bilbao - A menudo, derrochamos nuestras energías en cabreos estériles. La situación empeora si, en lugar de hacer saber al causante del mal humor qué es lo que nos ha dolido, optamos por el silencio de castigo. Cuanto más duren los morros no explicados, más se deteriorará la relación... y nuestro propio sufrimiento irá en aumento.

J. V.: Muy bueno, lo de aquel amigo tuyo que decía que en este país el plato típico son los morros...

-I. Q.: Pues sí. Los valores conllevan sus inconvenientes, y uno de ellos es que quien tiene valores y los defiende con rigidez, se siente agraviado de forma personal por asuntos que en realidad no son tan importantes, y los morros son el ingrediente del plato que nos sirven para hacernos partícipes de su enfado y para devolvernos el agravio.

J. V.: Al margen de que haya motivos, que muchas veces los hay, parece que algunos han hecho del enfado su tarjeta de visita. ¡Todo el día con el ceño fruncido!

-I. Q.: Y tanto. Cuando hay que enfadarse, hay que hacerlo y expresar el motivo del enfado para que este sirva para algo. Pero, como dices, hay gente que está todo el día malhumorada, con gesto hosco y con malas respuestas. Y no hablo de aquellas personas que estén desbordadas por asuntos relevantes de su vida personal y profesional.

J. V.: Con frecuencia, el enfado se utiliza como chantaje. Si no actúas de tal manera, me enfurruño.

-I. Q.: Así suele suceder. Resumiendo, sería el clásico “si no estás conmigo estás contra mí”, aunque con un añadido: “Y además de enfadarme contigo, te lo expreso por un tiempo que solo yo sé cuánto es”. Es un castigo de silencio y de mala cara que se sabe que se ha cumplido solo cuando quien lo impone se vuelve a dirigir a quienes le rodean.

J. V.: Es peligroso ceder a ese chantaje. Te lleva a estar midiendo todo el rato cómo te comportas con esa persona tan ‘sensible’, no sea que se mosquee.

-I. Q.: Cualquiera lo puede comprobar. Yo creo que todos tenemos cerca alguna persona a la que no se le dicen las cosas “para que no se enfade”. Enfadarse no es malo si sirve para algo, y para ello, hay que hacer un poquito de autocrítica porque en todo desencuentro hay algo que todas las partes podríamos haber hecho mejor.

J. V.: En otras ocasiones, te encuentras en una situación todavía más complicada. Resulta que alguien se ha enfadado contigo y no acaba de decirte por qué.

-I. Q.: Es lo que acabamos de mencionar: que está dándome de comer nuestro plato favorito, los morros. A lo largo de mi vida he visto en mi entorno -y seguro que también lo he hecho yo- situaciones en las que se castiga con el silencio a quien, con razón o sin razón, te ha hecho eso que se llama un feo, y tras un periodo de castigo de silencio, un buen día se destensa la situación y se recupera la relación normal. Suele ser un momento tan grato, que nos olvidamos de decir lo que ha ocurrido, que sería la manera de facilitar que no vuelva a ocurrir.

J. V.: Qué típico es en las parejas (o en los amigos) el “¿Te pasa algo?”, y que la respuesta sea un “¡No!”, cuando, en realidad, sí le pasa.

-I. Q.: ¡Y si te contestan con ese “no”, bastante es! Lo peor es cuando te dicen: “Tú ya sabes lo que pasa”, y en tu disco duro no hay grabado rastro de ningún agravio.

J. V.: Reconozcamos que, a veces, nos levantamos peleados con el mundo, y se lo hacemos pagar a los que están cerca.

-I. Q.: Pues también. Eso lo hemos hablado muchas veces en relación al estrés, que nos afecta haciéndonos más irritables. Si el comportamiento no es el habitual, la gente se pregunta qué le pasará a Fulano para estar tan irritable. Y la respuesta suele ser que no puede con una determinada situación.

J. V.: Cuando te encuentras a alguien en ese estado de enfado universal, ¿es mejor dejar que se le pase o tratamos de intervenir? Hablo, naturalmente, de alguien a quien apreciemos.

-I. Q.: Si se le aprecia, se le debe ofrecer escucha y ayuda, y hacerlo de forma permanente. Si te manda a paseo, pues está muy bien recordar que estamos en el mismo sitio de siempre, ese en el que le queremos a rabiar.

J. V.: ¿Cómo salimos de un enfado? El riesgo es que se enquiste

-I. Q.: Pues hay enfados eternos que son buenos porque te libras te soportar a personas verdaderamente desagradables. Hay otros en los que no es así, y ahí el orgullo, eso de lo que casi todos tenemos un poco, es el enemigo a batir.

J. V.: ¿Y esas personas que no se enfadan por nada? Eso tampoco es muy normal, ¿no?

-I. Q.: Pues no. Como te decía antes, enfadarse en sus justas dosis es un elemento que, bien utilizado, nos saca muchas veces de un letargo personal peligroso.