e abre el telón. Pasen y lean. Esta es la historia de Rosa del Valle, una mujer silenciada por la mordaza del maltrato psicológico que un día se subió a un escenario y recuperó su voz. “La primera vez que salí y hablé lo que más me impresionó fue que la gente me estaba escuchando. Igual para otra persona eso era una tontería, pero para mí fue...”.

Rosa no encuentra las palabras, pero en sus ojos se adivina lo mucho que significó entrar en escena y cobrar por fin protagonismo. “El maltrato psicológico te anula totalmente. Estás en un huequecito. Digas lo que digas nadie te oye ni te ve. Se olvidan de que estás ahí. No respetan lo que haces ni lo que eres. Cuando vives así 23 años, que de repente alces la voz y te escuchen es una cosa maravillosa, aunque sea en el teatro”, saborea.

La compañía Zenbatu que a Rosa le brindó “seguridad” también le sirvió de “terapia” a Georgina Salgado para “abrir los ojos” tras la depresión a la que le empujó ser “víctima de la violencia”. Aurora Barragán, que vivió en habitaciones donde sufrió “acosos”, actúa para “concienciar sobre el sinhogarismo femenino, que es mucho más grave que el masculino porque las mujeres son atacadas en la calle por hombres a los que se les teme, mientras que ellas viven con miedo”.

En un receso del ensayo de la obra Inork/Nadies, que han representado esta semana en el marco del Homeless Film Festival, organizado por la asociación Bizitegi en Bilbao, estas tres mujeres en situación de exclusión social esbozan el guión dejando entrever sus heridas y el poder cicatrizante del teatro. “Hemos logrado que estas personas se expresen, sean oídas y validadas. Tenemos la responsabilidad de visibilizarlas”, reivindica el director de la compañía teatral, Iván Iparraguirre.

Una usuaria de Bizitegi ccuenta su dura experiencia. Vídeo: Oskar M. Bernal

Una usuaria de Bizitegi ccuenta su dura experiencia

Una usuaria de Bizitegi ccuenta su dura experiencia

Rosa del Valle59 años, Barakaldo

“Gracias a Dios siempre he tenido un techo”. Lo dice Rosa del Valle, 59 años, nacida en Barakaldo, vecina de Leioa, sintiéndose afortunada por no haber tenido que dormir nunca a la intemperie, aunque durante buena parte de su vida fuera desapareciendo poco a poco entre las cuatro paredes del domicilio familiar. “Cuando estás en tu casa y eres como un cero a la izquierda, hablas y nunca te tienen en cuenta y llevas así muchos años, das por hecho que eso es normal”, confiesa esta mujer, ya viuda.

Hasta que no tocó fondo Rosa no buscó una mano a la que agarrarse. “Llevaba años con depresión por la enfermedad de mi marido, sufrí maltrato psicológico muchos años y no pedí ayuda hasta que me di cuenta de que no podía cuidar de mi hija”, confiesa. La asistenta social le remitió a la Diputación, su hija fue acogida en un piso y ella acabó recalando en Bizitegi, cuya educadora le presta en casa apoyo y compañía. “Me ayuda a organizar armarios, charlamos cuando me encuentro mal...”, comenta.

Inmersa en aquella espiral, Rosa no se reconocía como víctima hasta que se fue viendo reflejada como en un espejo en las obras que iban representando. “Una mujer maltratada psicológicamente no sabe que la están maltratando. Yo me he ido dando cuenta de muchas cosas a través del teatro. Decía: Si yo he vivido esto. Si yo he vivido lo otro... Ahí eres realmente consciente de que lo has sufrido”, reconoce.

Al preguntarle qué más le ha aportado actuar en esta compañía, su sonrisa traspasa la mascarilla. “Me ha dado seguridad, expresarme, el compañerismo... Me hace sentirme muy bien porque hacemos visibles cosas que pueden pasar desapercibidas. Es decir: Oye, vivimos en la calle o en un piso, pero estamos aquí y podemos hacer cosas. Somos personas, no somos un trapo”.

Georgina Salgado

31 años, Honduras

Georgina Salgado fue “víctima de violencia” a los 29 años y su vida se desmoronó. “Estuve ocho meses con una depresión que me llevó a caer en el alcohol y un poco de drogas. Perdí mi trabajo, ya no podía pagar el piso donde estaba y tuve que recurrir a los servicios sociales. Lo pasé muy mal”, resume con la voz serena de quien va retomando las riendas.

