Saber mandar
Dirigir personas es una labor muy complicada que no está al alcance de cualquiera. Es preciso tener unas mínimas dotes de mando y saber emplearlas
Bilbao - Cuando se está al frente de un grupo humano, de entrada, es fundamental ganarse su respeto. Eso no se hace mostrando los galones ni enseñando el puesto que cada cual ocupa en el organigrama. Se trata de poner de manifiesto que se poseen las condiciones que se requieren para llevar a buen puerto el proyecto común.
J. V.: No todo el mundo reúne las cualidades necesarias para tener a su cargo a un grupo de personas. Deberíamos empezar por ahí.
-I. Q.: Eso es cierto. Esto no quiere decir que esas cualidades no se puedan adquirir con tiempo y dedicación. Como decimos más de una vez en esta sección, todo se aprende si se entrena.
J. V.: ¿Cuáles son los rasgos mínimos que debe tener alguien que aspire a dirigir personas?
-I. Q.: Lo primero es que debe tener conocimiento profundo de la materia de la que se ocupa el equipo de trabajo que va a dirigir. En segundo lugar, tiene que ser accesible. Además, es necesario que tenga carácter, o sea, la fuerza moral para tomar decisiones que no gusten a todos y también la capacidad de decir que no a muchas propuestas. También de estar vacunado contra lo que vayan a decir de su persona; es más, se debe congratular de las opiniones adversas de aquellas personas de bajo perfil. Viene muy bien tener mucho sentido del humor y por eso recordar a Mafalda cuando decía “para qué voy a dar explicaciones. Mis personas amigas no las necesitan, mis personas enemigas no las creen y las más idiotas no las entienden”. Yo matizo: explicaciones, las justas.
J. V.: La experiencia también ayuda, pero sin perder de vista que cada proyecto o cada grupo requiere una forma determinada de hacer.
-I. Q.: Hay que aprenderse aquello de la mejora continua. Eso supone tener información actualizada, para lo cual hay que saber buscar esa información. Hay que olvidarse de lo mejor para buscar lo mejor posible, y hay que establecer los sistemas de evaluación rigurosos que permitan obtener la foto final de lo realizado. No olvidar que el proceso bien llevado es tan bueno o mejor que el resultado final.
J. V.: El lema “Las cosas se hacen así porque lo digo yo, que soy el que manda” conduce directamente al fracaso. O, como poco, al descontento permanente.
-I. Q.: Sí. Lo que pasa es que atribuyendo a la persona que lidera un grupo esos argumentos, las personas más vagas y ventajistas pretenden hacerlo ellas. No hay nada más buscado por este perfil de personas que descalificar a quien les dirige para promover un movimiento asambleario donde pueden esconder todas sus carencias, ignorancia, y miseria humana.
J. V.: De todos modos, tengo la impresión de que el exceso de manga ancha tampoco da buenos resultados.
-I. Q.: No. En ese caldo de cultivo crecen las personas que se pasan el día victimizándose para hacer ver lo mucho que sufren con sus cargas de trabajo, mientras en realidad no hacen gran cosa y no aportan nada más que poner palos en las ruedas del proyecto. Hay que ser flexible, aunque no por igual con todas las personas. Los méritos deben ir acompañados de reconocimiento y, en mi caso, de afecto.
J. V.: Abundando en lo anterior, el método asambleario, por muy democrático que parezca, no parece que sea el óptimo para sacar adelante determinadas tareas.
-I. Q.: No. Las organizaciones, como las familias, son jerárquicas. Respeto la opinión de quienes buscan ser muy amigos de las personas a las que dirigen o de sus hijas e hijos, pero no la comparto. Hay una autoridad que debe ejercer esa autoridad con buenas maneras mientras se le deje. Nunca de forma autoritaria; es decir, aclarando la razón de sus decisiones. Luego hay que asumir las consecuencias de las mismas.
J. V.: Pero sí es importante hacer sentir a las personas que se valoran sus iniciativas y sus conocimientos.
-I. Q.: Sin duda, y la mejor manera es delegar en ellas, darles responsabilidad, protagonismo y mérito. También estimularlas a promocionarse.
J. V.: Es delicado el tipo de relación que se establece con el resto del grupo. Hay quien se empeña en ser amigo de sus subordinados, y eso no siempre es posible. Y tampoco sé si es deseable.
-I. Q.: Ya te lo he dicho un par de preguntas antes. Suelo decir que al trabajo no se va a hacer amigos, reconociendo que casi siempre conoces a personas que son tan excepcionales que terminan siendo tus amigas. En estos casos, el trabajo no es más que un escenario de encuentro de personas destinadas a quererse.
J. V.: Hay grupos humanos que lo pueden poner muy difícil a quien está al mando.
-I. Q.: Cómo lo sabes. Al fin y al cabo, casi todo el mundo en el fondo se cree mejor que los demás, lo que hace falta es demostrarlo y hay quienes lo pretenden hacer mintiendo, trepando, lamiendo suelas de zapatos, etc. No les suele servir porque quienes saben de algo lo demuestran en cualquier entorno. Normalmente, para cuando las y los ventajistas van, los y las que saben ya están de vuelta.
J. V.: En otras ocasiones, no es el grupo sino algún individuo concreto el que pone en jaque al responsable. Hay que actuar con mucho tiento.
-I. Q.: Sí. Eso lo tenemos todos a diario. Aquí el protagonismo del grupo es fundamental porque de la misma manera que quien lidera hace bien reconociendo los méritos de las personas de valía y dándoles su afecto, estas deben de ofrecer su apoyo a quien les trata con justicia no alimentando el discurso perverso de los golpistas.
J. V.: Y cuando se ha llegado al convencimiento de que la cosa no funciona, ¿saber renunciar es otra muestra de tener cualidades para el mando?
-I. Q.: Pues sí. Y la cosa puede no funcionar porque no has hecho un buen diagnóstico de la situación y de las necesidades, con lo que los resultados no son satisfactorios. O porque hay ciertos manjares que no se les pueden dar a ciertas personas (por no decir lo de las margaritas y los...). Cuando quienes están por encima de ti no te quieren, lo mejor es retirarte a poder ser sin enfangarte.