Lo siento por la peluquera, pero ayer me duché bajo la trompa de elefante de la txosna Hor dago Abante!, me pesaba un mogollón la cabeza y tuve que soltar lastre. Así que me deshice todas las trencitas de colores y ahora soy mitad salmón deslavado, mitad Tina Turner en su versión leona de la Metro-Goldwyn-Mayer. De esa guisa me dispuse a meter algo en el estómago porque, con la tontería, me estoy marcando un ayuno intermitente que ya tiene visos de huelga de hambre.

En un primer vistazo a las pizarras de algunos locales, encontré algunas ofertas de alta graduación, pero debo mantenerme con vida hasta que arda Marijaia porque una tiene una reputación. En este preciso instante no sabría decirles dónde la he puesto, pero tiene que estar por ahí. Por fortuna, en una tienda de golosinas del Casco Viejo piensan en la humanidad porque ofrecían un “combo” de cerveza, bocata de tortilla y frutos secos por 5 euros. Vale que algún tiquismiquis puede decir que a qué estamos, si a fiestas o a picnics, pero si yo no me meto con su pack de botellón con bolsa de plástico -que habría que ver si es reciclado-, a él no debería importarle si el mío viene con cestita de mimbre y mantel de cuadros. Si no fuera por las escamas, parecería Caperucita. La pena es que no se me apareció en un cantón La Otxoa Feroz. Para el año que viene podrían añadir la tartita de arándanos.

Me soplan que en las inmediaciones del recinto festivo hay una tiendita regentada por un hombre que, en cuanto la chavalería coge una botella grande de coca-cola, indica con el dedo, como si fuera un gatito chino de la suerte, dónde está el vino. Será la inercia.

Barra para apoyar codos

Una comparsera de Moskotarrak me cuenta, a modo de resumen, que muchos les piden hielos; ellos, el carné, y que este año les han entregado “un montón de carteras robadas”. Al loro con los amigos de lo ajeno. Y también con los de toda la vida, porque a una futura novia sus colegas le hicieron, en su despedida de soltera, mendigar monedas de uno o dos céntimos hasta reunir un euro. Ahí andaba la pobre intentando cumplir el reto con la ayuda de los viajeros del metro. Yo las desinvitaba de la boda.

Como con la maraña de pelo no veía un carajo, me hice una coleta a lo Betty Missiego y descubrí, a la puerta de un bar de picoteo en Abandoibarra, la luz al final del túnel, un cartel en el que ponía "Entra. Tenemos barra para apoyar codos". Quien dice codos, dice cabezas. Por fin pude echarme una cabezada.