- "Hicimos lo que pudimos". La frase de Andoni Hormaetxea, médico cirujano especialista en Psiquiatría, es breve, pero encierra en sus cuatro palabras el descomunal esfuerzo realizado por el personal sanitario cuando la pandemia irrumpió como un tsunami en los servicios de urgencias, donde vivieron escenas propias de un "hospital de campaña", que les han dejado a muchos de ellos heridas de guerra.

Las primeras semanas de la crisis colaboró, como voluntario, en varios centros hospitalarios de Bizkaia. ¿Cuál fue su función?

—Como médico cirujano tengo obligación de auxilio y, al principio, en medio de esa vorágine, hice un poco de todo. Luego, al ser especialista en Psiquiatría, me dediqué más a comunicar fallecimientos y a prestar apoyo a familiares, pacientes y personal sanitario. Una labor que sigo desempeñando desinteresadamente desde mi consulta y mi casa, ahora con mayor tranquilidad.

Hoy es el día en que aún recibe llamadas en mitad de la noche. ¿Qué motiva esas peticiones de auxilio?

—Sobre todo, ataques de pánico, pesadillas, insomnio, incluso situaciones depresivas, pensando: No puedo soportarlo y voy a hacer esto o lo otro, o sentimientos de culpa por haber tenido que dar una mala noticia a un familiar.

¿Qué secuelas psíquicas sufre, en concreto, el personal sanitario?

—La patología más común es el síndrome del quemado. Puede cursar con síntomas de ansiedad y presentan desesperanza, impotencia y falta de ganas de volver al trabajo. En los que vivieron la catástrofe desde el principio son muy frecuentes los síntomas de estrés psíquico agudo. De no atajarlo, puede derivar en trastorno por estrés postraumático. Los síntomas son elevadísimos grados de ansiedad en forma de ataques de pánico, insomnio... Además, el hecho de mantener el estado de angustia y alerta durante prolongadas jornadas ha derivado en muchos de ellos en síntomas depresivos.

Se refiere a lo vivido en los hospitales durante aquellas primeras jornadas como un "infierno".

—Aunque sí que había datos que podrían llevar a pensar que esto iba a ocurrir, la noticia se dio de una forma muy contundente y sin previo aviso: "Esto es por un coronavirus". Fue como un jarro de agua fría. A todos nos pilló de improviso un enemigo invisible y con gran capacidad letal. Durante la primera semana no se podía discernir qué pacientes venían con una infección de coronavirus. Ni siquiera se sabía lo que era ni cómo se comportaba. Era un virus desconocido para el cual no se tenía ninguna cura. No sabíamos a qué nos enfrentábamos y había que empezar de cero. Primero, a tratar los síntomas de los pacientes, pero improvisando.

La sociedad pasó de un día a otro a estar confinada. Difícil de asimilar.

—Sobre todo porque es un enemigo invisible, que generó un escenario parecido al de la película Matrix. Es tu calle, tu edificio o tu consulta, pero no hay nadie en ningún sitio. Es lo que llaman disociación cognitiva: todo está ahí, pero raro.

Al principio se comparó el coronavirus con una simple gripe.

—En algún medio de comunicación salió personal sanitario diciendo que era como una gripe y que se quitaba con paracetamol cuando el coronavirus afecta a muchos más órganos, aparte de los pulmones. A nivel neurológico, los primeros síntomas que se vieron fueron en adolescentes que acudían al otorrino por falta de olfato y de gusto. No tenían fiebre ni tos y esa es la razón por la cual los otorrinos fueron los primeros sanitarios que se infectaron.

También ha habido que lamentar muertes entre el personal de los centros sanitarios.

—Cuando empezaron a caer también personas del ámbito sanitario fue un punto de inflexión. Se vio que los que estábamos ahí estuvimos expuestos. Sigue habiendo bastantes infectados, pero los primeros fallecimientos cambiaron el escenario. Nos dimos cuenta de la gravedad de la situación. Fue algo inesperado, súbito, un mazazo, un shock.

¿La saturación de los servicios sanitarios contribuyó, aún más si cabe, a alimentar el caos?

