J.V.- Empecemos por algo muy obvio. Por pura estadística, es imposible tener siempre la razón.
I.Q.- Bueno antes de contestar a eso, quiero dejar claro que una cosa es discrepar, la palabra que está en el subtítulo de esta página, y otra tener razón. Discrepar es sano y necesario para poder convivir. Pretender tener la razón es una distorsión cognitiva que, cuando se quiere llevar al extremo de tenerla siempre es una tortura, sobre todo para los que la padecen.
J.V.- De hecho, muchas veces no hay una sola razón, sino varias. Sin embargo, para algunos sólo existe la suya.
I.Q.- Creo que siempre hay más de una razón (nada es verdad ni es mentira; todo es según el color del cristal con que se mira) respecto a un mismo hecho o supuesto, y no digamos ya en situaciones diferentes. Lo que ocurre es que hay gente un poco más rígida que el resto, un poco más paranoica que el resto y esto le lleva a buscar una confrontación insana e innecesaria que utilizan porque es el terreno en el que se sienten fuertes. Suele llegar a creer que son los más listos porque el resto, llegado un momento, se calla y lo que ocurre es que la mayoría de las veces ganan los combates por aburrimiento, lo que les lleva a concluir que se les ha dado la razón.
J.V.- Aunque los conocemos todos, trázame los rasgos básicos de un discutidor o discutidora de los que no se apean del burro.
I.Q.- Son obstinados, inmaduros, rígidos, escasamente críticos, les sobra tiempo, entienden los intercambios de opinión como asuntos personales y se sienten ofendidos cuando se critica lo que hacen o no se asiente a lo que dicen, como si la crítica les fuese hecha a título personal y con afán de descalificar.
J.V.- Y discuten sobre todo: lo mismo sobre el origen de la vida, lo bien o mal que lo está haciendo un partido político, un fuera de juego o cuál fue el cuarto disco de los Beatles...
I.Q.- Sí, porque les suele gustar la notoriedad y esto de saber de todo y expresarlo sin permitir que se hagan observaciones les parece que les pone en una posición superior, de entendidos, de sabios. La verdad es que, por aquello de que el que mucho abarca poco aprieta, no suelen tener mucha idea. En la película Annie Hall de Woody Allen hay una parte que discurre en la cola de un cine, donde se hace una caricatura de estos aprendices de sabios con muy buen estilo y con mucha gracia, como solo lo sabe hacer el gran Woody.
J.V.- En el colmo, hay quien monta un debate sobre hechos comprobados y es capaz de sostener que hoy no es sábado o que tú no te llamas Imanol.
I.Q.- Pues de lo segundo, con esto de la memoria no le discutiría mucho por si acaso, pero con el resto es posible. Yo en estos casos suelo decir que la verdad, y por supuesto la razón, caen por su peso y que más tarde o más temprano no habrá lugar a dudas. Mientras, lo mejor es utilizar el tiempo en algo más entretenido que en discutir y desgañitarse. Suelo poner como ejemplo a la afición del género humano por convencer a la naturaleza de que tenemos razón cuando la manipulamos, y ella se encarga esporádicamente de recordarnos de manera implacable que no es así con una catástrofe de grandes dimensiones. También que podemos empezar a discutir acerca del punto de salida del sol y pasarnos toda la noche discutiendo, pero es mejor irte a casa y disfrutar de tu familia y de una buena cena y quedar con la persona que discute con nosotros en un lugar alto al amanecer y comprobarlo de forma inequívoca.
J.V.- ¿Se "mejora" con el tiempo? Quiero decir que a fuerza de comprobar, aunque sea íntimamente, que uno puede estar equivocado, deberíamos ir haciéndonos menos cerriles con los años.
I.Q.- Pues suele ser así y todas las personas nos vamos templando con el paso de los años que nos dan nuevas ideas acerca de lo que es realmente importante, pero también te encuentras con personas que han desarrollado una personalidad enferma, querulante, reivindicativa y pleitista. Estas personas ni viven ni dejan vivir e impugnan las actas de la reunión de vecinos, las convocatorias, los resultados de las oposiciones, todo.
J.V.- Cuesta trabajo aprender que la finalidad de un debate no es ganarlo, sino que queden expuestos diferentes puntos de vista.
I.Q.- A algunos les cuesta mucho y ya te lo adelantaba en una de las primeras preguntas: toman las discrepancias como una crítica y descalificación personal. Suelen desarrollar muchos silogismos falsos y llegan a conclusiones erróneas en base a los mismos.
J.V.- Ante alguien que no sale de sus trece, ¿seguimos dándonos de cabezazos contra la pared o aplicamos lo de "la perra gorda para ti"?
I.Q.- Aplicamos lo de la "perra gorda para mí", que el tiempo es oro y destinarlo a levantar la voz y perder las formas por cuestiones que, como te he dicho antes, el tiempo se encargará de poner en su sitio, no vale mucho la pena.
J.V.- También es curioso cómo para poner a salvo determinadas opiniones, hay quien tiende a escuchar solo a los que le dan la razón. Y así, solo se frecuentan compañías o medios de comunicación de "nuestra cuerda". Eso es hacerse trampas en el solitario.
I.Q.- Sí, esto enlaza con lo de los pelotas y los depredadores que tan buena acogida han tenido en las dos últimas entregas de esta sección. Hay quien necesita que se le rinda pleitesía y sólo va al abrevadero donde dan de eso en lugar de agua fresca, y hay quien no tiene otro mérito que bajar la cabeza con estilo y disponer del mejor cepillo para quitar restos del envés de la chaqueta. Allá ellos.
J.V.- Mi conclusión: escuchar opiniones discrepantes es enriquecedor. ¿La tuya?
I.Q.- Lo he dicho muchas veces: la discrepancia, lejos de menoscabarnos, nos hace mejores, más grandes, más humanos, sobre todo porque nos hace admitir al otro, al que tenemos enfrente, maravillosamente diferente, portador de su credo, sus métodos y su honor, expresados en otros idiomas, con otros rituales, pero igual de hermosos que los nuestros.