ALÍ saltando por los coches y de repente todo era fuego". María Dolores Pereda escapó por los pelos del mismísimo infierno. No en vano viajaba "justo en la mitad" de los 25 vehículos que colisionaron en cadena y ardieron en Amorebieta hace ahora treinta años. Su marido no quiere recordar, pero ambos pueden contarlo. Los dos amigos con los que compartían viaje y otras dieciséis personas no.

Lo primero que dice María Dolores, a sus 77 años, desde su domicilio, en Balmaseda, es que ha transcurrido tanto tiempo que no sabe lo que dará de sí su memoria. Pero estas tragedias marcan y, una vez se adentra en el relato, parece que fue ayer. "Íbamos a pasar el día a Francia. El amigo y mi marido, delante, y su mujer y yo, detrás. De pronto noté un estruendo al chocar, oía golpes, teníamos coches medio encima", cuenta retrotrayéndose a aquella jornada en la que un telón de niebla convirtió a la autopista Bilbao-Behobia en una trampa mortal.

Su marido, que iba de copiloto, no dudó en romper con las manos el cristal delantero. "Cuando salí, no sé cómo, lo que vi era dantesco. Había una chica llorando junto a un fallecido en el suelo, la gente corría, no veía más que aquellos coches ardiendo... Crees que eso solo pasa en las películas y, por desgracia, no".

Mientras María Dolores buscaba a su esposo, vio "aparecer" a la mujer de su amigo. "La pobre tenía la cabeza y la espalda quemadas y gritaba: Mi marido, Lalo, que está allí. Y allí se quedó. Mi marido, Lalo, que está allí.No sé si estaría inconsciente o qué, pero no le dio tiempo a salir. Enseguida se prendió todo. Ella falleció al de dos semanas", lamenta. Fue la víctima mortal número 18.

Por suerte, María Dolores y su marido solo engrosaron la cifra del medio centenar de heridos. "Yo tuve una quemadura grande en una pierna y me tuvieron que hacer un injerto, tenía media cara raspada, un ojo me quedó un poco caído... Mi marido, unas costillas rotas, las manos... Pero, bueno, salimos los dos", dice, sabiéndose afortunada.

De vuelta sobre el asfalto, María Dolores recuerda que alguien la llevó al arcén hasta que los sanitarios la trasladaron al hospital de Cruces. "Aquello era un caos terrible. Como no era de los peores, me hicieron una cura y me sentaron allí. Dos chicas me hicieron compañía hasta que fueron mis hijos. Nunca tendré palabras para agradecérselo. Hasta me dieron dinero para llamar a casa. Supongo que les daría las gracias, pero me gustaría saber quiénes eran porque me ayudaron mucho mientras estaba en aquella sala con aquella tragedia", cuenta emocionada.

Tras aquel siniestro que pudo costarle la vida, María Dolores ha llevado "una vida normal", si bien no puede evitar alertarse con cualquier incidencia en la carretera. "Un susto o un golpe ya parece que te sobresaltan. Han pasado treinta años y todo se va amainando, pero eso te queda ahí para siempre porque fue muy gordo, muy trágico", remarca.

Tanto es así que mencionar el accidente está vetado "Nunca hablamos de ello. Cuando llega la fecha dices: qué horror, cómo pasó... Eso yo, porque para mi marido fue muy traumático y si sacas la conversación, enseguida dice: Déjalo, que ya pasó", revela esta mujer, ávida de respuestas. "Fue horrible y al final no sabemos si fue por una chica que paró por la niebla. No sabemos cómo o por qué, pero pasó".

Aquel 6 de diciembre María Dolores y su marido volvieron a nacer, pero para ellos no es una fecha de celebración, sino de duelo. "Siempre tenemos el recuerdo para Aurori y Lalo, nuestros amigos. Yo he sufrido mucho por sus hijos, que tenían 12 y 15 años y se quedaron con una abuela muy mayor, pero salieron adelante y hoy día están muy bien", consigue decir, su garganta, anegada por las lágrimas. "Ves a los hijos de ese matrimonio, a los nietos... Eso te queda para el resto de tu vida".

