A los pueblos alaveses que abrazan la frontera de Burgos no se les pasa ni una sola noticia sobre el futuro de esa vetusta montaña generadora de residuos nucleares llamada Garoña. Es visitarlos, preguntar a los vecinos sobre el enésimo capítulo de la historia interminable de la central e iniciar un debate sobre salud, medio ambiente, economía y política que concluye siempre de la misma manera, sea cual sea la nueva noticia. Con preocupación. Si por ellos fuera, la planta atómica habría echado el cierre definitivo hace ya un montón de tiempo. Su inquietante proximidad no les da alegrías económicas como al otro lado del Ebro y sí una constante sensación de inseguridad. Pero, a la vez, son mayoría los que consideran que puede resultar casi más peligrosa “clausurada que en funcionamiento”. Por eso, la última información recibida, que al parecer el presidente de Iberdrola descarta la reapertura, les ha dejado en vilo.
Y es lógico. Nadie se la esperaba. Nuclenor paralizó la actividad de la central en diciembre de 2012 alegando “incertidumbre regulatoria” pero no llegó a iniciar el desmantelamiento. “Pero si ahora el tal Ignacio Sánchez Galán dice que no es rentable su continuidad... No sé. Tal vez sea cierto, aunque a la vez resulta un tanto chocante”, señala Miguel Ángel Turiso, vecino jubilado de Comunión.
Lo que le llama la atención es precisamente que “en este tiempo en que ha estado teóricamente parada se hayan hecho trabajos de mejora de la seguridad, con visita incluida de japoneses para revisar la vasija del reactor, si Iberdrola pensaba que la central no es rentable”. Se pregunta, por tanto, si “en realidad hay algo más de fondo”, alguna estrategia orquestada como aquel traje legal de 2014 confeccionado a medida, “una negociación tarifaria o a saber”.
“Aquí lo que preocupa es el tema de la seguridad. El miedo es relativo, pero está claro que el riesgo existe porque es una central muy vieja, la más antigua de España”, dice el vecino de Comunión. Ahora bien, a Turiso casi le da más respeto cómo pudiera producirse el desmantelamiento que los últimos 42 años de actividad. El cierre de una central nuclear siempre trae consigo el problemón de cómo gestionar los residuos radioactivos de alta actividad que se producen durante el tiempo de funcionamiento. “Hace treinta años trabajé de forma indirecta para Garoña, con un tema de camiones, y recuerdo que la piscina de desechos estaba ya entonces hasta los topes. ¡A saber cómo se encuentra ahora y qué harían! Lo mismo lo dejan a su libre albedrío y es peor el remedio que la enfermedad”, opina, haciéndose eco de una alarma común.
Un recorrido por el municipio de Lantarón da buena fe. “Yo dudo mucho de que el año pasado Nuclenor hubiera hecho todas las obras que dijo que había hecho para poder recibir la autorización de reapertura... Así que miedo por lo que podría pasar en cualquier momento, todo el del mundo”, afirma Jerónimo Carmen, un extremeño al que más de tres décadas en Fontecha no le han arrebatado el acento natal. Ni siquiera los mensajes de tranquilidad del marido de su sobrina, que trabaja en Garoña, le han hecho cambiar de opinión. “¿Qué va a decir él? También los pueblos de Tobalina están a favor de que se reabra porque reciben una compensación económica. Sin la central, a saber qué habría sido de ellos, pero que piensen por qué reciben ese dinero”, apunta. Su compañero de paseo, Fernando Díaz de Lezama, suscribe el discurso con una comparativa irrebatible. “Al otro lado del Ebro pasa como sucedía en Galdakao. Decían que la dinamita era buena porque cobraban, pero cuando explotaba ocho o diez se iban al cajón”.
Por eso, los dos tienen muy clara su posición. “Garoña tiene que cerrar”. Y de ahí que quieran creer en las palabras del presidente de Iberdrola. “Si no es viable económicamente, ya están tardando en cerrarla. Pero que la cierren bien”. Es justo la frase que pronuncia la charcutera de Bergüenda, Esther Bringas. “Ya he leído la noticia, ya... Y qué quieres que te diga. Esta vez, a diferencia de la anterior, pienso que es verdad”.