A sus 66 años, la navarra Delia Bakaikoa está viviendo a 2.050 kilómetros de distancia cómo el volcán de La Palma arrasa su barrio. Se encuentra de vacaciones en su Iruñea natal, pero reside en la localidad de Todoque desde hace 32 años. De momento, ha tenido suerte y su casa se ha salvado por apenas 2 kilómetros, pero la lava del volcán le quema el alma.

"Hago mucha vida en el pueblo y lo que está pasando es absolutamente devastador. Continuamente estoy pensando en mis vecinos y recordando a las personas que viven en cada una de las casas que están desapareciendo. La gente lo está pasando peor que mal y es un desastre tras otro", asegura.

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La colada del volcán de La Palma arrasó ayer las calles del barrio de Todoque, en los Llanos de Aridane. A tan solo 120 metros por hora, la lava avanzó tan lenta como destructiva a su paso por el último núcleo urbano ?de unos 1.200 habitantes? antes de llegar al Océano Atlántico. Hasta ayer, el volcán había engullido 320 domicilios y amenazaba con destruir también el de Delia Bakaikoa. Se quedó a menos de dos kilómetros.

La casa de la navarra se encuentra en la calle de La Majada y, por fortuna, el volcán decidió seguir un camino alternativo en su descenso. "La lava podría haber cogido perfectamente mi calle, pero ayer por la noche superó la altura de mi casa. Salvo que se abra otra boca, ya no corre peligro porque no creo que la colada vuelva a subir. Pero vete a saber qué pasa en las próximas semanas".

Lógicamente, el alivio para ella fue tremendo. Pero no olvida el sufrimiento de sus vecinos. "Cuando vi que a mi casa no le afectaba, me tranquilicé mucho. Eso es verdad. Pero luego me empezaron a entrar otros dolores. Al final es mi pueblo, hago mucha vida allí y duele enormemente todo lo que está pasando. Pienso en lo mío y en lo de todos, claro".

VECINOS QUE LO PIERDEN TODO

La pamplonesa recuerda emocionada a otros vecinos que no han tenido la misma suerte que ella. "El martes le pregunté a un amigo mío que es albañil a ver cómo iba la cosa. La lava se retuvo y avanzaba más lenta. Justo a las doce de la noche, cuando ya me iba a la cama, me volvió a llamar para decirme: 'ahora está entrando en mi casa'. Me dio una punzada el alma. Cuando lo vives de cerca, te haces una idea de lo duro que es eso".

Ante la situación de emergencia, el pueblo ha mostrado su cara más solidaria y los vecinos intentan ayudar en la manera de lo posible. "La gente intenta echar todas las manos que puede porque esto es un poco loco. Todo el mundo está reaccionando para colaborar. Ya están dejando entrar a las casas y, por ejemplo, dos o tres amigas van a entrar a la mía a coger cosas del congelador, bombonas de butano y algún objeto personal. Me intentan ayudar en lo que pueden sabiendo que estoy lejos".

SEGUIMIENTO DESDE PAMPLONA

"El miedo está siendo terrible. No lo tengo nada claro, y mucho menos estando en Pamplona", confiesa. Ella se encuentra en Navarra, pero su mente está en La Palma, pendiente de cualquier información nueva. "Estoy sufriendo de una manera diferente, como lo hacen los que viven fuera. Intento distraerme para no ponerme de los nervios, pero esto es un sinvivir. Busco hacer otras cosas para no hablar del tema. No he visto la televisión porque he comido fuera, pero en cuanto la pones se te mete una inquietud dentro que parece que tienes terremotos internos. Se te mete dentro como un enjambre de abejas".

Desde Pamplona, donde se encuentra de vacaciones visitando a su familia, ha seguido la evolución del volcán con la ayuda de varias amigas que le informaban en directo desde la isla. "Tengo contacto con vecinas y con gente que me manda algunos informes desde La Palma. Estoy hipercomunicada y no me da tiempo ni a contestar a todos los mensajes que me mandan. Pero bueno, cada cosa que te dicen para ayudarte te crea una inquietud tremenda. Yo quiero saber, pero al mismo tiempo te hace mucho daño estar lejos. Con la distancia, siempre magnificas todo mucho más. Pero bueno, tampoco hay que magnificar porque no se puede hacer nada".

Bakaikoa, que ejerció de profesora en La Palma hasta su jubilación, vive sola y ha diseñado un curioso truco para saber que su casa sigue en pie. "La única referencia que tengo de que mi casa no ha sido succionada por el volcán es que tengo una aplicación informática para las placas fotovoltaicas y me dicen que se está produciendo energía. Entonces, sé que funciona el router y sé que funciona la aplicación informática. Eso significa que mi casa todavía está bien".

EL INICIO LE COGIÓ POR SORPRESA

"Yo ya sabía que había enjambres, pero decían que en principio no había peligro. Cuando ya estaba en Pamplona, sí que se veía que se iban incrementando los terremotos y el domingo pasó lo que pasó. Me enteré en el mismo momento porque una amiga estaba viendo el volcán mientras hablaba conmigo. Así me enteré: en el mismo instante en el que explotó", recuerda.

Tan solo le dio tiempo a ordenar a una amiga que protegiera algunos bienes de su casa antes de que evacuaran la zona. "Le di instrucciones a una persona para que fuera a mi casa, bajara la televisión para que no se cayera de las alturas y en fin, para hacer un poco de protección ante los movimientos de tierra".

Después, tan solo ha podido esperar que no destruyera su casa. Y lamentarse. "La lava ha caído en el peor sitio posible. Es la zona más poblada de la isla. Hubiese sido mejor que hubiera salido hacia Fuencaliente, donde hubiese ido directo al mar. Es tremendo: ha salido donde no hacía falta. La parte bella del volcán queda totalmente minimizada para mí porque los daños nos afectan de una manera muy dura. Debe ser bonito, pero yo no lo veo".