Explora, sueña y descubre. He ahí el viejo caballero, con porte de general a caballo, feliz cuando da con el viento del toro sobre la montura de Melbec, recordándole a los tendidos que fue él quien le dio vuelo el toreo a caballo. Pablo Hermoso de Mendoza, tantas veces coreado por sus domas, sus destrezas y sus galopes se fue ayer de Vista Alegre dejando tras de sí un reguero de esencias, prueba de lo que fue: un revolucionario sobre el caballo. Qué sé yo, un Gengis Khan que ayer regresó del ayer para dejar uun recuerdo inolvidable. Fue curioso: pidió clemencia en los madrugadores castigos para Bondadoso, quizás porque le faltaba un punto de raza, y entró cargado de voluntades en el último tercio de banderillas, el de su adiós. Se colocó en los medios, dejándose llegar al toro y luciéndose a bordo de Melbec un toro que se gusta, como si se sintiese el príncipe de las cuadras. Después tronó en los terrenos de las cercanías, donde cayeron tres banderillas cortas en lo que ocupa un centavo, clavadas ya sobre los lomos de Generoso, la montura sobre la que mató con certeza de francotirador.

Vista Alegre, en su versión de mínimos (si ya solo acude ante carteles de Hollywood, ni les cuento cuando la corrida compite con un Barclona-Athletic de liga...), le había honrado con aurreku de honor solemne, merecido. Lo justo para el hombre que lo cambió todo. Se veía emocionado de salida al caballero estellés a quien se le fue apagando su primera vela de aniversario. Le toreó a dos pistas, encadenándolo con hermosinas, pares de banderillas vibrantes pero sin precisión y el toro se fue cuesta abajo. Le mató a la segunda y todo cayó en el olvido. Lo ocurrido después ya se lo conté pero sería injusto no recordar también el prolongado toreo con la grupa de Berlín y todo lo que nos ha dejado impreso en la memoria para siempre.

El cielo ya era suyo. Vista Alegre le esperaba a Diego Urdiales para auparles a esas mismas alturas, cinco años después de su última aparición. No hubo manera. En la hora de su reaparición se le quebraron los dos primeros toros y acabó lidiándose a un toro de Valdefresno de pobres cataduras. Buscó el toro sus tristes querencias de malas maneras con brusquedades y violencias. Urdiales le aplicó los ungüentos de la santa paciencia pero aquello era un imposible. Con decirles que su segundo toro coceó la muleta en su huida hacia las tablas ya está todo dicho. Lo reimposible. En los gestos de Urdiales se leía su impotencia. El arrebato le llevó a enfrascarse en la muerte del quinto, que fue una cascada de precipitaciones.

Abramos un hueco de gloria para Juan Ortega, el torero dulce que llegaba por primera vez a Vista Alegre. Recibió a Zarandillo con la izada de sus hermosas banderas: una retahíla de verónicas cuyo son era el propio para un recién nacido. Era aquel un toro cincelado, con barba seria y hechuras hermosas. De madrugada en la faena se vio que el pitón derecho era oro molido. Ortega, en genuflexión, fue anunciando el plan que llevaba pensado: haceres candeciosos ante una embestida elegante, todo suave como si soplase un viento caribe sobre Vista Alere. ¿Puede decirse que la suya, de muletazos cristalinos, era una faena propia de los cristales de Bohemia? Puede.. De los tendidos goteaba un ¡ole! en cada pase. El cinqueño, eso sí, era una barrabás por pitón izquierdo. Ni falta que hacía para la degustación de ese trabajo. Caían multezados de gran trazo y otros al ralentí. Siendo un hombre de estrenos, Vista Alegre se encontró coreándolo todo. La estocada un punto desviada llevaba pasión y la oreja le cayó del cielo. Aquellos otros cuatro muletazos, con el toro ya rajado, merecían, créanme, que no se olviden.

Quedaba, para el broche, la esperanza de cara B de Juan Ortega. Se movió cerca de tablas llevándose al toro a dos manos, con ayudados por alto y muletazos por abajo. Lo sacó al tercio y mejoró el toreo en una buena tanda sobre el mismo con mejor son. Al natural el percal goteó de uno en uno, pero con la belleza de cartel en casi todos ellos. Repitió en la siguiente tanda sobre la mano derecha, sin ligazón porque eso un imposible, pero con mucha expresión para terminar cerrándose con el toro, con naturales que le acariciaban con manos expertas. De amante. Solo la espada frustró tanta belleza.