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Ganas de bailar con Lori Meyers en Aste Nagusia

El grupo indie andaluz de Noni arrolló a más de 6.000 fans, que no pararon de bailar y botar con sus éxitos en Abandoibarra

Lori Meyers pone a bailar en Bilbao a 6.000 personas en su concierto de Aste NagusiaJose Mari Martínez

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Veteranos de la escena alternativa del pop y rock estatal, Lori Meyers se conocen todos los trucos del negocio y tienen al menos una decena de canciones irrefutables, plenas de ritmo, melodía y estribillos coreables capaces de levantar cualquiera de esos festivales que encabezan con asiduidad. Lo demostraron en Abandoibarra en una noche sin mácula en la que arrollaron con sus éxitosMi realidad, Siempre brilla el sol o Emborracharme– a más de 6.000 fans, que no pararon de bailar y botar, y que inundaron de sonrisas y sudor los aledaños del Guggenheim en una divertida noche para el recuerdo.

El ahora trío andaluz, reforzado en directo hasta el formato sexteto y con dos décadas de furgoneta y escenarios a sus espaldas, era la única propuesta moderna, indie o alternativa del programa oficial de Aste Nagusia. Miembros de esa escena que no suena en las radiofórmulas pero que es capaz de encabezar festivales como el Low de Benidorm ante 25.000 fans, Lori Meyers han logrado un estatus incuestionable como indies de segunda generación, la que aprendió de sus mayores, como se advertía en sus primeras canciones, de sus colegas de ciudad Los Planetas.

Fiesta y música van de la mano, especialmente en Aste Nagusia. Si esto va de bailar y divertirse, los granaínos ofrecieron un concierto sin mácula en Bilbao por entrega y repertorio ante un público joven –unas 6.000 personas, con VIPs como Vesga, jugador del Athletic– y entregado desde el arranque con la reciente Seres de luz. Y es que ya lo cantan sus colegas de Sidonie en la canción Carreteras secundarias: “que salgan Lori Meyers, que tengo ganas de bailar” porque son capaces de “levantar a todo un festival”. ¡Y vaya si lo hicieron!

Pie al acelerador

Apoyados en un sonido prístino y contundente, proyecciones vintage y molonas, y luminotecnia efectista, los andaluces pisaron el acelerador y no retiraron el pie durante una media hora inicial inolvidable. Sonaron Luces de león, con su riff casi western y sus “parapapás”; la enérgica Planilandia; su hit reciente Punk, crítica al postureo musical e irónica ante el lugar común de que “cualquier tiempo pasado es mejor”, y Luciérnagas y mariposas, con las guitarras rugosas del rock indie de los 90 resaltadas por un mar de móviles.

Enjuto, con gafas de cristales naranja y su sempiterna barba de homeless, su vocalista, Noni, vaciló a los VIPs con su presumible poder adquisitivo ya envuelto en sudor, el pelo como una fregona, cuando llegó el leve respiro de Primaveras, una de las canciones elegidas de su último álbum, que se acoplaron con naturalidad a las de siempre. Sonó como si La Casa Azul hubiera rebajado la velocidad de su beats y el refuerzo de unas imágenes vintage que las discotecas usaban en los 60 y 70, coloristas y psicodélicas.

El valle del concierto, que mostró que el grupo cobra brío y pegada sobre un escenario con un Noni de entrega absoluta, movimientos inconexos y una voz heterodoxa y radicalmente personal, alternó el rescate de su adolescente Tokio ya no nos quiere –de su debut, Viaje de estudios con la propuesta disco funk sedosa de No me merecía la pena, un Zona de confort en la que olvidó la letra entre risas antes de pedir “unir tus manos a las mías”, y la funky El tiempo pasará, con el bajista pidiendo protagonismo y un final arrebatador que colorearon una proyección de fuegos artificiales en pantalla.

Sin respiro

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A partir de ahí, el repertorio de Lori Meyers, que ha sabido crecer desde el mimetismo indie juvenil a una madurez donde confluyen de manera natural su pasión por el pop estatal de grupos de los 60 y 70 como Los Ángeles y su adaptación al presente con sintetizadores y arreglos sintéticos, no ofreció respiro alguno a los fans. Con Abandoibarra convertido en un remedo de Kobetamendi, la locura absoluta se desató con la esperanzada Siempre brilla el sol. Reinaba la luna, pero la luz de las sonrisas se dueló con el titanio del Guggenheim. Y luego llegó Hacerte volar –casi lo logró, literalmente, con el público elevándose al unísono con sus botes– y Emborracharme, con ese estribillo pop y lascivo –“las ganas que tengo de follarte”– gritado a todo pulmón.

Para el supuesto bis, que encadenaron sin abandonar el escenario, retiraron el previsto El último baile, y a Religión y ¿Aha han vuelto?, en la que todos volvieron a bailar en la pista de Abandoibarra, sumaron Mi realidad y Alta fidelidad, dos de sus hitazos de siempre, con el micrófono compartido con el público. En la primera, Noni, tan desatado como sus entregados fans, besó su guitarra antes de lanzarla al suelo, y en la segunda, entre el pop, la rumba y el punk, jugó al karaoke, descamisado y debajo del escenario. “Todo esto es culpa de la gente”, berreó un Noni vencedor. Ellos, y sus al menos 10 himnos generacionales capaces de levantar cualquier festival, también tuvieron la culpa. ¡Conciertazo!