HACE cuarenta años vi a mi aita llorar de alegría cuando el Athletic ganó la Copa al Barcelona con el famoso gol de Endika. Pocos meses antes, las peores inundaciones de la historia hicieron colapsar la ciudad y aquella gesta nos devolvió el orgullo de ser de Bilbao.

Pocas cosas hay tan bilbainas como el amor al Athletic, porque no es sólo afición, sino una identificación muy profunda con los valores del deporte; con esos valores de respeto, compañerismo, afán de superación, igualdad, nobleza, compromiso y trabajo en equipo que caracterizan a nuestro querido club y que la generación de mi aita supo imprimir para siempre en el carácter bilbaino.

Bilbao fue la puerta de entrada del fútbol en Euskadi y en todo el Estado, de la mano de aquellos marineros británicos que atracaban en nuestro puerto y organizaban sus pequeños desafíos deportivos con los estibadores y demás trabajadores portuarios bilbainos de la segunda mitad del siglo XIX. El fútbol nos llegó de Inglaterra, pero aquí le pusimos alma.

Porque el Athletic, cuyas raíces se adentran hasta lo más profundo de la sociedad bilbaina, es un club único por su filosofía y su forma de entender el deporte, y durante décadas ha sido pionero en llevar el buen nombre de Bilbao por el mundo entero.

El Athletic es también la única entidad que ostenta por méritos propios los máximos galardones del Ayuntamiento de Bilbao: la Medalla de Oro, concedida en 1998 con motivo del centenario del club, y el título de Embajador de la Villa 2012. Hace cuarenta años, mi aita me contagió sus lágrimas de alegría mientras la gabarra surcaba la ría, con la plantilla y la ciudad entera engalanadas en rojiblanco… Como athleticzale que vibra con nuestros leones y como alcalde de este nuevo Bilbao que avanza en el siglo XXI, no concibo mayor honor que volver a vivir aquella alegría y poder compartirla con esas generaciones de bilbainas y bilbainos que no tuvieron la suerte de celebrar aquella épica hazaña. 

*Alcalde de Bilbao