Una filtración de agua ha complicado el trabajo en Maloste, pero Lucas Fernández (Calzada de Calatrava, 1978) no renuncia a hacer un trabajo de calidad para preparar a su equipo para un calendario inmediato muy exigente. Su trayectoria en el baloncesto profesional que arrancó hace veinte años le ha llevado a relativizar los buenos momentos y los malos.

¿Cómo ha recibido esta oportunidad que le ofrece el Lointek Gernika?

—Pues como con todo lo que hago, con normalidad. Venir a Gernika era volver a integrarme en un grupo de trabajo. De ser ayudante a primer entrenador cambia, pero lo tomo con naturalidad porque es algo que ya he hecho en otros equipos, conozco el equipo y la idiosioncrasia del club y resulta un trabajo muy coral. Tiene esa parte de normalidad y también de ilusión porque sé lo que supone el Lointek Gernika para el baloncesto vizcaino y nacional. Más aún porque te das cuenta de que lo que hay alrededor, la gente, el pueblo, están contentos de que sigamos para adelante.

¿Esto supone quitarse la espina de lo que le ocurrió la pasada temporada cuando le despidió el Jairis pese a haberlo ascendido?

—Es obvio que había mucha ilusión en el proyecto del Jairis y mucha implicación por mi parte, como siempre, sabiendo además lo difícil que es ascender. Habíamos hecho un proyecto ambicioso y estábamos compitiendo bien y evidentemente me quedó mal sabor de boca. No fue fácil aceptarlo, pero no me vengo muy arriba en unas cosas ni muy abajo en otras. Al final, forma parte de la profesión y por eso cuando el Gernika decidió confiar en mí de nuevo no lo dudé y trataré de dar mi máximo.

Su trayectoria empezó en La Mancha, un territorio alejado de los focos del baloncesto español.

—Cuando acabé de estudiar en Ciudad Real, tuve la suerte de recalar en Gandía por medio de Luis Casimiro, paisano mío. Yo había estudiado Geografía, luego hice Turismo en Gandía y quería seguir entrenando. Luis dejó el equipo y me pasó el teléfono de Isma Cantó. Empecé a entrenar con ellos, esto es en 2002, y me abrió las puertas a una comunidad que tenía al Valencia y al Alicante en la ACB, Calpe en LEB Oro… Allí estuve cinco años y es donde empecé a ser profesional del baloncesto. Estuve de coordinador de cantera y como entrenador del equipo vinculado. Ese periodo me ayudó mucho, pude ver trabajar a otros entrenadores como Fotis Katsikaris en Valencia, luego volví a casa y surgió lo de incorporarme a Ibiza. He tenido suerte porque en la mayoría de los sitios, salvo en Alcantarilla, he podido estar muchos años en distintos puestos. Me consideró una persona que sabe adaptarse.

Y desde Ibiza, ligado al baloncesto femenino. ¿O prefiere no poner etiquetas?

—Las etiquetas pueden ser buenas o malas, pero yo llegué al baloncesto, no al baloncesto femenino o masculino. En Ibiza hacía y sigo haciendo el campus de Paco Vázquez y en ese campus me contactó un directivo del Tanit que me ofreció coordinar la cantera femenina. Y aquí sigo y lo veo como que tengo la suerte de hacer algo que me apasiona y encima es mi profesión.

¿Diría que este de Gernika es el mayor reto de su carrera?

—Retos hay muchos, pero trato de no pensar en cómo van a acabar las cosas, sino que quiero dar el máximo cada día. No pienso en trenes que no van a pasar, o en si es una gran oportunidad. Si me han llamado será porque también habré hecho cosas bien y porque la gente conoce mi manera de trabajar. Prefiero pensar en lo inmediato porque en este juego hay tantas cosas que condicionan y que no podemos controlar…

¿Qué tiene que tener como básico un buen equipo de baloncesto?