—Las claves fueron que la crisis se produjo súbitamente, el desconocimiento de las enfermedades y consecuencias que se derivan de la infección del virus y la incertidumbre de qué hacer. A eso se sumó la avalancha de gente que vino durante las dos primeras semanas. Aquello no se podía manejar. Hicimos lo que pudimos y como pudimos. Hubo desbordamiento, sensación de no poder con todo. Eso es cierto.

Y esa situación extrema, como es lógico, ha dejado huella en el personal que estuvo en primera línea.

—El hecho de que se diera de una forma radical, rápida y contundente hizo que tuviéramos que dar una respuesta automática, unos cambios superdrásticos en la vida: aislamiento, miedo al contagio, duda de cómo se transmitirá y la inseguridad ante la que nos encontrábamos. Será muy contagioso o no, han dicho que igual que una gripe. Y luego veíamos que era quince veces más letal... El desconocimiento te lleva a estar en una situación de alerta máxima mantenida en el tiempo. Hay angustia también por no poder atender a todos los pacientes que quisieras, porque uno ha fallecido, a la vez tienes que dar dos malas noticias... Al final eso deriva en un desastre psicológico tremendo, el síndrome de agotamiento psíquico sanitario.

A veces los 'daños colaterales' van más allá y dicen que estos profesionales sufren traumas psíquicos.

—Las horas interminables de trabajo en esas condiciones hacen que puedan desarrollar un trastorno por estrés postraumático, que se da cuando has vivido una situación que ha provocado en ti tal sacudida o un cambio tan drástico en tu vida que deja una huella. Además de la ansiedad, la depresión, el insomnio o la falta de apetito, el estrés postraumático te hace revivir escenas que has podido presenciar. Te viene un flash o una imagen desagradable o impactante y eso es equivalente a una situación de guerra. Todos los soldados que han estado en el frente o que han visto fallecimientos de seres queridos o allegados al final desarrollan el estrés postraumático. Primero suele ser el síndrome de estrés agudo, el hecho de estar todo el rato pendiente de todo, y que, a pesar de estarlo, no llegas a las exigencias que te impones. Esa ansiedad y angustia, si no se canaliza adecuadamente, puede derivar en una depresión.

¿Es frecuente la automedicación para paliar todos estos síntomas?

—Algunos profesionales que tienen el síndrome de agotamiento o el trastorno por estrés postraumático recurren a la toma de sustancias, como el alcohol, el cannabis o tranquilizantes, como autotratamiento, como huida para que no les vengan esas imágenes, para dormir bien y no tener esas pesadillas. Ha habido farmacias que en algunos momentos han tenido desabastecimiento de tranquilizantes. Con eso lo digo todo.

¿Hay profesionales que siguen trabajando en ese estado, dadas las necesidades actuales de personal?

—Sí, porque si no presentan ningún síntoma y han dado resultado negativo en coronavirus, a pesar de estar mal y tener toda esa sintomatología psíquica, siguen trabajando. Además del recurso a la automedicación, hay reticencias a recurrir a un profesional sanitario que les preste apoyo psicológico. Lo pueden hacer por medios telemáticos, con videollamada o por un WhatsApp. Lo mejor es consultar antes de que vaya a peor, antes de que esa ansiedad se convierta en ataque de pánico y antes de que la depresión se convierta en una depresión crónica, mayor. De hecho, ahora se están dando ya protocolos de tratamiento psicológico, que es lo que nosotros empezamos a hacer improvisadamente durante esas dos primeras semanas.

Forma parte de su profesión, pero debe ser difícil gestionar todo esto.

—La ITV la estoy pasando bien en ese sentido. Como psiquiatra me han preparado para ello.

Al principio de la crisis solo se informaba de fallecimientos. ¿Al recibir un diagnóstico positivo se pensaba: 'De esta no salgo'?

—Sí, porque entonces se decía que era una gripe y se curaba con un gramo de paracetamol y lo que ellos veían era muy diferente. Las informaciones contradictorias generan incertidumbre y ansiedad.

