Un mes largo ha tardado el Athletic en saborear de nuevo una victoria. La obtuvo a costa de un Valladolid cuya impotencia fue manifiesta a lo largo de todo el encuentro. Ganar era inaplazable y el logro obedeció básicamente a la seriedad con la que se manejaron los rojiblancos, así como a la desigual relación de fuerzas. Fue el típico partido de ganar o ganar, pero esto es fácil decirlo y no tanto llevarlo a la práctica. La noche discurrió placentera, salvo el ratito posterior al gol local, pero el penalti transformado por Vesga finiquitó el asunto con margen suficiente para eludir cualquier sobresalto.

Valverde no se anduvo por las ramas en la víspera y viendo cómo se desempeñó el equipo en el Nuevo José Zorrilla es obvio que sus chicos captaron la idea. Sus decisiones, empezando por la alineación, el mensaje más claro para que el futbolista sepa a qué atenerse, cómo hincarle el diente al partido y al rival, obtuvieron una plasmación inmediata sobre el verde. Era un día crucial en mitad de la zozobra que paulatinamente se ha apropiado del ambiente, el típico partido que lo mismo sirve para reivindicarse que para dimitir, porque al fin y al cabo enfrente había un conjunto que no pasa de discreto, lo que en principio multiplica las opciones de éxito, pero también te expone a quedar retratado.

El Athletic, con una estructura muy física, ideal para desarrollar una versión futbolística áspera y al mismo tiempo ofensiva, fue un auténtico dolor de cabeza para los hombres de Pacheta. La dupla Dani García y Vesga estuvo en su salsa, firme uno y ágil el otro para la distribución, con los extremos permanentemente proyectados y un De Marcos que se sumó al festejo con criterio y constancia. Plano aún estará buscando al capitán rojiblanco. El contrapunto corrió a cargo de Sancet, encargado de oxigenar las transiciones.

No obstante, lo nuclear para entender el desenlace fue el carácter expeditivo de que hizo gala el bloque. Pegajoso, ganador de la mayoría de las disputas y siempre preparado para proyectarse en ataque con balones al espacio si es que antes no pasaban por el filtro de Sancet, el equipo tardó apenas un cuarto de hora en domesticar al Valladolid. En medio del desorden favorecido por la frescura y el lógico ímpetu inicial de los contendientes, prevaleció la jerarquía de los rojiblancos, que no hallaron impedimento para alcanzar posiciones de centro y de remate con cierta asiduidad.

Los cuatro córners cobrados en veinte minutos dan una idea de cómo paulatinamente el campo se fue inclinando hacia la portería de Asenjo. El cuadro local no podía amoldarse al ritmo, exagerado para el perfil de sus integrantes. La rapidez del terreno, acentuada por la lluvia caída, fue otro elemento a considerar y no menos importante. Este detalle, sumado a la actitud agresiva del Athletic, deparó un escenario ideal para poner las bases de la victoria. El problema, una vez más, estuvo en la ausencia de precisión en el último tercio. Demasiados centros sin destinatario e indecisiones en los unos contra uno que tuvieron los Williams. Así todo, hubo alguna acción bien llevada, como la que permitió a Vesga probar al portero tras una pared entre Iñaki Williams y Sancet.

Era una simple cuestión de tiempo que el Athletic inaugurase su casillero, aunque ya se sabe que hay jornadas donde la impericia puede comprometer y hasta arruinar un rendimiento por lo demás correcto. Bueno, por fortuna, la espera no se alargó en exceso. La siguiente ocasión, cubierta la primera media hora, entró en la cazuela. Sancet fue derribado al borde del área e Iñigo ejecutó el golpe franco con acierto, superó una barrera mal colocada y el tiro se envenenó por un desvío de Plano. La pobre, por no decir inexistente, réplica del Valladolid hasta el descanso resultó sintomática. Control absoluto de la situación, con un Vesga crecido y clarividente, que se hinchó a repartir juego, y unos metros más atrás, por si acaso, dos centrales muy puestos, con Iñigo intratable.

Quiso alterar la dinámica el Valladolid en el arranque del segundo acto, pero en su afán por ganar metros no hizo sino desnudarse, generar amplios espacios a su espalda. Un chollo para que el Athletic buscase la sentencia. Encadenó cuatro centros en un abrir y cerrar de ojos, todos desde la derecha, hasta que por fin Guruzeta agradeció, con un golpeo de zurda limpio, uno de los servicios de De Marcos. Pacheta metió entonces un segundo punta y no hizo sino desequilibrar más una estructura de por sí poco consistente.

Tuvo oportunidad el Athletic de gustarse incluso, con un manejo más preciso del balón, aunque la verdad es que no supo beneficiarse de la desorientación del anfitrión, que empezó a provocar silbidos en la grada. Pacheta volvió a recurrir al banquillo y esta vez le salió mejor. Fue un lance desgraciado, un fuera de juego roto por Yuri al que siguió un resbalón de Dani García para que Larin rematase. Agirrezabala detuvo en primera instancia, pero el balón volvió al delantero, que solo tuvo que empujar a la red sin oposición.

Valverde se limitó en ese instante a recurrir a Berenguer y el Athletic se encontró con un golpe de suerte. La falta de inspiración puede compensarse con insistencia. Un centro de Nico Williams fue interceptado por uno de los brazos de Joaquín con el árbitro a tres metros. Incuestionable el penalti y, ahora sí, la puntilla para un Valladolid que bajó los brazos definitivamente. Iñaki Williams, solo ante Asenjo, y Vesga en dos chuts desde la frontal, el segundo repelido por la madera, pudieron ampliar la distancia en una fase que fue coser y cantar. Un rondo eterno para corroborar la propiedad de unos puntos necesarios y, visto lo visto, inexcusables.

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