—Para mí, primero buena gente. Los entrenadores tratamos de averiguar, de indagar, en ese aspecto porque a estos niveles la calidad de juego se supone que es alta. Y a partir de ahí, hay que encontrar el compromiso de gente como la que yo encontré aquí cuando llegué. Naiara Díez, Itzi Ariztimuño, Juana Molina, Marta Alberdi, ahora Rosó Buch son gente que tienen un arraigo y que hacen sentir al que llega de fuera lo que significa ese lugar. Son la toma de tierra, la raíz a la que agarrarse. Jugadoras que conocen el club, la manera de trabajar del entrenador, lo que supone Maloste... El club quiere mantener o sumar más gente de este perfil porque tener esas referencias en el vestuario ayuda a simplificar el proceso. Después, también hay que buscar gente que te pueda ayudar con su experiencia, su personalidad… Por eso, aquí han venido jugadoras que además de ser buenas tenían este tipo de características.

¿Hacia dónde se encamina el baloncesto femenino?

—Pues a una demanda cada vez mayor por parte de las jugadoras, que surgen cada vez con gran físico y mucho talento y calidad. Esto es muy exigente para los entrenadores. Las jugadoras hacen mejor el juego y nos obligan a mejorar. Y, además, se está asistiendo a una mejora de las organizaciones, en las condiciones de trabajo, y los mínimos cada vez son más altos. En muchos clubes, con mucho esfuerzo, van consiguiendo más apoyos privados, además de los apoyos públicos, que si no es difícil, que permiten elevar la calidad del trabajo, de los medios, de cómo viajas… Además, y esto no se puede obviar, muchos clubes ACB van entrando en el femenino y eso hace que nadie quiera quedarse atrás y ofrezca mejores condiciones a las jugadoras. El Zaragoza, el Valencia, el Estudiantes, el Unicaja viene de atrás, el Joventut va a acabar subiendo, todos estos obligan a que los clubes pequeños como el Gernika tengan que mejorar su nivel.

El Gernika lleva diez años a alto nivel de manera regular. Esos mínimos que en otros lugares los da el dinero aquí lo ponen las señas de identidad.

—Es cierto, a veces parece que no se le da valor a lo que hace el Lointek Gernika porque siempre está ahí. Pero hay que estar ahí. Y la clave es cómo se manejan los malos momentos. Las derrotas o en su día la pandemia afectan a todos, pero aquí se lleva de otra manera porque el factor humano que rodea al club pone el máximo de su parte cada día para seguir sumando. Esto hace que el equipo siempre esté compitiendo y sea un foco de atracción para que las empresas quieran asociarse al club referente en Bizkaia.

¿Para armar una plantilla se empieza por el talento o por el esfuerzo? ¿O depende del dinero?

—El dinero ayuda con todo, pero Mario ha hecho un trabajo espectacular a la hora de configurar la plantilla. Yo creo que lo que todos buscamos es el equilibrio porque muchas veces en deporte dos y dos no son cuatro. Necesitas el talento, necesitas el esfuerzo, pero también necesitas jugadoras que entiendan cómo es este proyecto, que sientan que es un momento importante para ellas y se quieran sumar, necesitas madurez, experiencia... Al final, se trata de sumar pequeñas cosas, pero la trayectoria del club hace que se vea como un sitio respetado, que cuida a las jugadoras y eso hace que sea un equipo al que la gente quiere venir.

A la hora de analizar el juego, ¿es más de datos o de sensaciones?

—Lo hacemos valer todo. La información es poder, pero lo que vale es cómo esa información se traslada al equipo. La estadística avanzada te puede dar señales, indicios, pero al final lo que más importa es el camino, hacia dónde quieres ir y cómo quieres hacerlo, cuál va a ser tu identidad. Y en ese camino hay que saber adaptarse. Todo lo otro nos ayuda a reconocer momentos y a encontrar soluciones. Esos datos te ofrecen información que puede ser muy útil en un punto avanzado de la temporada, pero un equipo es un pulso diario y hay que saber manejar dos victorias seguidas o cinco derrotas.

Por tanto, ¿es clave la gestión del grupo sobre el conocimiento?

—Es que a estos niveles el conocimiento se nos presupone a todos los entrenadores por experiencia y formación. Evidentemente, hay que tomar decisiones y puedes acertar o fallar. Pero la parte de conectar con el grupo es fundamental. Si yo tengo muchos conocimientos, pero no conecto con las jugadoras para saber qué, cuánto y cuándo tienes que aportar a nivel táctico… Ese es el gran reto de nuestra profesión. Cuando sientes que conectas con el equipo, toda la parte del conocimiento tiene más eficacia. Y, sobre todo, la clave es cómo gestionas los malos momentos que llegan siempre.