Los nuevos consumidores de heroína, ajenos al drama que causó en su día el caballo en Euskadi, la inhalan o fuman para contrarrestar los efectos de los estimulantes. Sin embargo, en los 80, cuando Paco y Maite empezaron a coquetear con las drogas, la heroína se inyectaba en vena sin ser conscientes de que el sida les acechaba. Era antes de que aparecieran los antirretrovirales.

Los primeros que comenzaron a consumir drogas en Euskadi, a mediados de los 70, procedían del mundo de la universidad y fueron los abanderados de los movimientos estudiantes en favor de la libertad, luchadores contra la dictadura franquista, pero la mayoría se retiraron a tiempo de la heroína, aunque algunos se pasaran a la maría. Después con la expansión del jaco unos años más tarde, la droga se trasladó a las capas sociales más desfavorecidas. La explosión de la heroína coincidió con la crisis económica que vivió el País Vasco en los ochenta.

presión social La cuadrilla tuvo un papel fundamental para que Paco empezara a tontear con las drogas. "La presión social de los amigos. Empiezas fumando -yo a los 12 años- luego comienzas a beber, después pasas al porro. Íbamos al monte y hacíamos casetas. Luego venía alguien de algún barrio que se había metido algo nuevo y, al ser un crío, tampoco te quieres quedar atrás y tu también lo pruebas". La heroína era lo más. Así comenzó su relación con el caballo. Una relación que gracias a la familia y organizaciones como Proyecto Hombre conseguí romper",

La evolución del porrillo al jaco es muy rápida y para mal. Lo sabe bien Paco que a los 24 años tuvo que entrar durante año y medio en Basauri. Aquella experiencia supuso un auténtico revulsivo para él. "Sabía que tenía un problemón, que me estaba drogando, que podía tener enfermedades, que das mala vida a tu familia, pero no adquiría conciencia de ello", se sincera. Su única meta era salir de prisión. Para ello contó con la ayuda de sus padres y Cáritas Droga, la primera organización que comenzó a trabajar con drogadictos.

"En aquellos años nos intercambiábamos las jeringuillas y ni se nos pasaba por la cabeza que podíamos adquirir el virus del VIH. Yo me enteré de que era seropositiva cuando me quedé embarazada de mi primer hijo", explica Maite Bilbao. "Entonces aún no había conciencia de los riesgos del sida y el programa de intercambio de jeringuillas no existía, empezó en el 97".

llega la sicosis La sociedad vasca pasó de no tener ni idea de los peligros de contraer el virus VIH a una auténtica sicosis infundada fruto del desconocimiento. "Había familias que lavaban las ropas de los seropositivos aparte, no les daban la mano y mucho menos un beso; algunos sanitarios no querían atenderles. La realidad de la heroína de los 80 está en los cementerios", rememora Rafael Cortés, responsable de Asistencia de la Fundación Gizakia donde trabaja casi desde el inicio de su creación hace casi 30 años para apoyar a los jóvenes que se chutaban.

En su embarazo Maite lo pasó fatal. "Cuando iba a urgencias en algunos centros y les decía que era seropositiva los sanitarios no me atendían; tengo muy mal recuerdo de algunos ambulatorios. Éramos unos apestados. Sin embargo, el doctor Santamaría, ya jubilado, de Basurto, que empezó con las enfermedades infecciosas, nos trataba humanamente". A pesar de su embarazo, Maite no logró dejar las drogas. Su hijo Jon, que tiene 26 años nació con anticuerpos del virus y cada semana debe acudir a hacerse análisis.

En su casa se enteraron de que era drogadicta al enfermar de hepatitis. "El médico de cabecera hizo un pacto conmigo. Si no volvía a consumir no diría nada a mis padres. Pero como tenía 16 años y no cumplí se lo dijo a mi madre. A partir de ahí empezó el mal rollo con mis padres. A los 18 años me fui de casa y vivía con mi pareja, también drogadicto, donde podíamos", explica. Un día estaba en la calle Cortes de Bilbao intentando pillar algo y se topó con sus padres -"mi abuela vivía cerca"- y le dio tanta vergüenza que fue el principio del fin de galopar con el caballo. "No sé por qué pero le dije a mi padre que me iba a pasar por casa. "Él contundente me dijo: como no estés en casa en diez minutos, no entras. No sé como lo hice pero llegué; me quedé a dormir y por la mañana me desperté con otra luz", apunta Maite que con 22 años ya tenía a su hijo Jon, aunque le retiraron la custodia.

Ella no pasó por la cárcel, pero sí por el hospital de Galdakao, "porque no pesaba 40 kilos. Al ser dada de alta les pedí a mis padres que me llevaran a Proyecto Hombre. Mi aita flipaba, no se lo creía", dice sonriente Maite. Durante tres años estuvieron inmersos en un programa, "allí se conocieron y desde entonces son amigos del alma". Ninguno ha recaído a pesar de las tentaciones con las que se topan a diario. "La desintoxicación física lleva pocas semanas; el problema es la mental. Por eso se necesitan organizaciones que te ayuden", remachan al unísono.

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