levan los líderes europeos encerrados en un laberinto desde el inicio de la crisis provocada por la epidemia del covid-19. Su perpetuo dilema es encontrar una salida de dos caminos que hasta la fecha se perciben como contrapuestos: ayudas o deuda como solución al crac económico en que nos ha sumido el virus. La discusión no es meramente conceptual, sino que de fondo tiene todo que ver con la velocidad con la que cada Estado miembro podrá salir de la recesión. Situarse en la línea de salida con las menores cargas posibles es el objetivo de todos para aprovechar competitivamente la enfermedad como nueva brecha de desigualdad. De ahí que unos aborrezcan la idea de los eurobonos y ofrezcan ayudas, incluso, con carácter de donaciones y otros, veten cualquier fórmula que no pase por mutualizar la deuda de la UE. En esta batalla de intereses, sería bueno que de una vez por todas nos cayéramos del guindo del idealismo europeísta y pasáramos a modo posibilista para negociar desde bases proporcionadas a las posibilidades de presión e influencia de cada cual.

No cabe duda que una vez que los países europeos empiezan a vislumbrar la salida del confinamiento, se abre la carrera por desescalar. Está en juego la profundidad de la crisis económica, pues, dependerá de lo que dure el parón de la actividad los distintos escenarios de recuperación al que cada Estado se enfrente. Un mes de ventaja pueden suponer dos o tres puntos de PIB este año y el que viene, y lo que es más importante, un mayor o menor nivel de endeudamiento. Así es que estamos en una competición descarada por tomar posiciones de ventajas, que a la larga van a conceder bienestar y poder a los miembros de la UE. Así se han formado dos bloques que de alguna manera rompen el eje hegemónico de la gobernanza europea. Francia y Alemania no se logran poner de acuerdo, pues, los galos están más cerca de las posiciones de Italia y España, entre las más afectadas por el coronavirus, mientras que los germanos, junto a holandeses, suecos, austriacos o finlandeses, han mitigado con mayor éxito la pandemia.

Los más afectados apuestan por un tratamiento de la deuda mutualizada o perpetua, que convierta el problema en un mal de todos. Mientras que los alumnos aventajados prefieren traducir la solidaridad en instrumentos de ayuda incluidos en el presupuesto europeo 2021-2027. Si observamos las estadísticas del saldo de la deuda 2019, parece obvio lo que les separa a unos de otros. Suecia 35,1% del PIB, Holanda 48,6%, Alemania 59,8%, España 95,5%, Francia 98,1%, Portugal 117,7%, Italia 134,8%, Grecia 176,6%. Este es el peso que cada cual llevaba en su mochila antes de iniciarse la epidemia. Parece lógico, por tanto, que si queremos que la vía de los eurobonos tenga alguna posibilidad de ser aprobada, sigamos la propuesta del ex primer ministro italiano, Enrico Letta, de hacer dos cajas distintas de deuda - la anterior a 2020 y la provocada por el coronavirus -. En todo caso, sería muy corto de miras poner todos los huevos en la cesta de la soluciones de deuda, pues, los fondos europeos a lo largo del marco financiero plurianual, nada menos que siete años, pueden suponer miles de millones de euros para los Estados más afectados. Pensemos que solo en este periodo 2014-2020, España ha recibido 25.000 millones de euros exclusivamente del Fondo de Cohesión.

Ante una situación tan crítica como la que estamos viviendo es lógico que las negociaciones entre los Estados miembros sean duras y prolongadas. Todos nos jugamos mucho, tal vez, la propia existencia de nuestro modo confortable de vida, como para ceder sin más. Pero sería de sentido común que analizáramos cómo podemos salir de esta sin la unidad de todos. ¿Por un solo momento nos imaginamos lo que sería lidiar con esta quiebra sin pertenecer a la Unión Europea y al euro? Aislados tras los Pirineos y atrincherados en la peseta, seríamos pasto inmediato de los tiburones que acechan a la espera de los Estados que van a caer en impagos durante la recesión venidera. Más nos vale aplicarnos al consenso y lograrlo cuanto antes, mientras el BCE sea capaz de mantener la prima de riesgo del bono español en niveles soportables. El mercado aun cree en las posibilidades de España de financiarse, pero si no se llega a un acuerdo en la UE, nos mirarán las vergüenzas al desnudo y, en esa soledad, serán inmisericordes con nosotros. Pragmatismo y eficacia en la gestión, eso se impone y no la eterna discusión del fuero y el huevo.