Bilbao - Leon Sorhondo es una persona bien conocida y que conserva amistades, aprecios y reconocimiento a su labor policial de años, de modo particular en Chinatown, esa zona de San Francisco que constituye una ciudad en el seno de la ciudad o dicho de otra manera, la mayor concentración de chinos fuera de la propia China, o así lo ha sido al menos durante años, un mundo en el que aún es posible vivir en la lengua de Confucio, sin saber inglés, que cuenta con sus propios comercios, cines o periódicos en esta lengua.

¿Cómo es Chinatown?

-Oh, ha cambiado mucho. Cuando yo entré teníamos bandas que competían entre ellas y problemas de casas de juego clandestinas, además de otros delitos. Con el tiempo los cabecillas de esas bandas fueron apresados y la conflictividad bajó. Más tarde, la crisis empobreció al barrio y las bandas se retiraron. Es una de las diez secciones en que el Departamento tiene dividida la ciudad a efectos policiales.

Trabajar en Chinatown puede sonar a peligroso...

-En mi caso quizás lo fue más inicialmente. En este trabajo siempre existe el riesgo y cualquier cosa puede llegar a desembocar en una situación de peligro, cuando menos te lo esperas. No hay que pensar en ello más de lo necesario.

¿Cómo llega usted a esa comisaría?

-De la mano de un compañero de origen chino, que hablaba la lengua, con la idea de estar cuatro o cinco años. Con el transcurrir del tiempo fui adquiriendo confianza, encajé con los residentes, que terminaron confiando en mí, y yo, hallándome a gusto con la labor que realizaba, y mis compañeros y los residentes con mi aportación al barrio.

¿Recuerda alguna situación de peligro?

-En cuarenta años han sido innumerables. Por lo que sea me ha venido a la cabeza una vez en que recibimos un aviso de un muchacho que estaba destrozando una casa por dentro: los muebles, etc... Acudimos y vimos efectivamente todo destrozado; las sillas rotas, el televisor en el suelo... El chico se encerró en una habitación. Entramos y lo encontramos en una posición en la que no le veíamos las manos. Parecía más calmado, pero desconfiamos y mi compañero tiró de una manta que le tapaba en parte para descubrir un arma que escondía y le pudimos arrebatar. Ahí se volvió loco, se abalanzó sobre nosotros y parecía querer tirarse por la ventana o tirarnos a nosotros. Forcejeamos peligrosamente hasta que por fin llegaron refuerzos y pudimos reducirlo. Los casos de gente con problemas mentales a veces son los peores, porque con los otros puedes intentar actuar dentro de una lógica.

A alguno le extrañará saber que habla euskera perfectamente.

-Fue la primera lengua que aprendí en California. Mis padres llegaron ambos de la Baja Navarra.

Por lo que sé, no es una lengua que le resulta extraña al SFPD (San Francisco Police Department).

-Sí se refiere a que hay más policías vascos, es cierto, somos unos cuantos. De ellos, no todos pero sí algunos son también vascoparlantes. Así, a bote pronto, puedo hablarle de agentes de origen vasco como Jaimerena, con cuyos padres coincido en la euskal etxea, ahora le han ascendido a lutenient. Tenemos a Ospital, Etchebeste, Etchebehere... Otros en Oakland, como Arotzarena, también a Olcomendy, cuyo padre fue también policía y su abuelo, juez en esta ciudad... y más, que ahora no recuerdo.

¿Ha detenido a algún vasco?

-No, lo cierto es que no me ha tocado. Los vascos, en particular la generación emigrante, ha sido gente que se ha dedicado más que nada a trabajar duro, algunos con dos trabajos,. Por ejemplo, aquí en la zona de la Bahía, de día como jardineros y por la noche como responsables de mantenimiento de edificios.

Sus padres tenían un hotel que acogía a vascos, cerca de Chinatown, en Broadway.

-Fue la época de la emigración, tras la cual más de una docena de esos hoteles que había en Broadway fueron cerrando. También el de mi madre, el último, en torno al año 2000.

Su mujer es sanfranciscana, también de origen vasco y vascoparlante, como usted.

-Sus padres llegaron de Luzaide-Valcarlos, en Navarra, y Arnegi, en la Baja Navarra. Nos conocimos en los picnics vascos de California y más tarde haciendo teatro en euskera, el primero que se hizo aquí en San Francisco.

¿Ha oído hablar de la Ertzaintza, la policía vasca?

-Sí. Por medio de un sobrino quise conseguir un uniforme de ellos. Estando de visita en el País Vasco, acudimos a Gernika, a visitar el Árbol. Allí me fotografié junto a un agente, aunque no me fue fácil, porque me dijeron que no se podía. Al mostrarles mis credenciales como policía de San Francisco hizo la vista gorda y pude hacer alguna foto. Por medio de mi sobrino conseguí un uniforme de talla pequeña, que intercambié por uno de aquí. Pero me gustaría aún conseguir una txapela.