bilbao - El pasado sábado falleció el donostiarra Román de Gil Montes, a quien en 2013 se le llamó El sugarman vasco porque su vida podía tener un cierto paralelismo con la de Sixto Rodríguez, músico de Estados Unidos al que muchos daban por muerto, o al menos olvidado, y que volvió a alcanzar la fama internacional gracias a la película Searching for Sugar Man. El largometraje ganó un Oscar.

Un Oscar no; pero un Premio Ondas sí dicen que ganó quien nació como Román Antonio Eduardo de Gil Montes. Periodista, poeta, cantante, actor, escritor, antifranquista, ateo, zurdo en pensamiento político... acopiaba en sí una biografía de las históricas, de las cinematográficas; de las también olvidadas, desaparecidas de las páginas, casi de los amigos.

Hijo de un cofundador de ANV, fue director de Radio Popular, recibió un premio Ondas por un programa sobre Alcohólicos Anónimos (1969) y, entre mil proyectos, puso en marcha Egin Irratia. “La emisora la monté yo”, enfatizaba quien se vestía a sí mismo con sombrero y calificativos de “vividor” y “mujeriego”. “¡A esta edad nadie me va a cambiar!”, proclamaba.

Tras comprar los jesuitas Radio Popular, abandonó su oficio de juntaletras y decidió con su compañera de entonces ir a cantar juntos a Barcelona, “donde más dinero gané en mi vida”. Al tiempo regresó a Donostia e, incluso, acabó residiendo con un hermano durante 20 años en el pueblo andaluz de La Herradura, horma perfecta para sus zapatos. “Allí descubrí que a diferencia de en Euskadi se folla con toda la naturalidad. Aquí todo era y es pecado”, diferenciaba a DEIA.

Un amigo de su Donostia querida es Mikel. “Días atrás me contaba que tuvo una novia marquesa en La Herradura. Conoció lo que es estar abajo y muy arriba. Se ha despedido como ha vivido, igual. Murió fumando y bebiendo. Dos días antes se bebió su cubata y se fumó sus cigarros. Decía que no se bajaba del burro aunque se lo dijera el médico”.

Román nació el 13 de junio de 1936, un mes antes del golpe de Estado de los militares españoles que provocó la Guerra Civil. Su familia le contó que aquel día una bala perdida de un tiroteo entre falangistas y anarquistas llegó a caer en su cuna, “sobre mi panza. Me dejaron solo. Yo digo que el día que nací me dieron un balazo, y no miento”. Aquel plomo lo guardó siempre su hermana mayor que falleció en 2013.

Román fue alumno del Sagrado Corazón de la calle Sánchez Toca, y aunque “pésimo estudiante”, completó periodismo en Iruñea. “¡Me libré de los del Opus por golfo!”, se ríe.

De la Red de Emisoras del Movimiento pasó a la Ser y Radio Popular, estación en la que fue director tras dejar su puesto Iñaki Gabilondo. Colaboró en prensa con La Voz de Euskadi, La Barcelona, La Gaceta del Norte, Egin...

Cumplió la mili en regulares en Melilla. Se lo pasó bomba al ser nombrado hombre de confianza del mandamás de la garita. Fueron 19 meses de disfrute, “a lo loco”. A su regreso se casó, incluso, por la iglesia que detestaba, y se divorció. Vivió con tres mujeres más, “una por una”, matizaba. Fue padre. Su único hijo falleció en accidente de tráfico.

En los 70, acabó detenido en el Gobierno Civil de Donostia durante tres días por publicar un artículo sobre el día en que el jeltzale Joseba Elósegui se quemó a lo bonzo ante Franco durante el Campeonato Mundial de Pelota. “Recuerdo que le arrancó la oreja a un policía. ¡Anda que no corrí yo delante de los grises!”, evocaba.

Ya desplazado a Andalucía, Manu, un amigo con el que grabó un single, le llamó “casi sin voz” para preguntarle si estaba vivo. “¡No te jode, pensaba que estaba hablando con un cadáver! Me dieron por muerto”, enfatizaba entre risas el amigo de Javier Krahe, Mikel Laboa, Benito Lertxundi, Imanol, Urko, Txaro Arteaga, Paco Sagarzazu, Gabilondo, Joaquín Sabina o el humorista Eugenio.

Aquel rumor se extendió hasta que su figura de sombrero humeante, como la de Sixto Rodríguez, volvió a verse -y escucharse- por Donostia. Algunas personas no lo podían creer, desconocían las tribulaciones por el sur español de este actor de cuatro películas y autor de novelas sin publicar. “Quedan pocos como él”, valora su amigo Mikel quien concluye: “Solía decir que vivió como quiso. Era un gran soñador, muy libre y real. Se nos ha ido toda una institución”.