Síguenos en redes sociales:

Algo malo va a pasar

Hay personas que viven permanentemente angustiadas, imaginando tremendas desgracias que están a punto de ocurrir. En su cerrazón, no se dan cuentan de que la mayoría de las veces sus negras profecías no se cumplen. Cuando por azar o pura estadística aciertan, se sienten reafirmados y su miedo se retroalimenta sin fin

Algo malo va a pasarwmcreative.blospot.com

J. V.- Alguna vez hemos hablado de los pesimistas, pero los fatalistas van unos cuantos pasos más allá. No es que esperen que las cosas vayan a ir mal, sino peor que mal. Aguardan la catástrofe a la vuelta de cada esquina. Tiene que ser un suplicio vivir así.

I. Q.- Pues sí. Esa es una condición muy de aquí, son los cenizos que existen en todas partes. Además de que su vida es un suplicio, convierten en un suplicio la vida de los demás. Lo malo es que, como a todo el mundo, siempre hay algo que les sale mal alguna vez y suelen aprovechar la ocasión para generalizarlo a todo.

J. V.- ¿Dónde está el origen de todos esos sentimientos (o mejor dicho, presentimientos) negativos?

I. Q.- Pues en un rasgo de la personalidad que tiene mucho que ver con un ánimo frágil, y que busca protegerse poniéndose siempre en la peor situación posible. Al mismo tiempo, ante la incapacidad de disfrutar con nada, trasladan ese sufrimiento a los demás. A veces parece que sufren con la felicidad de terceras personas, que no es lo mismo que envidien la felicidad. Se igualan por abajo, no por arriba.

J. V.- Supongo que no es un rasgo aislado de la personalidad. Acompaña a otro tipo de comportamientos y de formas de ser.

I. Q.- Ya te he dicho que es un rasgo de la personalidad, pero que se entrena, como todo. No hay un tipo de fatalismo, sino muchos. Los hay que ejercen ese fatalismo de forma digna junto con una baja autoestima y una dependencia emocional, y los hay que lo ejercen expresando sufrimiento por el bien ajeno y -no de forma consciente ni para hacer daño- deseando que quien arriesga no obtenga premio; insisto, no por desearle un mal, sino por poder decir que tienen razón, que nada vale la pena. Lo contrario, la felicidad ajena, les pone en evidencia y les obliga a cambiar de postulados.

J. V.- ¿Nacemos con esa angustia vital gigantesca o la vamos adquiriendo a lo largo de los años?

I. Q.- Hemos hablado muchas veces del carácter y del temperamento. Con lo segundo nacemos y lo primero es lo que nos moldean la familia, los amigos, la escuela... en fin, la experiencia. Una actitud excesivamente paternalista y proteccionista de estas personas acentúa esa necesidad de compasión y la agrava a lo largo de los años.

J. V.- ¿Estar convencidos de que nos va a pasar algo malo no es comprar muchos boletos para que, efectivamente, nos pase algo malo?

I. Q.- Así pienso yo. Existe un concepto de las "profecías autocumplidas" que es a lo que se aferran estas personas cuando afirman "ya lo dije yo". Pero al hablar así no caen en que se suelen acordar solo de las veces que aciertan en sus pronósticos, ignorando todas las veces que fallan. Cuando se mantiene esta actitud es difícil que las cosas salgan bien. El jugador de baloncesto que tiene que tirar un tiro libre con el marcador empatado y el reloj a cero fallará siempre si no se concentra y tira de espaldas al aro sin aplicar con fe todos los automatismos que desarrolla en los entrenamientos. Tira así, falla y dice "ya lo dije yo..."

J. V.- ¿Puede haber en quienes manifiestan este comportamiento algo de comodidad? Dan por sentado que el destino ha dictado sentencia y no luchan.

I. Q.- En algunas personas sí, de ahí que no se deben mantener actitudes paternalistas con ellas. Ojo, que tampoco hay que hacer sesiones catárticas en las que se les dice de todo porque sufren y esa manera de dirigirse a ellos les puede hacer mucho daño. Hay que destacar y premiar su iniciativa, acierten o fallen, y estimularles a pensar para hacer y dejar de pensar para seguir pensando. Si ya se empeñan y nos visten todos los días de luto y se quejan de todo pues hay que protegerse de ellos sin hacerles daño. En estos casos, ser amable es un valor.

J. V.- Buena parte de quienes padecen ese miedo a todo saben que se trata de algo irracional, pero no les sirve para desterrarlo. Cuando suena el teléfono, no pueden evitar pensar que al descolgarlo alguien les va a comunicar una desgracia. ¿Se le puede poner remedio a eso?

I. Q.- Sí, detectar tus pensamientos negativos, pararlos y reestructurarlos. Basta con detectar cada vez que decimos "y si..." y cambiarlo por otra propuesta inmediata que podría ser "y si no...".

J. V.- La mayor parte de la gente que tiene estos sentimientos negativos los sobrellevan aunque lo pasen muy mal. ¿Puede llegar a ser necesario ponerse en manos de un profesional?

I. Q.- Eso es personal e intransferible y yo lo hago depender del sufrimiento y la incapacitación que les produce esta forma de ser, pero algunos se deprimen severamente y sí, precisan ayuda. Muchas veces junto con ellos, las familias también precisan asesoramiento porque al final comparten muchas horas, se ven desbordadas y expresan hostilidad hacia el que se queja.

J. V.- ¿Cómo pueden ayudar quienes están en su entorno? Aparte de con mucha paciencia, claro, porque a veces contagian su angustia.

I. Q.- Acabamos de decirlo. Unas claves: no olvidar que estas personas sufren, no reforzar su tendencia a la queja con una sobreprotección tratándoles con firmeza pero con afecto. También deben pedir ayuda cuando sienten que se desbordan.

J. V.- ¿Hay algo que se pueda hacer para prevenir esta forma de pensamiento? Me refiero en la forma de educar a nuestros hijos.

I. Q.- Hablar con ellos. Ser claros y, sobre todo, ser justos. Las humillaciones lesionan la autoestima y aumentan el temor a ser abandonados en los más jóvenes. Hay que corregir lo que está mal. Hay que hacerlo con autoridad (para ello es fundamental huir de las amenazas y cumplir lo que se les anuncia como sanción y que ésta sea proporcional al "pecado"). Hay que evitar hablar de nuestros hijos en su presencia, ni para alabarlos ni, sobre todo, para criticarlos. Hay que dejarles que se equivoquen y acogerles cuando lo reconozcan y pidan perdón. La responsabilidad siempre ayuda a madurar y a ser más realista.