivo de los que vivió en Bilbao?

—Cuando eliminamos al Real Madrid en las semifinales de la ACB. Recordar cómo estaba Bilbao antes y después de ese partido... Teníamos la sensación de haber ganado la liga. Ver banderas del Bilbao Basket en la calle, en los balcones, la fiesta que montamos en el propio pabellón después del triunfo definitivo... Espectacular.

¿Un quinteto de compañeros con los que coincidió en Bilbao?

—Buffff. Esa sí que es difícil. Javi Salgado de base, Álex Mumbrú de alero, Axel Hervelle de cuatro... De escolta voy a poner a Janis Blums, un tremendo sniper (francotirador). Y me faltaría el pívot. Déjame que repase...

Puede poner a Marko Banic.

—No me voy a poner a mí mismo... Voy a apostar por Drago Pasalic. Queda un equipo muy guapo.

¿Y un entrenador?

—Txus Vidorreta. Sobre todo porque la parte importante de mi progreso fue cuando salté de la Liga Adriática y aterricé en la ACB. Los inicios fueron muy duros para coger sus ideas y sus conceptos, pero al final valió la pena. Todo lo que llegó después, en Bilbao y toda mi carrera posterior, se lo debo a Txus.