DONOSTIA - ¿Qué dicen los libros de estilo de los periódicos cuando alguien se ve en la tesitura de escribir el obituario a un joven de 29 años con todo el futuro por vivir, sortear, rockear..., en definitiva, amar? ¿Qué pautas seguir? Los postulados del periodismo mueren en ese momento.
Familiares, amigos, conocidos... esa mullida red social de vidas cruzadas real vive estos días la ausencia del donostiarra Iker Martínez Mediavilla, un apasionado de la vida, del hard-rock, de las artes, de las sonrisas, de los encuentros... Su vida se paró de forma imprevista el 18 de agosto en Iruñea. Sin embargo, las emociones, los lloros, las impotencias, la rabia... los positivos recuerdos le mantienen a pie de amigos. Muy presente.
“Era un tío superpositivo, siempre animoso, que alegraba y hacía reír a su entorno. Siempre tenía palabras bonitas y agradables para decir. A mí, personalmente, siempre me echaba flores y sentía muchas veces, incluso, que inconscientemente me ponía por encima de él. Era de esas personas tan generosas que sin querer te pone por encima de él. Por lo que me decía de corazón, siempre veía que creía en mí”, le reconoce su amigo Aitor Azurki, periodista de Donostia que tensa aún más el músculo de su memoria para aportar que a Iker “le encantaban el cine y los cómics, las pelis y series bélicas muchísimo. Cantidad de veces hablábamos de ello y también, claro, de historia. De hecho, uno de los diez borradores de mi libro Maizales bajo la lluvia -sobre gudaris y milicianos vascos de la Guerra Civil- se lo di a él para que me lo revisara y echara un vistazo. Teníamos esa complicidad en nuestra relación tan unida también a la historia que siempre me llamaba por teléfono y me decía: ¿Qué pasa, comandante? Una frase que me trasladaba cariño, cercanía, complicidad y reconocimiento hacía mí (es el claro ejemplo de que cariñosamente me ponía por encima de él). Sinceramente, era una de las pocas personas que ha creído ciegamente en mí siempre, desde que nos conocimos. Eso es así y lo digo abiertamente”. Era una complicidad mutua. Aitor sigue creyendo en Iker ciegamente.
Iker Martínez Mediavilla, con nombre artístico Iker Mediavilla, era un joven que nació hace 29 calendarios en el salino barrio de Gros. Estudió en Zurriola Ikastola y fue un joven singular desde niño. Ya entonces, sus amigos recuerdan que su ídolo era Michael Jordan y que él solía decir que quería “ser negro”. Más adelante, estudió Bellas Artes en Leioa, formó parte de grupos de hard-rock como Wild Child o Ruso Blanco, sacó el EGA y también el CAP (Curso de Actitud Pedagógica) para poder impartir docencia, lo hizo: fue profesor en Irun. Su deseo de superación y preparación le llevó a una academia a estudiar diseño gráfico y de páginas web. Encontró a la chica de su vida, una de esas mujeres “encantadoras” -aseguran- que acaban convertidas en canción de quilates.
Aitor Azurki, Ibon Gurrutxaga o Julen Andrés son tres de sus inseparables amistades. Todos desnudan su lengua y corazón al hablar de él. Tragan saliva como pueden al referirse a él, se emocionan e, incluso, se les va la lágrima en ello. Pero tiran adelante por rendirle homenaje. “Todo lo que se pueda hacer es poco”, remata Gurrutxaga, compañero de estudios de Bellas Artes. Los tres estaban orgullosos de que una famosa empresa de Donostia le había encargado diseñar a la firma su nuevo logotipo.
INFLUENCIA DE BACON Ibon era vecino desde niño de Iker. Herederos de influencias de Dragoi Bola Z, G. I. Joe... se declaraban apasionados del cómic. “Él era ya de crío de dibujar mucho músculo. Luego la vida nos separó un poco y nos volvió a juntar en Bellas Artes y ahí seguía él dibujando músculos con la influencia clara de Francis Bacon, muy de anatomía y de lo orgánico”, sonríe por un momento y seguido se viene abajo emocionalmente: “Es que le quedaba todo por hacer, ya le habían ofrecido unas prácticas, tenía ya un nivel alto de diseño gráfico y una mano muy buena”, valora Gurrutxaga, para quien su amigo era “sensible, a pesar de que llevaba la pose de tío duro. Me emociono porque se me va casi un familiar. Para mí es como si nos hubiese dejado sin el bis de su concierto vital”.
Como Ibon y Aitor, Julen Andrés también encaja a regañadientes la ausencia de Mediavilla. “Es un vacío muy grande por todo lo que hemos vivido juntos. Es un tío enorme, muy animado, muy rockero, de buen humor. Incluso cuando se enfadaba decía algo de broma. Un amigo de la hostia”.
Ambos muy seguidores de la música y cultura heavy, fue Azurki quien les presentó porque les veía “iguales”. Habla Julen: “Con 16 años yo era muy tímido y al juntarme con él, todo comenzó a ir sobre ruedas. Tengo una pena muy grande”, amplifica y continúa: “Cuando nos conocimos, me comentó que había grabado en VHS un especial de vídeos de hard-rock que antes, sin internet, era muy difícil verlos. A partir de aquel día todos los sábados iba a su casa a ver lo grabado esa semana”.
En otra ocasión, los amigos fueron al monte Igeldo “a beber unas birras” y a tirar unos balines con una escopeta. A la vuelta, fueron a un bar y se pusieron a cantar. “Allí me propusieron que yo cantara en un grupo y no me veía como cantante, por lo que le dije a Iker y fue él quien entró a formar parte del grupo Wild Child”.
La familia del joven le ha escrito en su despedida que “nos dejó tu cuerpo, pero tu espíritu, tu amor, tu risa y todo tu corazón se queda entre nosotros”. A ello hay que sumar, la intención de plantar un árbol en su nombre. Suena hoy duro leerlo, pero Iker Martínez Mediavilla, solía decir -recuerdan sus amigos- que “si un día muero me gustaría que me recordarais con una fiesta”. Es un sentimiento similar al que da comienzo a una letra de uno de sus grupos favoritos, Guns and Roses, dice: “Derramé una lágrima porque te extraño, pero aún estoy bien para sonreír”, como a él le gustaría.