Tras su paso por el albergue de Elejabarri, esta joven hondureña entró a formar parte del proyecto Borobiltzen de Bizitegi, donde acompañan a las mujeres en sus procesos hasta que logran levantar cabeza. Alojada en un piso de la asociación, en Otxarkoaga, se está formando en atención sociosanitaria y recuperando la autoestima de quien tiempo atrás se sintió “invisible” tanto “para la familia como para la sociedad”. “Hay gente que, al ser de otro país, te rechaza o te tacha de venir a aprovecharte de las ayudas. Yo hasta el momento no he cobrado ninguna”, dice, aunque agradece que le brinden apoyo con “la alimentación y el transporte para poder ir a estudiar”.

Cuando estaba sumida en su nube negra, Georgina “era incapaz de salir a la calle” y relacionarse. El teatro fue parte de su medicina. “Me ayudó tanto como para poder abrir los ojos, despertar, aprender a expresarme y a pedir ayuda. Ha sido como una terapia que me ha servido también para ser más empática con las personas que están en la misma situación que yo”, valora.

En su caso, más que ser la vida un puro teatro, el teatro es pura vida. No en vano cuando actúa se mete en la piel de “una migrante que viene en patera de Marruecos y casi se ahoga, una persona que se busca la vida con el top manta, una modelo que participa en un desfile del colectivo LGTBI...”. Por interpretar, interpreta, dice, hasta “el papel de una empleada que trabaja con una congresista que defiende los derechos, pero los míos no”, puntualiza.

Aurora Barragán

55 años, Bilbao

A sus 55 años, la bilbaina Aurora Barragán asegura tener “un amplio currículum”, pero no ofertas de trabajo que le permitan “independizarse, alquilar una casa y afrontar los gastos”. Tras vivir en habitaciones donde, según denuncia, sufrió “acosos”, ahora comparte con una mujer marroquí una vivienda de Bizitegi en el barrio de Otxarkoaga. “Llevo allí un año largo. Es una compañera estupenda. Hacemos nuestra vida y yo dedico mi tiempo fuera de casa a mi empleabilidad”, comenta.

Aunque nunca ha “estado en la calle”, los cimientos . “Me suspendieron la RGI y no podía afrontar el pago de mi habitación. Fui al albergue de Claret, se desató la pandemia y me quedé allí confinada”, relata. Tras ser realojada en el Hostel Ganbara, inició un nuevo trayecto vital de la mano de Bizitegi. “No quería repetir las malas experiencias que había tenido en las habitaciones, los contratos con empresas de trabajo temporal que me perjudicaban con la ayuda...”, señala, aclarando que su “problema es de vivienda y laboral, porque personalmente soy muy saludable”.

Amante de las artes, Aurora participa en la compañía Zenbatu para “poner voz a las mujeres que están verdaderamente en la calle con problemas de alcohol, de droga, violaciones... Encima, ahora, en época de invierno. Mujeres que mueren en el silencio, sin nadie. Simplemente son un número. Si a través del teatro podemos despertar conciencias...”, se muestra esperanzada.

Iván Iparraguirre

Director de la compañía Zenbatu

Enrollada la pancarta con la que recrean, durante la obra, una manifestación en defensa de los derechos de las mujeres, el peruano Iván Iparraguirre, director de la compañía Zenbatu, recuerda cómo, cuando vino a vivir a Bilbao, se trajo en el equipaje su “experiencia en el teatro comunitario, surgido en Latinoamérica en los años 60”. Una propuesta que ofreció a distintas organizaciones y germinó, hace ya siete años, en Bizitegi.

“Se llama comunitario porque no participamos solo usuarios de la organización, sino también profesionales, voluntarias y voluntarios, chavales que están estudiando, en prácticas... Formamos un grupo muy heterogéneo”, dice y basta echar un vistazo al plantel de actores y actrices para confirmarlo. “Somos veintitantos en escena, que se dice rápido. Cada uno con nuestras dolencias y miserias porque estamos en esta organización como usuarios por algo”, subraya en el patio de la sede de Bizitegi, en el bilbaino barrio de Uribarri.

En el caso de esta compañía, el teatro “no es solo una actividad, sino una herramienta de intervención psicosocial”. De hecho, “a lo largo de la trayectoria de Zenbatu puedes ver a muchos de los chicos que han estado en la calle y ahora no lo están, a muchos de ellos que no tenían trabajo y ahora sí... No quiero decir que el teatro les haya proporcionado eso, sino que los ha acompañado en esos procesos, donde los ha validado, les ha dado un poco más de personalidad, de sustento en la vida”, explica.

Tomando como punto de partida el poema Los Nadies,de Eduardo Galeano, la obra se sustenta sobre “los pilares del género, la exclusión y el sinhogarismo, abordando temas como la inmigración o las opciones sexuales”. El mensaje a transmitir, concluye, es que “todos tenemos la responsabilidad de ser alguien y proponer que otros sean álguienes Visibilizarlos y no solo taparlos bajo la alfombra”.