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San Mamés arropa y mima a sus 'leones'

'La Catedral' vibra con el equipo en una nueva exhibición de una afición que ya mira al choque copero

Bilbao. Cuentan que el santo llamado Mamés fue sometido a tormentos por el gobernador de su tiempo. Todo porque ese Mamés no renunciaba a su fe. Ayer 40.000 almas se dejaron la garganta en el campo que lleva ahora su nombre sin renunciar nunca a su fe, vestida de dos colores. Una fe que les hizo celebrar, nada más concluir el partido, que otra final les espera en el camino. "Barça, entzun, Athletic txapeldun!" vitoreaba la grada. Pero alguien ordenó su propio tormento, el sueño de reinar en Europa se esfumaba.

Y es que la sensación que se palpaba en el aire del histórico templo nada más concluir el partido es que el fútbol no fue justo ayer con el Athletic. Que nos debe otra. Hay varias generaciones anhelando que la gabarra navegue de nuevo por las aguas del Nervión y, ayer, esas esperanzas se convirtieron en empuje. La grada animó sin cesar, en una nueva exhibición de saber estar, de saber ser, a los que están llamados a ser sus héroes. Desde el primer minuto. Y solo se oyeron aplausos cuando las cámaras de televisión enfocaron las caras llorosas de algunos de esos jugadores al término del encuentro. Lagrimas que, en algunos casos, también invadieron los rostros una afición que había soñado la victoria de una forma de entender el fútbol diferente, en un escenario mágico, ante los ojos de todo un continente.

La fiesta en La Catedral acabó así, en un baño de aplausos y vítores para los jugadores. A través de seis pantallas gigantes, cuarenta mil personas presenciaron un partido histórico. Las tribunas de San Mamés se tiñeron de rojiblanco. Dos colores compartidos por varias generaciones. San Mamés, casi centenario ya, fue el cobijo de muchos de los que aún no han visto surcar la gabarra por la ría más que en las imágenes de videoteca. Ellos fueron mayoría, pero no faltaron tampoco los que, peinando canas, decidieron vivir el encuentro en ese ambiente mágico e inexplicable que se crea en el estadio cada vez que los leones juegan en casa. Y es que si San Mamés logró domar al león condenado a ser su verdugo, en las gradas del templo futbolístico ocurre lo mismo y es la propia Catedral la que crea el embrujo; un embrujo que ayer no fue suficiente, pese a que los ánimos fueron especialmente sonoros las dos veces en las que Radamel Falcao se convirtió en un verdugo imposible de domar. Sus dos goles, golazos, fueron contestados con gritos de ánimo hacia el Athletic de una afición que acabó el partido como lo empezó, ondeando las bufandas y coreando el himno de su equipo.

Una fiesta repetible Pero antes de que el fútbol cobrase protagonismo, la música reinó en La Catedral. Doctor Deseo fue la antesala de la primera parte y, en el descanso, The Uski's tomó el relevo.

Los aficionados allí reunidos cantaron, botaron, tatarearon y bailaron al son de sus canciones; sobre todo, cuando los propios músicos entonaron cánticos de apoyo al Athletic. Una hora antes del comienzo del encuentro, el estadio ya mostraba un aspecto envidiable. Media hora antes, el lleno era absoluto, aunque se observaban butacas vacías. Pero es que los pasillos fueron ayer graderíos improvisados. Sesenta minutos antes del comienzo del duelo, el alma de Aste Nagusia también estuvo presente y no solo por los compases de la música de Marijaia, el calor ayer sofocante también colaboró.

Pero ni con esas. El Athletic, a más de tres mil kilómetros de distancia, no logró su objetivo y la euforia en San Mamés se fue apagando. El tormento de la hinchada que empujaba desde casa se fue tornando en realidad cada vez que los de Bielsa se chocaban repetidamente contra el frontón que Simeone les había preparado.

Pero a este San Mamés le queda una oportunidad para liberarse y domar a la fortuna, que parece esquiva. El 25 de mayo, una nueva final será vivida desde allí y a buen seguro que la hinchada vuelve a vibrar con los suyos.