Bilbao - Todas estas personas basan esa facilidad al engaño con la facilidad con la que mienten. Pero hay dos tipos: los que lo hacen por cobardía y los que disfrutan, y estos son especialmente peligrosos.
J. V.: La primera vez que me engañas es tu culpa; la segunda, es mía. ¿Estás de acuerdo?
-I. Q.: En los dos supuestos la culpa la tiene el que obra con mala fe. Cómo se nota que no oyes el programa de Javier Vizcaíno y Begoña Beristain en Onda Vasca los jueves a las 10 y 10 de la mañana. En ese programa intentaba distinguir hace unos días entre culpa y responsabilidad, y decía que la diferencia la marca la mala fe y la conciencia de obrar haciendo daño. Sin embargo, si me dejo engañar dos veces, seré un ingenuo y responsable de lo que ocurra.
J. V.: Hay personalidades muy dadas al engaño.
-I. Q.: Sí. Todas ellas basan esta habilidad en la facilidad con la que mienten. Luego hay diferencias, porque hay quien lo hace por cobardía, por debilidad, y hay quien disfruta engañando y teniendo a la gente a su merced sin ningún remordimiento. Estos últimos son especialmente peligrosos porque te exprimen lo que tienes y cuando han acabado, buscan otra persona ingenua a quien engañar.
J. V.: Si ven que obtienen ventaja, seguirán haciéndolo.
-I. Q.: Así es. Las peores de todas disfrutan haciéndolo y si les descubres, sabrán fingir arrepentimiento y afecto para romper tu resistencia a creerles y empezar de nuevo el ciclo. Son las que te repiten que solo necesitan una oportunidad (siempre es la última), prometiéndote que no van a volver a engañarte. Suele ser en balde, porque obran sin piedad.
J. V.: Y si comprueban que no tiene consecuencias, ¿por qué van a dejar de hacerlo?
-I. Q.: Claro. Todos repetimos las conductas que nos ofrecen una ventaja y que nunca traen una consecuencia negativa. Esta pauta es difícil de modificar. Nadie renuncia a una paga fácil sin resistirse.
J. V.: Los mejores (o sea, los peores) son los que lo hacen mirando a los ojos y sin pararse a pensar que están haciendo algo malo.
-I. Q.: Así es, sin tartamudear, sin vacilar, sin que tiemble la voz y saliendo al quite a cualquier pregunta que se les haga y que pretenda ponerles en un aprieto. Son personas frías y calculadoras, y muchas viven de esto. Maestras en el negar las evidencias que delatan sus intenciones. ¡Mucho ojo con ellas!
J. V.: Algunos engañadores o burladores tienen muy buena prensa, incluso. Pasan por listos.
-I. Q.: Tontos no son, desde luego, y es aconsejable no perderles de vista. Los peores de todos suelen ser muy seductores. De halago fácil, detectan con facilidad dónde hay una persona necesitada de atención para fijar en ella su punto de mira.
J. V.: También es verdad, complementando lo que te preguntaba sobre los engañadores vocacionales, que hay personas que parecen haber nacido para ser engañadas. ¡No huelen una y no aprenden!
-I. Q.: Sí. Suele ser gente carenciada, con necesidad de afecto y/o agradecimiento. Son ese tipo de personas que te hacen un regalo para que se lo agradezcas. Se delatan por su ingenuidad, por su entrega y por su falta de prudencia al darse a conocer con facilidad. Lo suelen hacer porque necesitan crear un ambiente cercano donde encuentren (eso creen) lo que necesitan.
J. V.: No faltan aquellos que creen que son tan listos que jamás les engañarán? y se las dan con queso una y otra vez.
-I. Q.: Pues sí. Dime de lo que presumes, y te diré de lo que careces. La discreción es un valor muy importante. El refranero es muy rico en alusiones a eso de hablar más de lo recomendable, sobre todo según en qué situación. De todas esas alusiones, la que más me gusta es que la palabra más hermosa de un discurso es aquella que queda por decir.
J. V.: Lo malo es cuando uno se vuelve desconfiado y recela de quien no pretende engañarle?
-I. Q.: Sí, pero a la hora de la verdad, de cada engaño, esas personas salen con las necesidades reforzadas, y aunque se resisten en un principio, terminan cediendo a las lisonjas.
J. V.: ¿Cómo afrontamos el desengaño de alguien que jamás lo hubiéramos esperado?
-I. Q.: Pues asumiendo que nos hemos equivocado, no buscando excusas ni para nosotros ni para la persona que nos engaña y haciendo bueno aquello de que la mentira que acaba con el crédito personal de alguien es la primera.
J. V.: ¿Y qué me dices de cuando alguien se engaña a sí mismo?
-I. Q.: Hombre, creo que todos y todas lo hacemos. A diferencia de los engaños hechos por terceros, a veces los autoengaños nos llevan a buen puerto y encontramos situaciones dichosas donde nos decíamos que no había nada. Lo contrario también ocurre y te empeñas en ver lo poco o nada bueno de alguien porque estás ciego ante sus trampas. No haces caso a nadie y llegas a descalificar a quien con buena fe pretende abrirte los ojos.