Bilbao - Me dicen que se ha muerto Juan Mari Vidarte y hago como que me lo creo. Que si por su edad le había llegado la hora, que si llevaba tiempo enfermo, que si una desafortunada caída. Juan Mari llevaba toda la vida hecho un cisco, dolores de espalda, escorado a babor, con cien recomendaciones médicas absolutamente incumplidas. Anduvo en bicicleta hasta que algún alma caritativa se la escondió. Estuvo en todas las comidas de amigotes hasta que esa caída con fractura de huesos le mandó al hospital, donde, cosa más que rara, no quiso recibir visitas y eso sí que era alarmante. Porque nadie más sociable, próximo y generoso que Juan Mari. Y si no, que me presenten a alguien que consiguiera pagarle una ronda. Siempre el primero en pagar, siempre el primero en ofrecerse para lo que hiciera falta, siempre abriendo brecha.
Juré el cargo de abogado en 1979. No tenía ninguna relación con la abogacía, ni familiares ni conocidos. La jura tenía lugar en el antiguo Palacio de Justicia, vetusto y sombrío, con la sala de vistas presidida por el presidente del tribunal. Me encogía sobre mí mismo ante tanto oropel y pensaba a quién podía pedir el favor de apadrinarme. No hizo falta. Juan Mari, tan rápido en ver como en resolver, me pidió, he dicho bien, me pidió el “favor” de ser mi padrino de colegiación. Si a un licenciado en Química le hace esa oferta Madame Curie se hubiese sentido menos halagado que yo, porque para entonces Juan Mari no sólo era el decano del Colegio de Abogados de Bizkaia sino que había sido senador constituyente, presidente de las Gestoras Pro Amnistía durante la transición y abogado de reconocido prestigio, que se suele decir con cierta magnanimidad en otros casos, en el suyo plenamente merecido.
Uno de mis primeros casos con proyección pública fue la acusación de torturas sobre la persona del médico Xabier Onaindia, que resultó la primera condena por tan vil delito contra dos funcionarios de policía. Juan Mari se personó como acusación en nombre del Colegio de Abogados, dirigió el pleito con profesionalidad y sentido de la Justicia, plenamente consciente de lo que como sociedad nos jugábamos si la tortura no se condenaba judicialmente. Aprendí mucho de él en aquel juicio y mucho más cuando aceptó el encargo de Amnistía Internacional de presidir sobre el terreno la Comisión de investigación de los crímenes de guerra en El Salvador.
Pónganse en situación, 1981 y volando balas sobre el Hotel Camino Real de San Salvador. Juan Mari, con su equipo internacional, recibiendo declaraciones de torturados, familiares de desaparecidos y curas misericordiosos y recibiendo recomendaciones de militares, agentes secretos y falsos periodistas para que no informara sobre lo que estaba oyendo. Resultó su informe el más divulgado y leído hasta aquella fecha de los publicados por Amnistía Internacional, y un fortísimo varapalo para la Administración americana.
Juan Mari era un abertzale de izquierdas opuesto a la violencia sin matiz ni cláusulas de reserva. En cierta ocasión le dijo a Juan de Ajuriaguerra que el PNV debía existir como cabeza tractora del abertzalismo hasta conseguir la independencia, Ajuriaguerra sonrió. Como quiera que Vidarte acabara la frase diciendo que con la independencia el PNV tenía que desaparecer, la sonrisa del de Otxandio desapareció de la misma.
En el acto de recepción del premio Manuel de Irujo de la Consejería de Justicia del Eusko Jaurlaritza, hizo un alegato a favor del derecho de autodeterminación, lo del derecho a decidir siempre le pareció como jurista un concepto impreciso. La reacción más perceptible fue que importantes posaderas institucionales se removieran en sus sillas. Y no me tiren de la lengua porque no contaré quiénes.
Juan Mari ponía los motes menos hirientes y más acertados que jamás he oído. A su gran amigo socialista -en Juan Mari no cabía el sectarismo- José Mari Satrústegui le llamaba el barón: “no porque tuviera título, sino por lo que le gusta andar de bar en bar”; a Jesús Oleaga, el fosas por su afición a asistir a todos los funerales fuesen más o menos conocidos los difuntos; pronosticó que Oleaga tendría una asistencia masiva en el suyo, a tantas familias había consolado. Así fue. El Chorreo Español al Pueblo vasco es uno de mis favoritos; con la prensa que no le gustaba era inmisericorde, como acrítico con el Athletic, al peor partido de los rojiblancos le sacaba virtudes.
Juan Mari era cristiano, nada beato y moderno en su catolicismo. Le interesaba la religión como brújula para navegar por la vida. “El derecho resuelve conflictos, pero la moral ayuda a que no se produzcan”, le escuché en varias ocasiones. No estamos viviendo tiempos felices así que echaré en falta a Juan Mari Vidarte, la persona generosa que iba regalando por donde pasaba simpatía, proximidad y amistad sincera. Que me dicen que se ha muerto, hago como que me lo creo, querida Margarita.