¿Cómo reaccionan los pacientes al decirles que están infectados?

—Una reacción puede ser la negación: 'Te has equivocado, yo tengo otra cosa...'. Luego, crisis de ansiedad, ataques de pánico... Sobre todo, porque las tasas de mortalidad al principio eran más elevadas y un diagnóstico positivo se recibía como una sentencia de muerte. Hoy, sabiendo que hay muchas curaciones y el pronóstico no es tan catastrófico, se encaja mejor.

¿Qué aconseja a los que acaban de saber que son positivos y no tienen síntomas graves?

—Una vez asumido que lo son, que se informen en medios de comunicación serios, que busquen actividades positivas, que no hagan caso a lo que le ha mandado la vecina en el WhatsApp... Hay personas que se sobreinforman, lo que genera muchísima ansiedad, y otras, desinformadas, que son las que salen como si no pasara nada.

Comunicar el fallecimiento de un familiar no debe ser nada fácil.

—Requiere de mucha delicadeza. Yo tengo en cuenta dos premisas: preparar a los familiares para el duelo e intentar amortiguar el golpe que supone para ellos.

¿Y cómo las lleva a la práctica?

—Hay que transmitir el mensaje con seguridad, sensibilidad y empatía, sin que te llegue a afectar a ti el propio caso. Comunicar la muerte de un ser querido no es nada fácil, pero podemos aliviar parte del dolor. Un aspecto básico es buscar un lugar adecuado, lo más privado posible, para dar la noticia. Las primeras semanas, dada la situación de frente de guerra, se tuvieron que dar en el pasillo o por teléfono. También hay que pensar muy bien lo que vas a decir para evitar expresiones desafortunadas. Cuando estás en una situación de tensión como aquella, totalmente desbordado, con toda la buena intención igual dices algo que puede herir más a la familia.

¿Como, por ejemplo?

—"¿Qué ha pasado?". "Ha muerto". "Pero, ¿cómo que ha muerto? Si le he traído yo en coche y le he dejado hace dos horas en urgencias". Al estar tú en tensión, puedes utilizar expresiones bruscamente.

¿Más cosas a tener en cuenta?

—Hay que intentar contar con toda la información, cosa que yo tampoco tuve, para no confundir a la persona, que deja a su familiar y se queda sin parte de la secuencia. Sobre todo, saber la causa del fallecimiento, si ha sido por un fallo pulmonar, unas convulsiones, un ictus... y evitar frases tipo como: "El fallecimiento ha sido por un fallo cardiorrespiratorio". Tampoco hay que dar demasiados detalles en ese momento ni caer en explicaciones morbosas, como en qué estado ha quedado el fallecido.

¿Hay que ir preparando el terreno o decirlo rápidamente?

—Es mejor no dar rodeos. De forma delicada, pero cuanto antes lo digas mejor. Corto, claro y conciso. Alivia hablar de la persona que ha fallecido con su nombre. Es decir, el de la habitación 4 no, José Luis o quien sea. Si te interrumpen los familiares y te preguntan, hay que mostrar interés y escucharles.

¿Cómo debe darse la noticia de una pérdida familiar a un menor?

—Siendo sensible, pero sincero. Es mejor no decir: "Se ha ido de viaje, ya vendrá" o "Estará en el cielo". Eso repercute negativamente porque le da falsas esperanzas y eso puede impedir que haga un duelo.

"Algunos recurren a tomar sustancias como huida para que no les vengan esas imágenes, para dormir bien y no tener esas pesadillas"

"Al desconocimiento y la incertidumbre se sumó la avalancha. Aquello no se podía manejar. Hicimos lo que pudimos y como pudimos"

"Las tasas de mortalidad al principio eran más elevadas y un diagnóstico positivo se recibía como una sentencia de muerte"

"Las primeras semanas, dada la situación de 'frente de guerra', se tuvo que informar de fallecimientos en el pasillo o por teléfono"

"Decir a un menor que su familiar fallecido se ha ido de viaje o estará en el cielo le da falsas esperanzas e impide que haga un duelo"