J.V.- La persona que me ha animado a que tratemos este asunto asegura que le gustaría ser ordenada, pero que acaba siempre claudicando ante el desbarajuste. Las cosas le duran en su sitio un suspiro. Y me temo que algo así le va a ocurrir a muchos de nuestros lectores. ¿Tú crees que se puede cambiar en este aspecto?

I.Q.- Todo es modificable. La pregunta que yo recomiendo hacerse es: ¿para qué? Hay varios conceptos del orden en cuyos extremos están, por un lado, aquellos que consideran que el orden es que todo esté en su sitio, en el que le corresponde, y por otro, aquellos que consideran que el orden es saber dónde están las cosas aunque el conjunto que componga no sea de lo más estético.

J.V.- En todo caso, la intuición me dice que esta es una de esas características que vienen de la infancia y se mantienen hasta la tumba. Tanto la tendencia al orden como al desorden.

I.Q.- En términos generales, creo que sí y que hay una tendencia en las personas y que por mucho que se aprenda, siempre se está en riesgo de que rebrote al bajar la guardia y relajarse. No obstante, hay gente que aprende un método a lo largo de su vida, que cuando se aplica, funciona razonablemente.

J.V.- Imagino que la educación puede ser de mucha ayuda en este terreno.

I.Q.- Sí, como en casi todo. De hecho, las personas que se han educado en entornos muy exigentes y muy rígidos suelen tener una mayor tendencia a buscar el orden extremo. Sin embargo, insisto en que esto del orden es un término subjetivo que no siempre es fácil de definir. Aquello que se llama el criterio de caso no es nada fácil de establecer.

J.V.- Hay quien defiende su desorden como una forma de orden personal e intransferible. Son los que dicen que saben en qué estrato exacto del montón de la ropa está el calcetín verde. ¿Autojustificación?

I.Q.- ¿Que me autojustifico yo? Ni hablar, je, je. Tengo que confesar que mi mesa de trabajo no es la imagen de la armonía pero que, sin embargo, controlo casi todo lo que hay en ella. Soy de los que no solo encuentra el calcetín verde en el montón de ropa, sino que sabe dónde está. Tengo muy buena memoria y me queda la imagen de dónde ubico las cosas. Algún buen amigo mío se ríe porque casi siempre encuentro las cosas allí donde parece que no hay quien encuentre nada... Y es que hay armonías que parecen un caos. Esto se suele dar en las personas muy activas, que se ocupan de varios asuntos a la vez y que sacrifican el orden estético de las cosas por otro orden funcional, apoyándose en aquellas cualidades, por ejemplo la memoria, que permiten obrar de esa manera. En mi caso, cuando no encuentro algo es porque me pasa eso que el señor Vizcaíno y el Doctor Querejeta repiten acerca del estrés tantas veces en el GRUPO NOTICIAS: que he asumido más cosas de las que puedo llevar en la cabeza. Entonces, hago lo que ellos dicen. Cierro las entradas de nuevas tareas, delego lo que puedo y termino lo que me queda pendiente para estar de nuevo en las mismas a los quince minutos. Otra razón por la que no encuentro las cosas es que viene alguien (y no miro a nadie) a poner su orden en mi mesa, momento a partir del cual ya no encuentro nada.

J.V.- Y luego están los que sostienen que tenerlo todo cuadriculado y compartimentado es aburrido. Se apoyan, incluso, en presuntos estudios que demostrarían que el desorden estimula la creatividad.

I.Q.- Hombre, hay que ser creativo (a veces de nuevos vocablos) para encontrar las cosas en ciertos espacios. Como te decía en la pregunta anterior, cada uno tiene unas habilidades que le permiten encontrar las cosas estén como estén. Luego vienen los despistes, que todos los tenemos, y que solo se ratifican en aspectos que ni hieren a los demás ni les faltan al respeto de nuestra deseada y adorable imperfección.

J.V.- En el extremo opuesto, tenemos a los que no toleran el menor descuadre. Como hemos visto en determinada película que tú y yo sabemos, esto puede llegar a convertirse en o ser síntoma de una patología.

I.Q.- Qué buena es la película a la que te refieres, y qué bien lo hace Nicholson. La manía por el orden puede parecer una afección pintoresca y hasta cómica para quienes no la sufren o no han tenido que convivir con alguien que la padezca. Pero cuando ésta alcanza niveles patológicos, pueden convertir la vida en un verdadero infierno. Una cosa es ser extremadamente limpio, metódico y ordenado, y otra muy distinta es convertirse en esclavo de rituales interminables. El orden (hasta el público) es más estricto según lo seguro que se siente quien lo organiza. Detrás de las personas cuadriculadas hay seres humanos que dudan tanto y que son tan inseguros, que necesitan tenerlo todo absolutamente clasificado. Lo que suele ocurrir es que lo que no sufren buscando, lo hacen guardando.

J.V.- En todo caso, y para tranquilidad de nuestros lectores más ordenados, que te guste que todos los libros de la estantería estén alineados no implica que haya que pedir cita para ir a visitar a un colega tuyo.

I.Q.- No. El orden desemboca en un problema cuando no se consigue nunca, convirtiéndose su búsqueda en algo que limita nuestra actividad normal. La cuestión es el tiempo que se dedica a esto y su relación con el beneficio que se obtiene. El problema estaría cuando se cambian las cosas de forma permanente sin que se acabe, y también cuando la ausencia de una alineación o simetría perfectas constituyen un quebradero de cabeza para las personas.

J.V.- ¿Qué me dices de quienes son capaces de ser muy ordenados para unas cosas y un desastre para otras? Te podría presentar compañeros de mi gremio que tienen la agenda telefónica y el archivo perfectamente organizados, mientras su casa es una leonera.

I.Q.- Muchas de estas personas tiene ordenado lo que está cara al público porque la opinión de los demás es muy importante para ellos y dar una imagen así les alivia. Sin embargo, en los aspectos íntimos y que no están al alcance de los demás son menos aplicados.

J.V.- Qué gran problema cuando tienen que convivir alguien que quiere tenerlo todo en un sitio con otro u otra que va dejando las zapatillas donde le peta...

I.Q.- Sí, sobre todo para el que quiere dejar las zapatillas donde le peta, porque normalmente tiene que buscar sus zapatillas donde jamás las pondría. En esta combinación de perfiles, el perfeccionista suele ganar por goleada porque suele ser bastante más obstinado. Su resistencia es inagotable. Para el omiso, ceder algo más el control al que ordena no es más que una arruga añadida.

J.V.- Por lo que vamos contando, yo diría que sí, pero te lo pregunto directamente: ¿Hay una relación directa entre el orden físico y el orden mental?

I.Q.- No necesariamente. Existen todo tipo de combinaciones. Hay personas con un orden suficiente en ambos campos, las hay con un orden excesivo en alguna de las áreas y deficiente en la otra, y las hay que no tienen orden en ninguno de los dos. Ya sabes que en esto del género humano la variedad es lo más atractivo de todo.

El orden es el placer de la razón pero el desorden es la delicia de la imaginación "

(Paul Claudel)