La nueva normalidad permite la libertad de movimientos y hacer cada vez más planes con limitación de aforo, pero hay quienes, pese a agradecer estos avances, recuerdan con cierta nostalgia los días de confinamiento en casa, cuando tenían más tiempo para descansar, leer, cocinar o estar con su pareja.

Aseguran que no tienen el síndrome de la cabaña porque no han afrontado con miedo la desescalada aunque sí con precaución. Además, tenían muchas ganas de volver a ver a su familia y amigos sin una pantalla de por medio.

Sin embargo, personas como Anna, Álex, Raúl y María, vecinos de Madrid con edades comprendidas entre los 27 y los 43 años, guardan un buen recuerdo del confinamiento e, incluso, echan de menos algunas de las rutinas adquiridas.

Reconocen, eso sí, la dureza de la situación, pero pudieron afrontarla de forma positiva al no haber perdido ninguno de ellos a seres queridos a causa del coronavirus.

MÁS TIEMPO CON UNO MISMO Y CON LA PAREJA

"Ha sido una experiencia vital muy bonita", confiesa Anna con "cierta culpabilidad", consciente de que durante el confinamiento ha habido gente que lo ha pasado "muy mal" por perder a seres queridos o tener dificultades económicas.

En su caso, en cambio, agradece estos cerca de tres meses de encierro porque le han permitido tener más tiempo para estar consigo misma y también para disfrutar de su pareja, con la que nunca había compartido tantas horas de convivencia como ahora.

"Por suerte nos llevamos muy bien. Hemos podido hablar mucho y disfrutar juntos de los pequeños placeres del día a día", cuenta.

A Anna la cuarentena le pilló sin trabajo, así que pudo cultivar aún más grandes aficiones como la cocina o la lectura. También ha aprovechado para hacer deporte a diario y cuidar más de su perro, recién adoptado.

"Estamos muy felices de haber recuperado esta 'normalidad', pero te queda un poco de morriña de vivir con ese otro tempo. Es un ritmo más calmado incluso que en las vacaciones y me da pena que se pierda", comenta.

Su pareja, Álex, reconoce que le costó empezar a ir a la oficina tras meses teletrabajando porque "añoraba a Anna, al perro y la casa".

"Hemos estado tranquilos, trabajando cada uno o haciendo sus cosas. En algún momento tomábamos algo a media mañana, parábamos y preparábamos la comida los dos juntos. Eso lo echamos de menos", dice.

Ahora, en la nueva normalidad, espera poder seguir aplicando algunas de las nuevas rutinas adquiridas en el confinamiento, como una mejor planificación de las comidas y el trabajo.

"He aprendido a ordenar la vida, está bien porque a veces el día a día te come y (durante la cuarentena) aprovechaba más las horas de descanso".

UNA VIDA MÁS TRANQUILA

A Raúl el confinamiento también le ha ayudado a vivir sin el "caos" habitual, ya que tiene tendencia a "quedar con mucha gente, hacer muchos planes y ocupar demasiado el tiempo".

"Me hizo disfrutar de otras cosas de las que habitualmente no disfruto, como la tranquilidad, la quietud y la cocina", cuenta.

En su caso, pasar tantos días encerrado solo en casa con su perro "parecía que podía ser un problema" pero "se acabó convirtiendo en una especie de solución", y ahora echa de menos el orden y el tiempo de descanso.

"También añoro cómo vivíamos emocionalmente esos momentos (...) Las emociones, conversaciones, pensamientos y sentimientos eran más puros y básicos, quitamos muchas capas de fuera y nos quedamos en lo esencial".

EL GUSTO POR LO SENCILLO

María ha aprovechado el confinamiento para estudiar la oposición, leer, ver series y películas y disfrutar de sus padres y su hermana, con los que comparte piso.

Confiesa que los primeros días fueron duros porque "echaba de menos" sus rutinas de antes, pero a las tres semanas se hizo a la nueva situación.

"Descubrí que en esa rutina del confinamiento también te pasaban cosas, no era necesario estar en la calle", comenta.

Como a Raúl, le gustaba especialmente "la simplificación de todo: desde el quehacer diario hasta los pensamientos y sentimientos".

"Estoy bien ahora, pero no he vivido mal el confinamiento. He estado a gusto, tranquila, sabiendo que todo lo malo acaba (...) Ahora echo la vista atrás y lo recuerdo con cariño, supongo que como quien recuerda la mili", bromea.

LA OPINIÓN DE LOS EXPERTOS

Manuel Oliva, psicólogo clínico en Center Psicología Clínica, en Madrid, opina que esta nostalgia del confinamiento no tiene que ver con el síndrome de la cabaña, ya que no hay una patología detrás.

"Nos hemos acostumbrado a vivir confinados y a que ésa sea nuestra zona de confort. Ahora salir nos cuesta un poco", explica.

Para determinadas personas el encierro, incluso, ha sido una experiencia positiva porque han podido "disfrutar del día a día", han "explorado" nuevas o viejas aficiones, han descubierto las ventajas del teletrabajo y se han liberado del "estrés de una gran ciudad".

"Abandonar la zona de confort cuesta pero es probable que con el paso del tiempo todo vuelva a la normalidad, sobre todo en los casos de personas que antes tenían tendencia a salir, relacionarse y tener actividad".

Por su parte, Juan Carlos Jiménez, sociólogo de la Universidad CEU San Pablo, cree que en estos casos sí hay un síndrome de la cabaña porque "es extraño que vivamos confinados y nos guste", aunque coincide en que no llega a ser una patología al no haber miedo a salir.

No obstante, valora que haya personas que sean capaces de "disfrutar de los momentos más duros" del confinamiento y "darles una aparente normalidad".

En su opinión, "no deja de ser una acomodación a una realidad impuesta" que nos ha hecho ver que "hay una vida más allá de la vida social de salir permanentemente".

Aunque en algunos casos "la renuncia no ha sido tan horrible", el experto cree que cuando desaparezca el peligro volveremos progresivamente a las rutinas de la vieja normalidad.