"La gente en llamas y el olor"

"Se me ha quedado muy marcado aquel olor indescriptible, que no es a quemado, sino un olor especial. Tampoco he olvidado nunca las imágenes de la gente en llamas". Félix, de 51 años, voluntario de la DYA, acudió como especialista en rescate al accidente de Amorebieta, recién salido de una guardia. "Estaba llegando a mi casa cuando me avisaron. Volví a la central, cogí el vehículo que estaba preparado con el cortachapas y, a la salida del túnel de Malmasín, la Ertzaintza había cortado la autopista. Solo dejaban pasar a las emergencias. En aquella época los móviles eran casi inexistentes, con lo cual las informaciones que llegaban eran mínimas, nada actualizadas y con poco rigor", destaca este bilbaino.

De hecho, prosigue, "creía que iba a un accidente de un autobús, porque había muchas víctimas, y me encontré con aquel revoltijo de vehículos en tres alturas. Llegamos a tiempo de sacar a gente con vida de la tercera planta. Era coche sobre coche y sobre coche. Una pasada". En aquella zona, explica, "la visibilidad era nula y, por efecto dominó, se fueron chocando y montando encima. La seguridad de los vehículos no era como la de hoy día y, en cuanto empezaron a arder algunos, se fueron quemando otros".

Tras rescatar "a la gente viva que se pudo", Félix se encargó, junto con su compañero Carlos, de "sacar los cuerpos del amasijo de vehículos y ayudar a la Ertzaintza a identificar quién era quién con las cosas que había en los coches". Solo a la noche, ya en su domicilio, reparó en sí mismo. "Me di cuenta de que en una de las explosiones me había quemado parte del buzo de rescate. Hasta entonces tampoco fui consciente del olor que habíamos tenido". Un olor que aún impregna sus recuerdos, junto al "resquemor" por aquel profesional de la prensa, "de los primeros que llegó y pudo frenar, que dijo: Como no sé atender, me he puesto a hacer mi trabajo. Me pareció muy duro".

"Fue chocante y doloroso"

A sus 64 años, Carlos ha asistido, como voluntario, a los siniestros más graves de Euskadi. "Me tocó la explosión en el colegio de Ortuella y también el accidente aéreo en el monte Oiz porque llevo ya 45 años en la DYA. Lo de los niños fue muy fuerte, pero también el accidente de Amorebieta. Para ser un día festivo de un sol pleno lo que menos te esperas es que suceda eso con una niebla. Fue muy chocante y muy doloroso", reconoce.

La imagen de los vehículos amontonados sigue grabada en su retina. "Si toda la gente hubiese estado viva, el rescate en el sitio habría sido muy complicado por la situación de los vehículos unos encima de otros. Después de que la Ertzaintza sacó fotos para hacer el atestado, se movieron con grúas al área de servicio de la autopista", explica. Allí llegó la peor parte. "Fue duro porque tuvimos que sacar a todas las personas y, tras anotar en qué posición iban y el número de bastidor del vehículo, las tuvimos que meter en los sacos de plástico. Me impactó pensar que todos terminaríamos en un saco".

"No sé si mi amigo estaría inconsciente o qué, pero no le dio tiempo a salir. Se prendió todo enseguida"

"Han pasado treinta años y todo se va amainando, pero eso te queda para siempre. Fue muy trágico"

Mujer que resultó herida en el accidente

"Fue duro tener que meter a las personas en los sacos de plástico. Me impactó pensar que todos terminaríamos así"

Voluntario de la DYA

"Creí que era un autobús y me encontré el revoltijo de coches en tres alturas. Llegamos a tiempo de sacar a gente con vida"

Voluntario de la DYA