El botxo bilbaino se caracteriza por sus laderas aprovechadas para viviendas y, desde luego, por sus pequeñas huertas, las escasas que quedan actualmente, a manos de sus viejos propietarios. A falta de baserris, buenos son unos metritos cuadrados de huerta, sorteando el desnivel, como ocurre con las terrazas agrícolas de las islas canarias.

Y si los montes siempre han abrazado estrechamente la capital vizcaina, cada vez hay más amantes de la naturaleza que se apuntan a hacer sus pinitos en plena urbe. Tal y como mostraba Pedro Ferrero en Gasteiz, una simple maceta puede contener toda una fructífera tomatera. A partir de esa premisa, perejil, tomates, pimientos, lechugas y pepinos pueden nacer y desarrollarse en nuestros balcones y terrazas, tal y como mimamos a nuestros geranios o incluso rosas. A medida que ciudades como Bilbao, postindustriales y con niveles de contaminación a la baja, cuentan con mayores espacios peatonalizados -y en consecuencia, menos monóxido de carbono- y nuevos conceptos de plazas y calles ajardinadas y amplias, cultivar en casa puede constituir un acercamiento mayor a la naturaleza.

Los miembros de Ekologistak Martxan en estas lides se mueven, y un buen ejemplo de sus avances es la bilbaina Ainhoa Aloria, bióloga y ecologista, quien disfruta con los "productos delicatessen" de su balcón: dos tomateras, dos plantas de pimientos y una de laurel autóctono. "Generalmente somos gente con bagaje en el amor por la naturaleza. En Ekologistak Martxan solemos tener huertos en las terrazas de casa, cuando no se llega a un terrenillo o a un baserri -por lo que a veces se compran a medias-. Estos son cultivos sin productos químicos, un delicatessen a mano", describe esta vecina de San Inazio.

Esta filosofía de producción ecológica recicla de todo. Ainhoa señala cómo las mondaduras de naranja son válidas, pues "van generando su propio humus". Pedro Ferrero va más allá: "Los residuos vegetales, las hortalizas sobre todo, cortados muy pequeñitos, por muy poquito coste sirven de abono. Sandía, melón, pepino, calabacín... reutilizados suponen un sustrato gratuito y proporcionan una gran autonomía, en muy poco espacio", explica en sus talleres de huertas urbanas. En la pionera Cuba, añade, "emplean cáscara de huevo, pelos, peladuras...".

Según Ainhoa, desde un niño hasta un jubilado "con sensibilidad por el medio ambiente" puede contar con un "huerto de terraza, que da poca cantidad pero mucha calidad. El sabor no es de invernadero, sino de tomate". Esta ecologista no siente que un balcón sea un mal sustituto de una huerta en el campo: "Vas viendo el resultado y te produce la satisfacción de que lo has criado tú. Es una forma de vida y de realización, como reducir basura, plantar árboles o, cuando doy clases, introducir estos conceptos", entiende, empuñando un microrastrillo.

Dados los precios de los caseríos, razona Ferrero, cada vez se ven más girasoles y tomates en los balcones gasteiztarras. Muchos, incluyendo a los alumnos de Arazoak, se hacen ensaladas con productos cultivados con sus manos. Otra cosa distinta son las famosas plantas de marihuana... Eso sería ya objeto de otro reportaje.